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Historias de celebración y aceptación: Orgulloso de ser quien soy...
El Mes del Orgullo es un momento de celebración y aceptación. Se levantan banderas arcoíris, la gente acude a los desfiles y las personas identificadas dentro del movimiento LGBT+ y sus aliados, portan sus mejores accesorios. Pero también es un momento para homenajear a las personas que han inspirado a otros, que se han convertido en iconos culturales a través de su vida y obra.
En honor al Mes del Orgullo, VMÁS te presenta dos textos inspiradores para celebrar este día, con la colaboración de dos periodistas y escritores mexicanos, Humberto Vázquez y Omar Ramos, quienes nos platican de aquellas personalidades que los inspiraron a amarse y a estar orgullosos de ser ellos mismos.
‘De Sonido Mazter a Madonna’
Humberto Vázquez
Periodista, escritor y creador del podcast ‘¿Tienes 5 minutos para hablar de jotería?’
@perosigosiendoelgay
Crecí en un barrio obrero de Monclova, en donde las calles desiertas te regalaban música a cada paso que dabas. Al interior de las casas siempre había baile. Con 40 grados a la sombra, tratamos de olvidar el calor cantando, bailando con una cheve en la mano y fingiendo que estamos a unos pasos del mar. No es casualidad que muchos de los grupos que escuchamos tienen el trópico en sus nombres. Estamos lejos del Caribe, pero todos en Monclova añoramos, sufrimos, suspiramos por una playa que ya no existe. Y digo que ya no existe porque hace millones de años Coahuila formaba parte del mar de Thetys y adivinen quien se quedó con el clima extremoso, pero sin una gota de agua.
Monclova es una ciudad trans, nació en el cuerpo y el clima equivocados. Esta ciudad quedaría bien a un ladito de Mérida, pero se me hace que el diablo la castigó por arrabalera, bailadora y feliz. De castigo la mandó al norte y como grillete le puso esa horrible bola de acero llamada Altos Hornos de México. Y así como Monclova es una chica trans, sus habitantes se travisten con singular alegría. En el día andan encuerados en ‘chor’ y patas de gallo, los más recatados traen sus playeras con diseños de palmeras compradas en la pulga de frontera. En el día, Tropicalísimo Apache y Sonido Mazter suena a todo volumen y todos a la baile y baile, como si no existiera un mañana. Pero apenas se mete el sol y todos a sacar la bota de piel de víbora, cinto ‘piteao’, el sombrero y la camisa a cuadros.
En ese ambiente fui niño o niña, ya ni se. No, nunca renegué de Banda Cañón o Los Cardenales, yo le entraba y le sigo entrando a todo, repito: A-to-do. Pero así como Monclova era una trans declarada y sus habitantes orgullosas travestis. Yo también me di permiso: “Voy a dejar que se me caiga la manita”. Se me daba natural, no lo busqué, no lo pedí, solita se me empezó a tronar la reversa y qué creen, la ciudad trans y sus habitantes vestidas, me empezaron a ver raro y empezó la cantaleta: “No camines así”, “no hables así”, “no cruces la piernita”, “quítate esos tacones niño, cómo se te ocurre, acaso eres maricón”.
Y entonces agarré la manita, esa que a cada rato se me perdía, la lavé y la metí hasta el fondo del closet y le metí candado. Pero a los 12 años hubo un terremoto en mi corazoncito cuando mi amigo David me grabó el casete de esa mujer que abrió de una patada el closet, sacó mi manita y me la regresó con una condición: que se me cayera cuando me diera la gana. Madonna se llama esa Juana de Arco del joterío, la única santita a la que prendí veladora y a la que nunca voy a olvidar porque cuando nos conocimos traía corsé dorado, chichis picudas y debajo del brazo su álbum: “Like a Prayer”.
Sería mi amor por los tambores, pero de inmediato me puse a bailar como poseído eso de “Express Your Self” y a ensayar la coreografía. Cuando agarré un diccionario inglés español, la letra me voló la cabeza. Nunca volví a ser el mismo. En ese entonces estaba en sexto de primaria, estaba enamorado de mi mejor amigo buga y Madonna me acorraló en el recreo.
“Vamos chicas/Creen en el amor?/Porque tengo algo que decir sobre él/Y creo que dice así/No vayas por el segundo lugar cariño. Pon tu amor a prueba/Tú sabes, sabes lo tienes que hacer/Haz que él exprese sus sentimientos/Y tal vez sabrás si tu amor es real”.
