¿Hombres o payasos?
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¿Hombres o payasos?
Hace algunas lunas, publiqué en este espacio la nota necrológica del sentido fallecimiento del escritor defeño Ignacio Padilla (1968-2016). En esta nota, me detuve un tanto en una arista que noté a bote pronto y que, según a mi juicio, era negativa. Es decir, llamé la atención de que todo mundo hacía referencia al escritor como un escritor químicamente “puro”. Dictamen un tanto peyorativo si usted quiere, pero ésa fue mi tesis. En un México eternamente de rodillas y con la cabeza gacha, con escritores controlados por el poder (el otorgamiento de becas) o acotados (viajes, encuentros, seminarios y publicaciones) por dicho poder, noté y advertí que ya no había vocación crítica, ni rebeldía como un accionar de vida cotidiano y menos como una propuesta viable de enfrentar al poder omnímodo y tiránico concentrado en pocas manos, mediante la siempre peligrosa labor de empuñar una pluma y arrastrarla sobre papel blanco.
Ésa fue mi tesis. No pocos comentarios recibí y coseché. Para bien y para mal. Para mí, la apreciación era de “escuela primaria”. Digamos, es una apreciación de base lisa. Si usted repasa la vida diaria en Iberoamérica la observará como una sola: compacta, dura, un solo continente en muchos aspectos. Padilla recorrió en sus giras pagado como literato o como hombre de la política pública oficial, un continente donde se suceden la corrupción galopante de sus políticos (España, Venezuela, México, Colombia, Guatemala, Brasil…), sucesión de matanzas y masacres (México, Perú, Colombia, El Salvador…), comunidades enteras depredadas por el flagelo del narcotráfico (México, Honduras, El Salvador…); todo, todo lo cual pasa frente a nuestros ojos para inundarlos de dolor y llanto, de rabia y de impotencia. Situaciones que obligan a contarlo y tomar partido. Según mi juicio personal y manera de entender a la literatura y el periodismo.
Pues bien, rematé en aquella ocasión, no veía este viso, este anhelo de libertad de las últimas generaciones y promociones de escritores (con excepciones, claro. Ínsulas, no camadas), los que son químicamente puros (el elogio que se le hizo a Padilla), pero sin voz propia y menos crítica flamígera. Apenas con un día o dos de diferencia, en España (8 de septiembre), el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, al ser investido “Doctor Honoris Causa” por la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo (UIMP), en su discurso flamígero, habitual en él, reivindicó la necesaria relación del escritor con la vida pública, la literatura comprometida y de plano se quejó de que esto ya había desaparecido en la nueva generación de literatos.
Esquina-bajan
¿Ya lo notó? Mi tesis sobre la pureza y ascetismo en Padilla y la gran mayoría de escritores en México. Es decir, estos escritores tienen las tres propiedades del agua: incoloros, inodoros e insípidos. De aquí la cosecha de premios que muchos de ellos obtienen. Se premia su “pureza”, pues. Políticamente correctos y adocenados con el poder político en turno. Vargas Llosa, siempre escritor, siempre periodista, dijo socarrón: “Muchos escritores se han separado de la vida pública y hasta sienten cierto desprecio por la política. Pero yo creo que el escritor siempre debe de estar en ese ámbito, no puede estar aislado como Marcel Proust, que mandó forrar las paredes con corcho para que no le llegara ningún ruido exterior. Esa imagen me produce espanto”.
El ser periodista (Vargas Llosa es periodista, sigue manteniendo una columna en varios diarios del mundo, “Piedra de toque”, incluida aquí en VANGUARDIA) es “una manera de estar siempre insertado en la realidad”. El peruano nacionalizado español tiene razón: lejos quedaron los días de una escritura combativa o un periodismo que derrumba presidentes o ídolos de barro. Lejos quedaron los días del buen periodismo y las buenas letras que desembocaban en aguerridos textos del lado de los que menos tienen, de los menos favorecidos.
¿Hombres o payasos? Mario Vargas Llosa en su cátedra en Santander, España, habló de eso que hoy es un divorcio evidente: el oficio de escribir con la responsabilidad cívica y la defensa de la libertad. Algo irrenunciable. Prueba de ello es uno de sus más recientes textos, la novela “Cinco esquinas” ambientada en el periodo turbulento del expresidente y “dictador” de Perú Alberto Fujimori y su todopoderoso asesor Vladimiro Montesinos. Todo esto coronado por el ascetismo o pureza de la prensa que no reclama como suyo su papel protagónico que siempre ha tenido junto a los grandes cambios de la humanidad.
Letras minúsculas
Cuánta falta hace gente de la estatura de Mario Vargas Llosa: un escritor comprometido con la libertad, la buena prosa y la crítica flamígera al poder político.