Hotel Colón
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Hotel Colón
El ruido era monótono, sordo, interminable; pero sin ser enfadoso. El agua, el chorro de agua escurrió de la canal toda la noche, todo el día y toda la noche de nuevo… por 72 horas llovió en Zacatecas y escurrió el agua de lluvia la cual se precipitó con furor en las baldosas rojas. Específicamente en la Avenida Ramón López Velarde. Primero, el chorro de la canal me despertó a media noche, luego, me arrulló con su tintineo monacal y volví a quedar sumido en un sueño profundo y reparador…
Vine a Zacatecas, mi ciudad adoptiva, por cuatro-cinco días, a entregar colaboraciones en una revista de literatura y recibir un sobre con mis emolumentos respectivos. Poca plata, en honor a la verdad. La ciudad está envuelta en una grisura de cielo pero no de discurso. Pasado por agua, en las múltiples plazas y callejones se desarrollaban los montajes del “14vo. Encuentro Internacional de Teatro Callejero”; a la par, llegó a la meta, sí, a Zacatecas como meta, la mítica “Carrera Panamericana”. Una tarde y noche completas de jolgorio, marcas, patrocinadores y espigadas edecanes enseñando sus diminutas bragas, esperaban a los conductores y aficionados. Autos de fantasía hicieron rugir sus motores y la tranquilidad habitual del Centro Histórico (este sí, Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO. No como el remedo y calamitoso de Saltillo) se quebró por horas.
En medio de tanta bulla, mitote y banda, he encontrado una mazmorra casi medieval donde alojarme. Un mesón en el cual alguna vez se me negó habitación por estar saturado de viajeros. Hombre de costumbres, llego por lo general a dos hoteles casi en ruinas. En ellos me siento a gusto y a mis anchas. Hoy, para romper rutina, enfilé mis pasos al “Hotel Colón”, el cual sí tiene habitaciones disponibles. Me dieron el paradero 35, a la cual se accede, se desciende por unas escaleras vetustas y se llega a sus aposentos, insisto, casi una mazmorra. No hay luz de día. La celda es confortable, limpia, sin ostentaciones y tiene lo básico para mí: una mesa de trabajo, silla acojinada y silencio ensordecedor.
Silencio el cual fue roto por el chorro de agua de lluvia la cual y aquí por el huracán “Patricia”, no dejó pedazo de tierra seco. No hubo estufa la cual calentase el ambiente. Nada. No hay luz de día en mi mazmorra. Un visillo de ventana apenas, es un único contacto con el mundo exterior; mi habitación está en el sótano. Hotel sin pretensiones y perfecto para mí. Ya instalado, fui a saludar a amigas y amigos escritores. He visitado los mismos restaurantes y las mismas cafeterías en un círculo moroso. Nunca lo altero.
Esquina-bajan
Al describir para usted lector, este hotel y la habitación, mi refugio, me ha dado un momento de efímera felicidad. Felicidad la cual se ha evaporado cuando leo una espléndida crónica-reportaje en el diario ibérico “El País”, el cual aquí llega a media mañana, puntual, sin fallar. La crónica duele en el alma. Y esto y no otra cosa es México. Un México bronco, bárbaro, violento y sanguinario, el cual nunca se ha ido. El lunes 19 de octubre, en Ajalpan, municipio del Estado de Puebla, dos jóvenes fueron linchados y quemados vivos por una turba enardecida del pueblo.
En las redes sociales, sí, en este pueblo olvidado de Dios y las autoridades hay redes sociales y Facebook, un reguero de pólvora prendió: había “robachicos”, había secuestradores en el pueblo. Mismo rumor el cual habita en aldeas como Monclova o Torreón. Y ese día, para desgracia de José Abraham Copado Molina y su hermano, Rey David, encuestadores de una marca de marketing, fueron señalados de ser los secuestradores. La turba se los arrebató a los policías, los apalearon y los calcinaron vivos en la plaza principal en una hoguera de leña, trapos y gasolina. No, de nada valió el linaje escogido de los nombres propios de los hermanos carbonizados: José Abraham y Rey David. La madre fue a recoger sus cenizas el jueves 22.
Para desgracia de todos, el linchamiento es un fenómeno frecuente en México. Entre el 1 de enero de 2014 y octubre de 2015, hubo 24 casos de venganza los cuales terminaron en asesinato. 48 casos más quedaron en tentativa de homicidio colectivo. ¿Justicia por mano propia? Sólo el 7 por ciento de los delitos cometidos en el País terminan con sentencia. Pero esta vez, eran inocentes. Si conociéramos el futuro, estimado lector, tal vez no saldríamos de la cama. El lunes 19, sin saber que sería el último de sus días, José Abraham y Rey David Copado Molina se levantaron de su cama para morir linchados, molidos a golpes y luego, quemados vivos.
Letras minúsculas
Fueron asesinados por una turba enardecida, amamantada en Facebook. La hoguera del salvajismo. Ese día no dejé la cama de mi habitación en el Hotel Colón…