Hasta que duela

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Hasta que duela

No soy muy proclive a las citas bíblicas, porque proceden precisamente de… La Biblia, ese raro best seller plagado de disparates que, para colmo, parece que los tradujo el güey que le pone los títulos en español a las pelis gringas.

Pero creo que por allí, en uno de sus textos, capítulos y versículos se lee eso de “que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”.

La cita no hace alusión a los videos de Lozoya (de quien por cierto, parece que ya se olvidó por completo nuestro Presidente). Si la entiendo bien, aconseja que ejercitemos la caridad con discreción y de preferencia de manera anónima.

Tal condición podría ser de hecho toda la diferencia entre la auténtica y la falsa caridad, siendo esta última la que desvirtúa el concepto original, que tiene que ver con la piedad y la empatía hacia los demás seres vivos y no con la lástima o con la limosna, con la que buscamos aprobación o granjearnos el Cielo, cediendo una fracción minúscula de lo que nos sobra.

Se dice que debemos dar hasta que duela. Eso es cierto ya que no es lo mismo obsequiar las monedas que acumulamos en el cenicero del auto, que dedicar una tarde de cada semana a ir a leerle a los ancianos en el asilo, o comprar alimento para los perritos de la calle, no en razón de un kilito de vez en vez, sino de a bultos con puntual regularidad.

Parece ser que en efecto, si no nos duele, sólo estamos tratando de marear a esa molesta voz interior que nos insta a no ser tan desgraciados y jijos de la Llorona. “Conciencia” creo que le llaman.

En la antítesis del altruismo y la caridad genuina se ha convertido el mequetrefe convertido (inexplicablemente) en senador de la República por Nuevo León, Samuel “¡Chinelas!” García.

Aunque no es desde luego el único político que incurre en la bajeza de explotar las carencias de los más necesitados para sus muy mezquinos  y personales fines, el protagonista de aquel episodio de “Mujer. Casos de la Vida Real” titulado “¡Baja la pierna, Mariana!”, ha cobrado notoriedad gracias a su indiscutible pericia para cagarla en cada cosa que se propone.

Realmente no estamos muy seguros si este Pierre Nodoyuna de la escena política hace el oso cada vez que intenta destacarse con una acción supuestamente altruista pero con un fuerte hedor a propaganda barata, o bien, todo es parte de una deliberada y bien planeada comedia que lo mantiene vigente entre los dimes y diretes de las redes sociales.

Pero como ya les decía, ni modo que este cerebro de chorlo hubiera inventado la falsa filantropía, el lucro con la caridad. Para eso se necesitó cierto ingenio y este senador difícilmente ha consumido en ideas propias más de .002 vatios de energía durante toda su vida.

Hace no mucho tuvimos a “Lady Pollos”, una diputada zacatecana que en víspera de Navidad obsequió pollos rostizados con su etiqueta propagandística. Un “diputéibol” de Chiapas, por el Partido Verde, regaló cajones de bolear (verdes) a jóvenes de aquella entidad. El tristemente célebre y tres veces pendejo, Hilario Ramírez “Layín”, exalcalde de San Blas, Nayarit, regalaba fajos de dinero, así nomás, a lo bestia. O la regidora michoacana, Belinda Hurtado, que le regaló a un hombre necesitado un limpiaparabrisas para que le siguiera chingando duro. ¡Y publicó la foto!

Por supuesto, si ahorita le preguntan a estos especímenes, incapaces del menor análisis o capacidad de autocrítica, aún no sabrían dónde estuvo su error, seguros de que antes, como pueblo agradecido, deberíamos estarles quemando incienso y besándoles las pezuñas con que trotan por el mundo.

El ya muy aciago 2020 se llevó ayer a uno de los rostros más conocidos de la capital coahuilense. Uno de esos personajes que, a pesar de estar mezclado en una comunidad de un millón de seres humanos, sería imposible no reconocer a la distancia y en el tiempo.

Don José Alfaro se integró hace casi 35 años al paisaje urbano saltillense, siempre en el crucero frente a la Clínica 2 del Seguro Social, donde hacía breves actos de entretenimiento con su muñeco de ventrílocuo, Beto, a cambio de algunas monedas, para los automovilistas, durante los semáforos en rojo.

Quien lea esto y no sea de Saltillo dirá: “¿Y bien? Artistas callejeros los hay en todas partes y también se mueren a diario. ¡Qué con eso!”.

Pasa que en esta peculiar historia de humanismo, la caridad aquí involucrada no era, como podría suponerse, para don José Alfaro.

Era el propio don José el que ejercía la caridad hacia sus semejantes en circunstancias mucho más desventajosas que la suya. 

Desde hace mucho, don José hizo un cierto voto de ascetismo, un verdadero compromiso de austeridad, para vivir de la manera más frugal posible. De forma que el grueso de sus ingresos como artista callejero –se dice que el 70 por ciento, aunque hay quienes aseguran que era el 90– lo destinaba a ayudar a otros. 

Niños enfermos, jóvenes necesitados de un estímulo para continuar sus estudios, gente con hambre, recibieron de parte de don José y su inseparable Beto, alguna de sus “becas” como le gustaba llamarle a los costalitos de 500 pesos que juntaba de pura morralla; altruismo que antepuso al cuidado de su propia salud y que al final le pasó mortal factura.

Beto perdió a su mejor amigo a la edad de 74 años, por complicaciones del corazón. Ayer los saltillenses le hicieron un bello homenaje en el mismo crucero en que, desde hace 35 años, salió a chingarle todos los días de 9 a 5, sólo por la satisfacción de ayudar a sus semejantes.

Se espera vengan luego los reconocimientos oficiales que, como siempre, llegarán tarde y serán mero oportunismo para explotar su legado.

Don José Alfaro fue un ejemplo de lo que se supone debe ser la caridad: Sin hacer alarde, dando hasta que duele (en su caso, materialmente hasta que lo mató) y sin pedir nada a cambio. Nada, ni siquiera un triste voto, como hacen esos gandules que nos gobiernan.