Guerra del tiempo (1) Un asedio filosófico a Dark

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Guerra del tiempo (1) Un asedio filosófico a Dark

La serie alemana se nutre de innumerables referencias literarias y filosóficas. / Foto: Especial.
Al inicio de su libro homónimo, donde pretendió explorar nuevas posibilidades temporales para su narrativa, Alejo Carpentier cita a Lope de Vega con una interrogación: “Qué capitán es éste? ¿Qué soldado de la guerra del tiempo?” Conjetura que de forma natural pudiera estructurar también la diégesis total de la aclamada serie televisiva alemana.
Porque diverso o reiterativo, a través de cualquier época, ese soldado es el hombre

El síndrome de Esquilo

Desde 2017, y sustentada en un complejo entramado dramático, la producción de Netflix se volvió una sensación global.

Sin embargo, la complejización de sus líneas temporales; sus potentes diálogos, pero sobre todo las ideas que subyacen y animan las motivaciones, pugnas y búsquedas de sus personajes, más allá de sus obvias referencias pop (HG Wells, Chernobyl, Back to the future, Donnie Darko) están sutilmente sustentadas en antiguos mitos y referencias filosóficas que intentaré desentrañar a continuación.

Una de sus ideas más reincidentes es la concepción determinista de la historia y del tiempo: hagan lo que hagan sus personajes por cambiar, transformar o desviar la fatalidad de sus destinos, éste habrá de cumplirse inexorablemente: y aún más;  justo los actos que ellos realicen en su albedrío para dominar el flujo de la entropía, serán estas acciones las que articulen el destino que desean evitar; paradoja ya presente en el irónico destino del dramaturgo griego Esquilo: la leyenda sobre su muerte nos recuerda que un oráculo le habría advertido sobre la amenaza de un accidente fatal, al ser arrojado sobre cabeza el peso de una morada. Asustado, el precursor de Sófocles, se retiró al monte buscando sortear su destino, donde un águila confundió desde el cielo su calva con una roca, contra la que dejó caer una tortuga: la morada que el predador buscaba romper para devorarla; así, el padre de la tragedia griega cumplió su destino al intentar evitarlo, de la misma forma que los infructuosos esfuerzos  de los personajes en las sagas de Mikkel Nielsen o Jonas Kahnwald.

Uroboros, el tiempo ensimismado que ya había sido tema de autores como Borges, Benjamin o Carpentier.

Hambre de Saturno

Porque el tiempo es un devorador insaciable y su encarnación final es Dios. “La pregunta no es cómo, sino cuándo”, repite Mikkel Nielsen. La trama, el símbolo y la figura del mítico uroboros, aquella serpiente que se devora a sí misma, se hacen presentes en la idea de un tiempo no secuencial, sino circular y eternamente parecido a sí mismo. Dark es un entramado de signos y alusiones: la triqueta celta que alude a sus tres temporalidades, la cueva como espacio de tránsito, revelación y conocimiento, el bosque como encuentro -“caminos de bosque”, diría Heidegger- y hasta el mito de Ariadna y el Minotauro. El tiempo como concepción mental, flexible y por lo tanto susceptible de ser transformada, como advierte el sabio relojero Tanhausser: “No sólo el pasado influye en el futuro, sino que también el futuro influye a su vez en el pasado”, reiterando una idea que ya Walter Benjamin había deslizado en sus famosas Tesis sobre el Concepto de Historia; refutando la imagen lineal y determinista del tiempo. Interpretación cuasi staliniana que George Orwell retomará para divisa del Gran Hermano en su “1984”: “Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”.

Dark se sirve de innumerables referencias míticas; la triqueta celta, el mito de Ariadna, el doppelganger, la caverna.

Glosa de la glosa

Y no son solamente las citas míticas o postulados filosóficos los que atraviesan, articulan y justifican la trama de esta teleserie, sino que su urdimbre se sirve de innumerables fuentes literarias: desde la trinidad de personajes -el hijo sin nombre de Martha y Jonas- que atraviesa los caudales del tiempo para “ajustar” y apuntalar su devenir mientras recita extractos de Spinoza o Shakespeare. Discurre uno de los explicativos monólogos de Adan-Jonas: “La mayoría de las personas no son más que piezas de un tablero de ajedrez, movidas por una mano desconocida”, evidente homenaje borgeano al famoso texto “Ajedrez”: “Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada /reina, torre directa y peón ladino / sobre lo negro y blanco del camino / buscan y libra su batalla armada.
No saben que la mano señalada  / del jugador gobierna su destino, / no saben que un rigor adamantino / sujeta su albedrío y su jornada.”
Trama conjetural al fin: su valor mayor reside en la mayéutica que su narrativa despliega: ¿Qué es el hombre? ¿De dónde viene? ¿Qué lo impulsa? ¿Somos libres en lo que hacemos o todo se repite en un ciclo recurrente?…. Sentencia Claudia Tiedemann, heroína final: “Deambulamos en la oscuridad… Hay cosas allá afuera que nuestras mentes pequeñas no van a comprender”, citando indiscutiblemente un concepto proveniente de Kant: quien postuló que a diferencia del “fenómeno”, que puede ser cognoscible sensiblemente, el nóumeno constituye una sustancia inalcanzable para el entendimiento y la percepción humana: incognoscible.
La dialéctica de Hegel trasladada a la derivación sus personajes y el eterno retorno nietzscheano son otros de los ingredientes que abordaremos en una segunda entrega dedicada al análisis de esta enredada pesquisa, suma de la frase atribuida a Newton “Lo que sabemos es una gota de agua. Lo que ignoramos es un oceáno”, derivada a su vez de la famosa asunción de la propia ignorancia, original de Sócrates.
(Continuará….)

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