Héctor Cabello: Narrativa reunida

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Héctor Cabello: Narrativa reunida

Veinte años después de la ausencia del escritor saltillense Héctor Cabello, la Universidad Autónoma de Coahuila, tiene el acierto de publicar un volumen con su “narrativa reunida” bajo el nombre de “El último de los asombros”, a instancias de la poeta y editora Claudia Berrueto.

Cuatro libros se recogen en este volumen: “Mientras termina de maquillarse la muerte”, “Galería”, “Una larga y vieja bufanda” y su novela breve “Las luces de la pasión”, obra a la que el autor dedicó casi dos décadas de su vida.

A Héctor me unió una amistad profunda. Tal vez por eso Claudia supuso que sería (yo) uno de los “presentadores ideales” de este libro. Por desgracia y debido a ciertos compromisos de trabajo y de otro orden, me fue imposible fungir como tal en algunas de las presentaciones públicas que ya se han llevado a cabo en Coahuila.

Hace unas semanas, por fin, pude hacerlo en una Feria de libros y de lectura que organiza la Universidad Autónoma de Nuevo León. Para mi fortuna, Claudia estuvo presente, acompañándome, ante un público más bien reducido pero atento. Y digo “por fortuna”, porque a pesar de los veinte años transcurridos desde la muerte de Héctor, no logro acostumbrarme a la idea de que ya no está aquí.

Y como soy un redomado sentimental, sin la cercanía de Claudia –mi queridísima amiga Claudia, a quien me acerca la poesía, el arte y el amor-, es muy posible que me hubiese puesto a sollozar como un niño expósito ante la alarma de los asistentes.

No fue así, pero incurrí en uno de esos errores que mancillan y vulgarizan, en el peor sentido, la presentación de un libro: el anecdotario. Porque, después de todo, ¿a quién importa si compartí con Héctor Cabello tal o cual episodio de su vida –y de la mía? ¿A quién interesa de verdad la cotidianeidad repartida entre dos amigos durante poco más de una década?

Debí dejar de lado la anécdota y concentrarme en los libros que reúne este volumen. Lo otro suena a presunción, me parece. Además, el propósito no era el de contar anécdotas. No se habla de un escritor en primera persona del singular sino en tercera. Y lo que de veras importaba era su obra no nuestra amistad.

El hecho es que no quise escribir algunas cuartillas para leerlas esa tarde. Supongo que para mucha gente resulta abrumador permanecer sentada ante un tipo que no hace más que leer y más leer sus comentarios sobre la obra de un autor. Por eso opté por la improvisación, la “pensada improvisación”, me dije.

Para nada sirvió la previa reflexión en torno de la literatura de Héctor: caí en el mal de la anécdota. Sólo al final, por unos minutos, me detuve en su obra más ambiciosa: “Las luces de la pasión”, que es un tributo a una mujer heteróclita cuya relación con Nietzsche, Rilke, Wagner, Freud y otras lumbreras la convirtieron en un mito: Lou Andreas-Salomé.

Compleja y seductora, esta novela no es como muchas otras. De entrada, dudo que se trate de una ficción narrativa, en el sentido canónico. ¿Por qué? Porque, estrictamente hablando, no se cuenta una historia: Lou Andreas-Salomé monologa y dialoga con los personajes citados y otros más hablan, “simplemente” hablan.

¿De qué hablan todos ellos? ¿Qué dice ese coro de voces que componen la novela? Hablan de sí mismos, hablan desde una época que ya no existe más, hablan de sus encuentros, sus roces, sus rupturas, sus pasiones, sus descubrimientos, su soledad, sus perversas travesuras, su decepción… “Emma Bovary soy yo”, dijo Flaubert.

“Las luces de la pasión” es, en realidad, un catálogo de pasiones. Esta escritora rusa que concitó la admiración y la crítica de hombres y mujeres, respectivamente, también desató la libido y la creatividad de muchos artistas e intelectuales que, como Odiseo ante el canto de las sirenas, quedaron seducidos por la belleza, la inteligencia y la originalidad de una mujer que no parecía de su época.

Estos vuelcos de la emotividad, estos apasionados azotes con que la fortuna fustiga la vida de los seres humanos de cualquier momento histórico constituyen la materia prima de esta obra póstuma de Héctor Cabello, psicólogo menos por formación universitaria que por natural proclividad.

Uno, entre muchos intrincados ejemplos: parece extraño que un hombre como Nietzsche haya quedado prendado de Lou Andreas-Salomé casi al momento de conocerla, especialmente si sabemos lo que nuestro autor indica en la página 216 de esta edición: “Freud evoca la hipótesis: Se dice incluso que [Nietzsche] era un homosexual pasivo y que había contraído su sífilis en un burdel de hombres en Italia.”

Héctor consigna la fuente de donde fue extraída esta cita: Assoun, Paul-Laurent, Freud y Nietzsche, Fondo de Cultura Económica, México, 1986, p. 39. [Sic].

Porque la novela es una colección de “entradas” –a la manera de un diario íntimo- y de citas textuales más o menos breves: el resultado es interesantísimo, pues por un lado la obra se nos ofrece como el gran mural de una época extraordinaria pero también como un álbum secreto de fotografías en sepia, un álbum que susurra palabras, ésas que leemos en el texto.

Así, a partir de un personaje como Lou Andreas-Salomé, que sedujo a Héctor lo mismo que a los hombres de su momento, “Las luces de la pasión” es, al mismo tiempo, la crónica de infortunadas o “negociadas” pasiones y el transcurrir deslumbrante de un siglo a otro, esto es, del 19 al 20.