Honor a quien honor merece
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Honor a quien honor merece
Belén Casa del Migrante de Saltillo fue reconocida con el Premio de Derechos Humanos que cada año otorga la Comisión Nacional Consultiva de Derechos Humanos de Francia.
Éste debe ser un ejemplo y orgullo para los saltillenses, por el gran esfuerzo que esta institución desempeña en favor de los migrantes que cruzan por nuestro territorio hacia Estados Unidos. El último es uno de los muchos reconocimientos que ha recibido el albergue ubicado en la ciudad de Saltillo, para fortuna nuestra.
Sin embargo, para vergüenza de los saltillenses, en días pasados Aguas de Saltillo redujo al mínimo el servicio de agua, con el riesgo de un corte definitivo. Quienes participan en el buen funcionamiento del albergue se vieron sumamente angustiados. Una deuda de más de 450 mil pesos ocasionó dicha limitación, y las autoridades y la comunidad actuaron en general con frialdad e indiferencia. Voltearon las caras en dirección opuesta. Lo más que hicieron algunos fue pedir a Dios que los ayudara. ¿Y la cuenta $?
El arreglo al que se llegó entre la Casa del Migrante y Aguas de Saltillo es que se pagaría la deuda en plazos, ya que la empresa no consideró ninguna otra opción. ¿Y cómo retribuyen al padre Pedro Pantoja, a Alberto Xicoténcatl y a todos los que participan en el albergue, por el trabajo que desempeñan? ¿Por qué Aguas de Barcelona y/o el Municipio de Saltillo no apoyan –con sus millonarios dividendos anuales– a la Casa del Migrante? ¿Por qué no lo hicieron las familias saltillenses, los clubes de servicio o las empresas? La ciudad entera, encabezada por el Alcalde, debería de reconocer la labor y otorgarles su apoyo en forma permanente.
Es increíble que seamos tan indiferentes a las situaciones de inhumanidad que otros sufren, parecemos una sociedad anestesiada, tristemente alejada de lo humano. Y lo peor es que esta actitud se ha acentuado en las nuevas generaciones. Quizá, no lo sé, la indiferencia hacia el otro, sea uno de los principales motivos de suicidios. Nos hemos distanciado de la preocupación por la dignidad y de la solidaridad con nuestros hermanos migrantes, indígenas, obreros, con aquellos que son diferentes a la mayoría y con los más pobres de la sociedad.
Vemos como normal aquello que nos debería indignar profundamente. Nos hemos dormido en la comodidad del consumo, el éxito y la producción, viviendo en nuestro nicho de confort. Nos hemos encerrado en las cuatro paredes de nuestro individualismo, lo que ha creado un tipo de persona nueva: “la persona individual” que está vinculada directamente al hecho de que por primera vez en la historia los individuos disfrutan de objetos propios, espacios propios y comportamientos realizados en soledad. Diríamos que este nacimiento de la persona individual provoca un ensimismamiento hacia uno mismo y un extrañamiento hacia lo ajeno, basando nuestra identidad más en lo que nos diferencia de los demás que en lo que nos une.
Hace años –al norte del estado de Nueva York– apareció la siguiente noticia en uno de los periódicos locales: “Se quita la vida por la indiferencia de la gente”. En uno de los caminos vecinales, con una temperatura de menos 180 C, se encontró un auto cubierto de nieve y su conductor con un balazo en la cabeza. Jeffrey Sanders no soportó la indiferencia de quienes pasaron junto a su vehículo descompuesto durante varias horas sin prestarle ayuda, y escribió este mensaje antes de jalar del gatillo. “Me duele más la indiferencia de la gente, que el dolor que siento por el frio”.
Robin Williams, actor estadounidense comentó: “Solía pensar que la peor cosa de la vida era terminar solo. No lo es. Lo peor de la vida es terminar con gente que te hace sentir solo”. El 11 de agosto de 2014 se suicidó.
Somos incapaces de alzar nuestra mirada hacia el necesitado, porque estamos atentos al llamado de nuestro celular o a cuidar las formas sociales, que son más fuertes que la propia humanidad de nuestras conciencias. El amor por uno mismo está haciendo desaparecer el amor por los otros y nos ha llevado a la discriminación y estigmatización de nuestros semejantes.
Entre los elementos de esta crisis de valores morales que podemos palpar están: la crisis de la VERDAD (con mayúscula), la crisis del hombre, la muerte de Dios, la búsqueda y el ejercicio del poder, la banalización del mal, la falta de atención a las cuestiones afectivas, la sobrevaloración del dinero y de la moda, la construcción de la vanagloria del yo, la explotación del trabajador, la indiferencia y la negación del caminante, del que necesita y requiere ayuda. Solidaricémonos con la Casa del Migrante, que nos necesita, y encontremos los mecanismos para proceder a ayudarla.