Half Time Show. Cuando ya nada nos sorprende

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Half Time Show. Cuando ya nada nos sorprende

Me queda claro que una vez que nuestra civilización colapse y como especie enfrentemos la condenación definitiva, todavía habrá tiempo y ánimos para celebrar el Super Bowl.

No importará si nuestra supervivencia está comprometida por una nueva plaga, por el inminente impacto con un asteroide o la insurrección de la inteligencia artificial; así sea entre escombros y sobre los cráneos de los que sucumbieron primero, el juego se juega porque se juega.

Usted como yo tal vez sea completamente indiferente al devenir y porvenir de la NFL, pero no me negará que se siente como un buen síntoma la celebración del partido. En un mundo que se vio obligado a suspender los Juegos Olímpicos y toda forma de evento masivo, no me negará que ver acción sobre el emparrillado (me refiero al terreno de juego, pero también al asador) es alentador por decir lo menos. Mientras haya Super Bowl y un espectáculo de medio tiempo para hacer trizas y memes, hay esperanza.

¡Pero no la joda! Eso no le daba a usted licencia para hacer una fiesta de Super Bowl con todos sus cuates. Sepa que la NFL limitó la asistencia al partido, privilegiando a personal médico que ya fue inoculado con la vacuna, mientras que jugadores y periodistas tuvieron que pasar filtros y revisiones durante varios días para poder presentarse.

Pero usted y sus amigotes cuál precaución van a tomar, si ya briagos y viendo a Tom Brady alzar el trofeo ‘Vince Gambino’, se ponen sentimentales, se abrazan y al grito de “¡Lo logramos, compadre!” practican hasta el beso de tres. Se espera en consecuencia el enésimo repunte de covid. El Super Bowl seguirá muchos años más, hasta que se juegue contra Terminators, pero por la necedad de algunos, ésta será la última edición que muchos vean.

Luego llegó el medio tiempo y con éste la consabida reacción de la gente que es de mi edad, pero que tiene muchas dificultades para aceptar el hecho de que nuestro segmento demográfico ya le importa menos que un pepino a los productores del show, y lo expresa largando comentarios que parecen espetados por el abuelo Simpson: “¡¿Quién demonios es The Weeknd?! ¡Traigan a los malditos Rolling Stones!”.

No parecen entender que los artistas, cantantes y “entertainers” que se han presentado desde hace una década, no responden a sus particulares intereses, sino a los de una audiencia más joven y mucho menos identificada con las vetustas estrellas del rock que en un tiempo acapararon este espacio.

¡Carajo! Es como sorprendernos por la calidad de nuestros gobernantes y representantes. ¿A poco creemos que están allí para servirnos, darnos gusto o atender a nuestras inquietudes, necesidades o intereses? 

¡Pero claro que no!  -¡No pequemos de pendexos, por favor! Es obvio que quien ocupa un puesto de elección está allí por tres razones fundamentales, a saber: Llenarse los bolsillos, servir a los intereses de quien lo puso allí y garantizar la continuidad del statu quo. Así de simple.

Por ello, esperar que nuestros desfuncionarios hagan lo correcto por una triste vez en su vida, es tan ingenuo, lastimoso e inútil como esperar que en el próximo Half Time Show del Super Bowl aparezca sorpresivamente Michael Jackson para repetir su histórica actuación de 1993 y luego se le sume Prince en la guitarra (acto seguido aparece la Rondalla de Saltillo pero sólo para ver cómo sus integrantes son sacrificados, uno por uno, a manos de Ronnie James Dio, quien les saca el corazón y los entrega a Lemmy Kilmister que los pone a asar en gigantesca llamarada y se los avienta al público para que los coman calientes). ¿Suena hermoso, verdad? Pero admitámoslo, ello no pasará. Y de igual manera, tampoco veremos a nuestros diputados hacer lo correcto jamás.

Empero, que estemos advertidos sobre su probada y recomprobada hideputez, no le quita lo miserable y arrastrado a su inmunda existencia.

De las cimas de la abyección emerge Hugo Dávila, diputado local priista por el Distrito 11 y prueba de que la dignidad humana es renunciable.

¿Qué tan servil, qué tan arrastrado, qué tan abyecto habrá que ser para decirle a los coahuilenses que hay que superar el asunto de la Megadeuda, “darle vuelta de una vez por todas a ese tema y trabajar de la mano”?

Se necesita una carencia absoluta de vergüenza y de madre para aventarse esta declaración. Desconozco, si es que tiene hijos, qué tipo de valores les pueda estar inculcando o con qué cara los afronta en el desayuno. Y me vale si se ofende, ya que mil veces más ofensivo es pronunciarse a favor de olvidar el agravio más grande que se ha cometido contra este territorio y contra todos los que aquí vivimos.  

¿Olvidar la Megadeuda? Dicho sea con todo respeto, diputado: ¡No mame! ¿Si sabe usted que se trata de un boquete financiero que nos tiene sumidos en la total parálisis y del que no se ven visos de recuperación en al menos medio siglo? ¿Ya reflexionó en que la Megadeuda condena al menos a tres generaciones de coahuilenses a carecer de servicios muy elementales por estar llenando un boquete económico sin fondo? ¿Si sabe que con su pronunciamiento busca encubrir a la peor ralea de mafiosos y criminales que jamás ha ocupado un puesto público en el Estado? ¿Si se percata de que su declaración lo deshumaniza y lo vuelve poco menos que mascota del poder? ¡Pero claro que lo sabe! Lo que pasa es que la paga es buena.

Sin embargo, créalo o no, querido lector, no es Hugo Dávila la peor especie de entre toda la fauna legislativa que habita el Congreso. Hay otros de peor ralea de los que ya nos ocuparemos. 

Mientras tanto, si ya superó los 35 años, olvídese de que algún show de medio tiempo de Super Bowl le vuelva a complacer y olvídese de que la situación financiera del Estado vaya a mejorar en lo que le resta de vida. Pero no por eso le otorgue el beneficio del olvido, tal como le apuesta el abyecto ‘diputeto’ Hugo Dávila.