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Hasta nunca, Comandante

El culto a la personalidad es lo que fortalece a los tiranos y les justifica con aplausos sus atropellos y sus crímenes

Creí que no viviría para contarlo pero ya vi morir a los dos Fideles (¡oh, sí chamaquitos millennial: hubo dos!) y lo menos que podríamos decir de ambos es que parecían inoculados por una mezcla de la genética chabeliana combinada con un apego al hueso que haría ver a don Porfirio como pasante de Godínez.

Lo difícil ahora es ponernos de acuerdo sobre si quemarle incienso al camarada Comandante, líder supremo de la Revolución o bailar unos danzones, empujarnos unos rones y prender unos habanos por la muerte del dictador.

Para los “Fidelovers” no hay medias tintas y quien se atreva a cuestionar al impoluto guerrillero barbado es un proyanqui, vendepatrias, subproducto del imperialismo y adoctrinado del Ratón Mickey.

No importa si los cuestionamientos vienen de aquéllos que en efecto han padecido los sinsabores del régimen castrista (porque nunca supieron hacer una balsa que flotara decentemente). Ellos están errados y nuestros románticos izquierdosos de la trova y el canto nuevo, desde esta farsa democrática mexicana y la relativa comodidad de nuestras muy precarias libertades, están en lo correcto.

Y puesto que son “in-interpelables” ya nos la pasamos a interpelar porque, ante esta falta de disposición, analizar a Castro Ruz se vuelve reto imposible: “¡ustedes qué saben si nunca derrocaron a Batista!” ¡Carajo! 
¡Pues perdónenos por nuestra vida facilota y regalada! Aunque tampoco he sabido de un exilio masivo de mexicanos hacia la isla caribeña. Creo más bien que la desbandada ha sido siempre en el sentido opuesto. 

Es muy raro que, habiendo hecho el Comandante de Cuba un paraíso, se haya querido pelar tanto angelito a como diera lugar, aun a riesgo de perder la vida. ¡Chin! Ya ven: Les digo que el Pentágono ya me lavó el cerebro (“a mí con champú de cacahuananche, plis”).

El triunfo de la Revolución lo resumen sus apologistas en tres puntos básicos: 1. La estoica relación diplomática frente a los Estados Unidos y su resistencia frente al embargo comercial (sacrificio que de cualquier forma lo tuvo que soportar el pueblo, no sus dirigentes). 2. Su sistema educativo que presume una tasa de cero analfabetismo (lo que sería muy loable si dicha educación no viniera de la mano de un adoctrinamiento ideológico que atenta contra la libertad del individuo igual que la peor enajenación imperialista). 3. Un sistema de salud sin parangón en el mundo. Muy bien, excelente. Sólo que dicho sistema de especialistas, clínicas e investigadores no fue creado para cuidar de la salud del pueblo cubano, sino que fue una inversión del régimen de don Fidel para que una vez alcanzado cierto estándar de excelencia (que al parecer, sí se logró) se le diera servicio a la élite soviética y a otros pudientes príncipes de Europa. Esto no lo digo yo, lo sostienen catedráticos intelectuales oriundos y residentes de la isla, esa isla que aún vivirá bajo la sombra del dictador durante muchos años más.

Pese a Castro o gracias a Castro, no creo que haya sido un infierno la vida en Cuba, después de todo, nuestros hermanos paisanos de Tres Patines (al que ni conocen) sostienen la misma relación de amor-odio que cualquier individuo tiene con su patria. ¿La aman? ¡Claro que la aman! ¿Quisieran vivir mejor? ¡Pos ni que fueran qué! ¡Es obvio! Todo el mundo quiere vivir bien y, si se puede, un tantito más, para gozar de cierta tranquilidad. Pero ningún régimen del Primer, Segundo o Tercer Mundo ha podido garantizar esto para la totalidad de sus habitantes. Y si el de Castro fue un régimen tan perfectible como cualquier otro, sacrificar algunas libertades elementales a cambio de una quimera comunista y de mantener el orgullo de su ideología y su soberbio cabecilla, parece un costo muy alto.

Pero, amigo chairo intelectual de izquierda, no me crea a mí, ni me destierre de su corazoncito. Admita, sin embargo, que es muy difícil juzgar el desempeño de un gobernante que tuvo siempre embargada la comunicación (sí, igual que aquí).  Como Fidel, lo mismo Kim Jong-il, Chávez, el PRI y el Gobierno de los EU, todos dechados de demagogia y corrupción, su trabajo es mentirle a su pueblo, darle lo mínimo para privilegiar en cambio la manutención de una élite nalgona y repetir hasta el cansancio que el Estado que dirigen es una maravilla de prosperidad, bonanza y desarrollo social. Toda adversidad se imputa necesariamente a un enemigo fabuloso de allá afuera (el comunismo, Isis, el Imperio Yanqui, el PAN, la derecha, “El Peje”). El sistema, sin embargo, es infalible, siempre ha hecho las cosas de maravilla y los que no me aplaudan son… enemigos de la patria y aliados de oscuros y perversos intereses. ¡Ay, por Dios! Hasta flojera me da que haya chicos peladotes tragándose todavía el cuento de que los gobiernos velan por el Mundo Libre, por la Democracia, por el bienestar común o las conquistas de la Revolución.

Pero claro, si usted gusta creer que Fidel fue el más grande bastión latinoamericano contra el salvaje capitalismo y el último reducto del sueño socialista, ¡adelante!, con confianza, no se achicopale. Nomás no se pelee con quienes piensan que Castro fue un mequetrefe, sopla estaca y socotroco (denuestos originales, 100 por ciento cubanos), déjelos ser pues. Siéntense separaditos en otro pupitre, al otro lado del salón  y no los voltee a ver.

Como ya le digo, será muy difícil emitir un juicio decisivo sobre el mayor y más afinado de los hermanos Castro (después de Gualas, claro) y no lo digo para curarme en salud. Lo menciono porque todos los argumentos en su favor vienen, de una u otra forma, del mismo despacho del Comandante, mientras que las más graves infamias en su contra vienen precisamente de sus adversarios políticos. El análisis que nosotros hagamos siempre quedará truncado porque la información uno y otro la dan sesgada.

Sin embargo, seguro estoy de dos cosas: ejercer el poder por tanto tiempo es veneno letal para cualquier buena intención reformista. El Poder se debe ejercer por brevísimo tiempo o de lo contrario corroe el cerebro, carcome el juicio y destruye por completo la moral. Y dudo que don Fidel haya sido la excepción (duda muy razonable ahora que se contabiliza su fortuna y se dan a conocer detalles de su estilo de vida).

Por último, recordar que el culto a la personalidad es lo que fortalece a los tiranos y les justifica con aplausos sus atropellos, omisiones y sus crímenes. Legitima cualquier abuso y supresión de los derechos en aras de ideales que el mismo dictador pisotea con una bota que el pueblo besa rabiando de gusto.

Y mucho me extraña que mis coterráneos no adviertan los peligros de hacer monumento en vida y atribuirle facultades plenipotenciarias a un caudillo, sea revolucionario o magisterial.

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