Hazañas
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Hazañas
“¿Eres virgen?”. Simplicio, joven varón sin ciencia de la vida, le hizo esa pregunta a Pirulina, muchacha sabidora, al empezar la noche de sus bodas. Con otra interrogación respondió ella: “¡Ay, Simpli! ¿En momentos como éste vas a ponerte a hablar de religión?”… La señora le dijo a su marido: “Nuestro hijo cumplió ya 16 años. Es necesario que platiques con él acerca de la cuestión sexual”. El marido obedeció a su esposa –todos lo hacemos– y se encerró en su estudio con el crío. Tardó más de una hora en salir. Cuando por fin hizo su aparición le preguntó la señora: “¿Hablaste con él de sexo?”. “Sí –replicó él–. Aprendí mucho”… En la merienda de los jueves comentó doña Jodoncia: “Antes de venir aquí le serví a mi marido una comida de siete platillos”. “¿De veras?” –se admiraron las señoras. “Sí –confirmó ella–. Le dejé sobre la mesa una pizza y un six de cerveza”… El padre Arsilio estaba confesando a uno de sus feligreses. Le preguntó: “¿Vas con mujeres malas, hijo?”. “Sí, padre” –contestó el sujeto. Sentenció el buen sacerdote: “De penitencia rezarás cinco rosarios de 20 misterios”. “Pero, señor cura –se azaró el tipo–. ¿No le parece demasiada penitencia por un solo pecado?”. “No te impongo la penitencia por pecador –replicó el párroco–. Te la impongo por tarugo. Vas con mujeres malas, habiendo tantas que están tan buenas”… Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, viajó a oriente en compañía de don Sinople, su marido. A su regreso invitaron a sus amistades a una cena para mostrarles las 2 mil fotografías que habían tomado en el periplo. A uno de los invitados le llamó la atención no ver entre las fotos ninguna que mostrara una pagoda. Le preguntó a don Sinople: “¿No vieron pagodas?”. Respondió él bajando la voz: “Le pregunté por ellas a un botones del hotel, pero estaban demasiado caras”… Dos jóvenes gays vivían en un departamento. Uno de ellos le preguntó al otro: “¿Supiste que se divorciaron Juan y Luisa, los vecinos de al lado?”. “No me sorprende –declaró el otro–. Esos matrimonios mixtos rara vez acaban bien”… Éste era un rey que tenía una hija. Tres pretendientes aspiraban a desposar a la princesa: Ikedo el samurái, D’Artagnan el mosquetero y Pancho el mexicano. Decretó el soberano: “El más diestro con la espada obtendrá la mano de Guangolina”. Así diciendo señaló a un mosquito que revolaba por la habitación. El samurái sacó su sable y de un tajo partió en dos al insecto en pleno vuelo. Otro mosquito volaba en torno de los espadachines. D’Artagnan sacó su espada y lo partió también en dos, pero cuando los pedazos caían volvió a partir en dos cada pedazo. El rey señaló a un tercer mosquito. Fue hacia él Pancho el mexicano y le tiró un golpe con su machete ranchero. El insecto siguió volando. Pancho metió el machete en su funda y declaró orgulloso: “Ese mosco ya nunca podrá engendrar mosquitos”… La mamá de Dulciflor, muchacha en flor de edad, le comentó a su esposo: “¡Cómo ha cambiado nuestra hija! Cuando era niña la llevabas a la cama y le contabas un cuento. Ahora sus novios le cuentan un cuento y la llevan a la cama”… Se celebró entre los monos de la selva el Campeonato Mundial de Subir y Bajar Palmeras. Se trataba de escalar el tronco de una palma y descender de ella en el menor tiempo posible. Uno de los participantes se llevó fácilmente la medalla de oro; ninguno de los otros se le acercó ni de lejos en velocidad. Los reporteros le preguntaron al ganador. “¿Cómo haces para subir y bajar tan rápidamente?”. Explicó el mico: “Me casé con una jirafa, y cuando estoy gozando el acto del amor de repente me pide que le dé un besito”… FIN.