Herrero saltillense hace esculturas con restos de armas de fuego

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Herrero saltillense hace esculturas con restos de armas de fuego

“Éste es el cañón de un AK–47, éste el cargador de un AR-15, ésta era una pistola 38 Súper…”, me decía un cabo del Ejército un mediodía otoñal en los patios de la Sexta Zona.

Estábamos frente a un escudo del Heroico Colegio Militar, esculpido con pedacería de las armas recogidas en los puestos de canje de la ciudad y yo me quedé con la boca abierta ante obra tan perfecta.  

Pero me asombré más todavía cuando supe quién había sido el artista de tal escultura.

Era un hombre sencillo, sexagenario, de voz serena, amante de la paz y de la buena lectura, leía a Nietzsche.

Romeo se llamaba aquel nombre y no era ni siquiera un escultor, era un herrero de una historia entrañable.

Hijo de madre soltera, había crecido en el viejo barrio de Santa Anita y pensaba, de chico, que podía alcanzar la luna con las manos nomás de treparse a una escalera.

La primera vez que lo vi fue en esos patios de la Sexta Zona, cortando y soldando piezas de armas, todo un arsenal, que los guachos habían colectado y que, con seguridad, había pertenecido a los malandros y sus balas matado gente, vaya usted a saber.

Y vi cómo en las manos de don Romero esos artefactos de muerte se convertían en símbolos nobles, los símbolos del Ejército Mexicano.

Que un honor, me dijo don Romero una mañana lluviosa de domingo que platicamos en su casa, que había sido para él un alto honor haber colaborado en una causa de tal patriotismo y amor por la paz.

Don Romeo, que nunca en su vida había tenido ni mucho menos disparado una pistola, porque él era defensor de la vida.

Y yo me pregunté cómo en un hombre delgado, medio alto, con manos rudas, manos rasposas de trabajo, un hombre como tantos que vemos en las calles, podía caber tanta filosofía. 

Su modestia era tan infinita, no era una de esas falsas modestias, que hasta me pidió omitir su nombre y no quiso que le hiciera fotografías.

Entonces don Romeo pasó como un hombre anónimo, el perfil de un hombre anónimo, que se dedicaba a hacer monumentos a la paz con armas mortales.

Pero hoy he querido hacerle justicia, honor a quien honor merece, y revelar su nombre: don Romeo, se llama.