Mi respuesta ya saben cuál fue. Podría decir mil cosas sobre Madonna y de cómo llegó a iluminar mi vida desde que era un adolescente gay. Pero voy a resumir que cuando estaba confundido y buscaba un modelo a seguir, cuando estaba en busca de mi identidad, cuando me daba miedo lo que sentía y mi familia, mis amigos, en la escuela y en la iglesia me enseñaron que traía el diablo adentro, que era una aberración de la naturaleza, cuando me inyectaron vergüenza y trataron de que remara en contra de mí mismo, ella, con su música, su talento, su irreverencia, su feminismo y sus ovarios grandotes luchando en un mundo de ‘onvres’, me tomó de la mano y me acompañó en el camino de ser yo y no un yo a medias, sino un yo con la frente en alto, un yo con hartos ‘guevos’.
Esa canción fue el inicio de esta fraternidad, de décadas de una amistad a prueba de balas, de esa complicidad y de ese culto que profesamos millones de personas en el mundo y cuya palabra, cuyo evangelio enseña casi nada: Que seas tú mismo, que nunca te avergüences de sentir como sientes, de querer como quieres, de depositar tus cariños y tus labios en donde mejor te parezca y sobre todo amar, amar sin miedo, amar con los brazos abiertos, amar como se te pegue la gana, pero amar.
“Love is Love” y eso me lo enseñó ‘the only queen’. Esa mujer que es bruja, curandera, chamana, madre de las almas aporreadas y sobre todo una poderosa cantante que es virgen, reina, guerrillera y bruja a la vez.
Cuando la vi por primera vez salí con la certeza de que ella tenía pacto con el diablo. Cargaba con casi 60 años y arriba del escenario hacia circo maroma y teatro, y además cantaba en vivo. Esa noche pasó como un huracán que nos dejó con la boca abierta. Esa noche todos nos preguntamos lo mismo: ¿De qué está hecha?
La última vez que la vi, antes del concierto aparecieron unos enviados del universo y por cosas raras de la vida y de cómo a veces se acomodan los astros, me seleccionaron para verla desde la primera fila. No lo podía creer. Solo diré una cosa: Esa noche lloré como loco, viaje a mi niñez apaleada en Monclova, luego a mi adolescencia cuando la conocí y le tomé de la mano para nunca soltarla. Gracias Madonna por enseñarme el camino y por hacerme sentir orgulloso de ser quien soy. Larga vida a la reina que me enseñó que solo con el corazón se puede ver bien, que lo esencial es invisible a los ojos. ¡Feliz día del orgullo LGBT+!
‘Ponerme los tacones’
Omar Ramos Periodista, escritor y activista LGBT+
@orramos
Algo cambió en mí cuando vi a Jonathan Van Ness desfilar en la entrega de los Emmy en 2018 en una blusa en mesh y una falda de lentejuelas, ambas firmadas por Maison Margiela, clutch de Prada y botines de Pierre Hardy. El pelo era soberbio, relamido para dejarlo caer al final. Jonathan estaba tomando esto en serio, no se estaba ‘vistiendo de mujer’, no lo hacía en tono de burla como Trey Parker y Matt Stone en el Oscar del año 2000. Van Ness estaba expresando su identidad de género, lo hacía en uno de los escaparates más respetados en la industria y lucía feliz.
El protagonista del show “Queer Eye”, no solamente me cambió a mí, cambió a la industria de la moda y el concepto de masculinidad. Desde ese momento, comenzamos a vivir una serie de cambios sobre lo que los hombres deben de vestir o no en los medios, y por ende, en nuestras vidas diarias. Tiempo después, el también renombrado estilista declaró que es un hombre que vive con VIH y que es indetectable, es decir, que tiene una carga viral tan baja que no puede transmitir el virus. Con esto, se convirtió de inmediato en uno de los activistas más destacados; tener el valor de hacer una declaración de esta naturaleza con todo el estigma que existe allá afuera sobre el VIH, es un acto heróico.
Parece que Jonathan no le tiene miedo a nada. A ser todo lo ‘femenino’ que se le dé la gana, a ponerse tacones, a hablar fuerte y exagerado, a poner sobre la mesa el VIH, a educar a millones de personas en todo el mundo, a convertirse en patinador artístico, una de sus pasiones. Al verlo, se desvanece esa capa de miedo que me ha acompañado por el hecho de ser un hombre gay y me motiva a luchar, a ser frontal en mis convicciones, me obliga a ser un mejor ser humano. Jonathan Van Ness me inspiró a ponerme mis primeros tacones y por ende, a sentirme más hombre que nunca.