Historia de dos mujeres. Sin mucha historia las dos.

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Historia de dos mujeres. Sin mucha historia las dos.

De dos mujeres voy a hablar...

—¿De dos únicamente, licenciado?

—¿Quería usted más?

—Bueno, es que...

—Mire: una sola mujer -la que usted quiera, escójala al azar- da material a cualquier hombre para escribir sus Obras Completas, con un apéndice además. ¿Y le parece poca cosa que escriba yo de dos?

—Perdón, es que como usted escribe tanto...

—Sí, pero de política y otros variados temas como higueras, perros, nietos, santitos, discos viejos, etcétera. Eso cualquiera. Si escribe usted de mujeres debe escoger una nomás. Eso nos lo aconseja Tirso de Molina, que era cura y sin embargo sabía mucho de mujeres, dicen —vaya usted a saber- que por el sacramento de la confesión, ahora llamado reconciliación, término que suena menos dramático y más acorde con los tiempos.

—Tiene usted razón, licenciado, perdone. Y ¿de qué dos mujeres va usted a escribir hoy?

—Cualquiera da material en abundancia, ya le digo, sea Cleopatra o sea Malole García de Treviño, que tiene un estanquillo y ha estado enamorada en secreto desde hace mucho tiempo de Andrés García “Chanoc”.

—Malole... Ha de ser de Monterrey.

—De Monterrey es, en efecto. Lo felicito por su perspicacia. ¿No lo han invitado a formar parte del equipo de transición?

—Todavía no, licenciado, pero no pierdo la esperanza.

—Es lo último que muere. Pero dígame ¿cómo supo usted que esta Malole era regiomontana?

—Por el nombre. Malole es diminutivo de María del Roble, y esta Virgen es la patrona de Monterrey. Acuérdese usted de cuando iban los saltillenses a los toros, y al entrar todos en bola a la plaza les gritaban aquello de: “-¡Ya llegaron, hijos del Santo Cristo!”, y el Caifas les respondía: “-¡Sí, cabrones! ¡Venimos a pedir la mano de la Virgen del Roble p’al Patrón!”.

—Por favor; no vayamos a escandalizar a alguien con esas barbaridades.

—Me extraña, señor licenciado. Peores ha dicho usted, y a lo mejor hecho, si me perdona el atrevimiento.

—Nos estamos apartando del tema. Yo dije que iba a escribir de dos mujeres, y mire usted a dónde nos llevó la plática. Y ni siquiera le he dicho todavía de cuáles dos mujeres voy a hablar.

—¿Me lo puede decir?

—Con mucho gusto. Después de todo usted es el lector, y para usted escribo. Voy a escribir acerca de una muchacha joven y bonita que tenía un salón de belleza y salía sin medias a la calle cuando aquello era un escándalo en Saltillo. Y voy a escribir también de su vecina, soltera quedada ella, muy devota de San Juan Nepomuceno, que veía por la ventana de su casa los ires y venires de la muchacha que no se ponía medias cuando salía. ¿Le parece interesante el tema?

—Sí, claro. Pero, la verdad, me pareció más interesante aquella Malole, la de Monterrey; la que dice usted que está enamorada de “Chanoc”.

—Eso me lo contaron, a mí no me consta.

—Licenciado: perdóneme otra vez. Si escribiera usted nada más de lo que le consta publicaría un artículo por año, cuando mucho, y no tres cada día.

-¡Mire! No había pensado en eso, pero tiene usted toda la razón. En fin, mañana le contaré esa historia saltillera, la de la muchacha bonita que salía sin medias a la calle y la de la soltera quedada que la veía por la ventana. ¿Le parece?

—Sí.

(Continuará).