Herramienta del pensamiento y su difusión

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Herramienta del pensamiento y su difusión

La primera vez que un niño toma un lápiz en sus manos no imagina quizá que con esta acción, en la que participan dulces torpes movimientos, está construyendo una importante relación que podrá enriquecer a lo largo de su vida con su propio pensamiento. Una liga invisible la que le hace traer necesariamente las palabras que serán el reflejo de sus ideas, de sus sentimientos, de sus emociones.

La palabra, la que expresa toda esta gama de sensaciones, la que nombra a la imagen, describe los colores, alimenta la máquina de los aromas, es registrada por primera vez por unas manecitas que en un primer momento no se imaginan el día, hace miles de años, en que a alguien se le ocurrió tomar en las suyas un objeto con el cual imprimir un registro de su entorno.

Así, en Mesopotamia, el registro más antiguo que contabilizara bienes; así, los chinos, que en huesos como el caparazón de tortuga y los omóplatos de buey, apuntaban las cuentas o pretendían adivinar el futuro en ceremonias especiales. De igual modo los egipcios y sus tres tipos de escritura.

Pálidas líneas que ilustran un pasado poblado de riquezas, del cual es producto el pequeño niño que sostiene por primera vez un lápiz en sus manos. Con mis antecedentes, podríamos recordar aquí al poeta Walt Whitman haciendo referencia a tan bella, enigmática e inabarcable historia.

Todo comienza con el lápiz. El viernes pasado, en entrevista con Cristina Pacheco, en su programa transmitido por Canal Once, “Conversando con Cristina Pacheco”, el escritor Adolfo Castañón se refería al lápiz como el principio de la creación, en su importante relación con la palabra, la que retrata a la vida, la herramienta fundamental. La escritora se detuvo un momento en el objeto mismo, en el pedazo de madera y carbón, que es el instrumento para mostrar y hacer expresar al pensamiento.

Recordaban ambos a autores que solían escribir con pluma o con lápiz, y a quienes deseaban hacerlo quizá con ambos. Pero la reflexión fundamental iba en el camino de su importancia como la herramienta para poder ofrecer y transmitir al ser humano en su esencia. De ser el instrumento del hombre para acceder al conocimiento y poder difundirlo.

Hace unos años, en el 2009, se montó la exposición “Veinte años de Pixar” en el Museo Marco, de Monterrey, integrada por más de 500 piezas presentadas en diferentes técnicas y variados formatos. Se presentaron dibujos elaborados a lápiz, con carboncillo, pluma, pastel, gouache, acuarela y muchas otras técnicas, además de videos, uno de ellos promocional de la que sería entonces su próxima producción, el filme de “Up”, así como esculturas en arcilla, cerámica y resina.

En medio de todo ello, que refería el esfuerzo de cada creativo que participaba en las producciones, el ingente trabajo desarrollado, lucía un letrero colocado a la entrada de una de las salas que señalaba palabras más, palabras menos: “Todo comenzó con un lápiz”. Con esas sencillas palabras quedaba claro que la creatividad, el origen de todo pensamiento, de cada idea traducida en imágenes y colorido, había nacido con un simple lápiz en la mano.

Un simple lápiz: nada más, pero nada menos. Es oportuno recordarlo ahora en estos tiempos en que la tecnología pareciera que apabulla con sus miles y deslumbrantes luces: todo comienza en el acto sencillo de conectar, con el acto sencillo de establecer un camino de ida y vuelta entre el pensamiento, el uso de las palabras y una herramienta tan sencilla que puede llegar a alcanzar, como de hecho lo ha logrado, grandes empresas.