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Historia de dos estadios

Nuestro estadio Madero es tan viejo como el Shea Stadium. Ambos se inauguraron en 1964, pero el estadio de Queens es ahora un mero recuerdo

Hoy da inicio la Serie Mundial y los Mets de New York intentarán adjudicarse su tercer título de MLB enfrentando a los Royals de Kansas City.
 
Aunque es la quinta vez que los neoyorkinos disputan el también llamado Clásico de Otoño, lo harán por vez primera en el Estadio Citi Field, su casa desde la Temporada 2009.

La sede de los Mets solía ser el Shea Stadium (William A. Shea Municipal Stadium), ubicado en el Distrito de Queens, en New York. Dicho estadio, aunque dio servicio durante poco más de 40 años (de 1964 a 2008), llegó a ser uno de los inmuebles más longevos de Grandes Ligas.

No obstante albergó también por dos décadas a los NY Jets de la NFL, las glorias del Shea Stadium no se circunscriben al ámbito deportivo. En 1965 entró a la historia de la música cuando sirvió para ofrecer el primer concierto masivo al aire libre:

El Shea Stadium puso las butacas para 55 mil espectadores, mientras que la música corrió a cargo de The Beatles (aunque los cuatro de Liverpool reconocieron posteriormente que no se podía escuchar un carajo).

Ningún mérito, sin embargo, le valió el indulto a este parque de beisbol que sin piedad fue demolido hace ya siete años para erigir en su lugar al Citi Field.

En materia de infraestructura, el gringo no sabe dar cabida a la nostalgia, y todo es que se junte una buena idea con un inversionista y algún novedoso plan de financiamiento para levantar cualquier sueño por descabellado que sea.

En México (como en tantas otras partes del mundo) no podemos permitirnos estos lujos. Nuestros estadios se remodelan, se acondicionan, se adecuan a las necesidades que exijan los tiempos, pero la demolición de algo que aun sirve es prácticamente impensable.

Nuestro glorioso Estadio Madero del bulevar Valdez Sánchez es tan viejo como el Shea Stadium. Ambos celebraron su partido inaugural en 1964, pero mientras el estadio de Queens es ahora un mero recuerdo, el hogar de los Saraperos en cambio es uno de los activos y patrimonios de nuestra ciudad.

Este contraste es normal o, si lo prefiere, comprensible, partiendo del hecho de que la economía en nuestro País está perpetuamente deprimida a pesar de que nuestros desgobernantes insisten en que hemos caminado siempre por la senda del desarrollo. ¡Hombre! ¡Menos mal! ¡Imagínese si nos trajeran por Bitterness Street! (o sea, la Calle de la Amargura).

De tal suerte que a nosotros nos queda vedado el sueño de estrenar alguna instalación bonita y moderna durante esta vida y la que sigue. Nos resignamos a preservar lo mejor posible aquello que tenemos y así quizás un parque de béisbol llegue a ser tan vetusto como un edificio colonial y entonces el INAH ya no nos permita demolerlo.

Vivir bajo una norma de austeridad no es tan terrible, hay cosas mucho peores que el no participar de la cultura de lo desechable, créame.

Malo se vuelve cuando el Gobierno, el mismo responsable de que vivamos en permanentemente estado de frugalidad, no se apegue a este espíritu de economía. 

Hace un par de años el Gobierno decidió demoler el Edificio Coahuila, una de las contadas edificaciones verticales  del Centro de Saltillo y en general de esta  capital.

Muy bien. ¿Y qué proyecto justificó la demolición de un complejo de oficinas públicas? La construcción de la Plaza Ateneo, ni más ni menos.

-Ah, muy bien… ¿Y cómo les quedó, oiga?        

Pese a la pompa y circunstancia con que fue anunciada, cacareada y posteriormente inaugurada; pese a que esta plaza se nombró en homenaje a mi Escuela de Bachilleres, tardé casi un año en conocerla y percatarme de que la Plaza Ateneo, proclamada por la prensa lisonjera como un importante lugar de recreación, un espacio para la cultura y una millonaria inversión, no es sino una plaza de rancho.

Anodina, plana, indiferenciable de cualquier plaza pueblerina, tanto así que uno se pregunta cómo es que el corte de listón ameritó la presencia de la máxima autoridad estatal.

En serio que si juzgamos la obra por su relevancia o valor estético, era como para que el Subsecretario le ordenara al Director que mandara al Godínez en turno a que le avisara al gato del gato del gato que se presentara muy bañadito en representación del Góber para la ceremonia inaugural.

Aquel proyecto desoyó por completo, en su momento, el consejo del Colegio de Arquitectos, como desoyó también al sentido común, lo que prueba que cuando al Gobierno se le pone hacer algo, lo va a hacer pese a la oposición popular, los inconvenientes o los gastos (¿eso como por qué habría de ser obstáculo tratándose de dinero público?)

Hoy las ociosas manos de un gobierno “desquehacerado” tienen la intención de practicarle cirugía mayor a la Plaza de Armas, propósito que de inmediato encontró el rechazo de un sector de los ciudadanos.

El proyecto quizás no resultaría tan aborrecido de contar desde su intención con el mínimo de transparencia que sería deseable; en cambio, carece de la más precaria excusa, por no recordar que no fue presentado por los canales adecuados.

No, señor. Este Tercer Mundo al que nos han confinado nuestros demagógicos gobiernos no nos permite darnos el lujo de destruir para reconstruir así como así, sin una justificación, y menos cuando se trata del dinero público.          
          
Falta aun mucho por decir, pero por hoy, que comience la Serie Mundial. ¡Go, Mets!