Homenaje de alumno saltillense a su querido maestro

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Homenaje de alumno saltillense a su querido maestro

Homenaje. Profesor Javier Villarreal Lozano. ARCHIVO
Sus chascarrillos, siempre inteligentes, hacían de la clase un auténtico ejercicio de pensamiento

Del maestro Javier Villarreal Lozano guardo gratos recuerdos y anécdotas dignas de mención, tanto en el aula de clase, como en la escuela de la calle, que es mi escuela.

Varias materias, pero un montón de conocimientos recibí de mi profe Villarreal, de quien decían los docentes de la entonces Escuela de Ciencias de la Comunicación, era algo así como una biblioteca ambulante, y yo pienso lo mismo. 

Varias materias me enseñó el maestro, Historia Regional y Redacción 2 y 3, la verdad es que ya no recuerdo bien cuántas redacciones, pero sí que una fue crónica, mi fuerte, según yo, en el periodismo.

“Peña, más vale que te repruebe la escuela a que te repruebe la vida”, me dijo el profe Villarreal un día que, pendejamente, me molesté porque me destrozó, hizo pedazos, un texto que, según yo, era la octava maravilla del mundo.

Iluso de mí y qué razón tenía el profe.

Ciertamente no era un maestro regañón ni mucho menos tirano, todo lo contrario.

Poseía el don de enseñar y enseñaba.

Sus chascarrillos, siempre inteligentes, hacían de la clase un auténtico ejercicio de pensamiento.

Como aquella vez que nos pidió que agarráramos un cuento, el que fuera, y cambiáramos la historia: una introducción, un clímax y un final distintos.

Que si podría usar yo el de “La Cenicienta”, le pregunté.

“Sí, claro, nomás no me vayas a convertir a las hermanastras en lesbianas…”, contestó Villarreal carcajeándose.

En cada cátedra que impartía el maestro Villarreal soñaba, soñaba, soñaba y nos hacía soñar a nosotros con frases como “cuando trabajes en el New York Times”, y luego remataba con una de esas repentinas chispas de buen humor, “aunque te recomiendo mejor Playboy, es más divertido…”.  

De él mamé esa pasión por lanzarme a la calle, platicar con gente, contar historias, según yo, del submundo, de los bajos fondos.

“Peña, el que se la vive destapando cloacas, termina oliendo a caca…”, me reprendió mi maestro un día en su oficina maravillosamente repleta de libros, borradores, papeles y más papeles.

Recién salí del cascarón, es decir de la escuela, me había incorporado yo el catorcenal Espacio 4, mi otra escuela, del cual en aquella época (finales de los 90), el profe Villarreal era director. 

Y empecé, porque así me lo ordenó él, escribiendo uno de los géneros que más me gustan: La crónica urbana.

Villarreal y la maestra Conchita Recio habían inventado una sección en la que yo escribía un texto callejero, pintoresco, sabroso, picante, y que mi compañero de generación, Pancho Vázquez, adornaba con un cartón muy a su estilo.

Como ya dije, eran textos callejeros que yo trataba de sazonar con palabras floridas, el habla de la gente del barrio, y frases en doble sentido

“Peña, eso de usar maldiciones y albures, tiene su chiste, no es usarlas así como así, tiene que haber una justificación, si no, no sirve…”, me dijo.

Y luego me soltó:

“¿Entonces qué, Peña?, ¿me entregas la crónica esta semana?, ¿O la que entra?”, preguntó.

“La que entra”, respondí inocente de mí sin captar la doble intención de la pregunta.

“Ja, ja”, se rió Villarreal y dijo: “ya ves, te alburee y ni cuenta te diste…”.

Así era mi profe Javier Villarreal y éste es un recuerdo a su memoria.