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Idealismo y muerte
Tengo la fuerte impresión de que todo aquello que puede ser pensado por una mente humana podrá alguna vez ser realizado (castigar a los asesinos, hacer justicia, viajar más allá de la velocidad de la luz, etc...). Sin embargo, creo que los pensamientos también son hechos, aunque no se realicen en la práctica y parezcan ser utopías o fantasías creadas por la imaginación. A quien acepte lo anterior se le considerará un idealista. Si dijera que una utopía debe, primero, ser planteada para que algún día deje de serlo, no tardaría en ser corregido por un pragmático o cualquier otra persona práctica y realista; me diría: "No desperdiciemos el tiempo en utopías o escenarios mentales; existen cosas buenas que se pueden hacer ahora y que sólo requieren de trabajo y voluntad". ¿Quién tiene razón? Temo decir que ambas posiciones son parte de un mismo zoológico: el parque de la imaginación e invención humanas.
Un ejemplo adecuado es el relativo a lo que se le denomina droga en nuestros días, y que no se refiere a la adicción que despierta el dinero, el "éxito", la fama, el poder o los estímulos sexuales, sino que se adjudica a las sustancias que conocemos. Es probable que el habitante de una sociedad más abierta e inteligente se pregunte dentro de 50 o 100 años: "¿Por qué se censuraba la venta de drogas, aun a sabiendas de la cantidad de crímenes cometidos bajo el amparo de las prohibiciones?" El idealista actual le respondería: "Yo siempre lo propuse, en nombre de la libertad individual y el conocimiento". Un pragmático, en cambio, respondería más o menos lo mismo, pero añadiría, quizás a manera de disculpa: "La moral pública, la escueta educación y cultura de la población y de sus gobernantes, la desinformación al respecto y los nexos entre el poder y los comerciantes de drogas impedían hacer leyes adecuadas para crear un mundo mejor".
No hay mayor misterio: si le quitas la vida a una persona no le queda nada. Lo has despojado de su ser y te has convertido en su dios, lo has humillado hasta el punto de hacerlo desaparecer. Si la vida no vale nada, entonces las instituciones, la democracia y el Estado tampoco. La existencia de estas entidades tiene como finalidad reconocer que la vida posee valor. El crimen actual contra los candidatos públicos, tan ostentoso y cínico, es consecuencia de décadas de impunidad y gobiernos malos y mediocres; pero también la sociedad está en declive, indefensa y es cómplice de tales canalladas, puesto que, si el crimen de una persona no le afecta a otra entonces es que se ha desentendido de lo social y, por lo tanto, continuará viviendo tan campante hasta que le llegue su día. ¿Es una sociedad nihilista? No, sería mucho pedir: es más bien una anti-sociedad. Un ejemplo: la pandemia convirtió a la gente en un ejército sanitario, pues cada individuo teme enfermarse. En cambio, el crimen de un extraño no los torna solidarios o parte de un ejército democrático.
La democracia no es una mecánica reducida a votar; es una idea del mundo; se fortalece con la imaginación y el cuidado de sus objetivos; es también una metafísica de la colectividad y un horizonte de convivencia. El asesinato de decenas de candidatos políticos la fisura todavía más, la hace parecer tan superficial que ni un idealista podría augurarle un futuro utópico.
Lo anterior es muy peligroso porque la historia del siglo XX (Japón, España, Italia, Latinoamérica, etc.) muestra que el fascismo regularmente sucede al fracaso de las democracias. Karl Popper preguntaba: "¿Cómo podemos organizar nuestras instituciones políticas de forma que los gobernantes malos o incompetentes nos causen sólo el mínimo daño?" Popper oponía esta pregunta, hace 40 años, a la de si era mejor estar del lado de los capitalistas o de los trabajadores.
Los asesinatos recientes son desoladores para cualquier pragmático razonable. Los idealistas se limitan a plantear horizontes para el futuro, ya que no se atisban escenarios de confort social en las próximas décadas y los criminales continuarán impunes, lejos de quien los castigue y humille tal como ellos hacen cuando les viene en gana.