Guarderias y desarrollo integral

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Guarderias y desarrollo integral

Un asunto más brincó en la inestable arena política del cambio del Presidente, del estilo de gobernar, de la “transformación” y de revisión de tantos programas, cuya evaluación está sujeta a una gran diversidad de conceptos y criterios (ideológicos, humanos, justos)… en una palabra: de un proceso de cambio social englobado en una “lucha contra la corrupción” que se compone de innumerables asuntos denunciados y  por anunciar.

El debate de todo ese universo de asuntos y personajes que se han denunciado desde hace décadas, hoy aparecen aglomerados y revividos cada día. En ese contexto brinca el asunto de “las guarderías”. Un asunto que se sube al ring por razones del presupuesto económico y no por razones  humanas y evolutivas.

De entrada el nombre de “guardería” es cuestionable e  inhumano ya que ‘guardar’ ordinariamente se refiere a ‘cosas’, no a personas. Se guarda el dinero, la ropa, la comida, las herramientas, etc., algo muy diferentes a los niños. Las personas que trabajan en esos lugares no guardan a los niños como objetos, sino que los cuidan y colaboran con su desarrollo físico, mental y también el espiritual y sus valores. Sería mejor llamarlas “cuidaderías”, o como las llamó María Montessori “casa de los niños” cuando intuyó que el modelo natural de cuidar a un niño debía de ser el ambiente de un hogar integralmente humano.

El valor humano que sorprendió a  los espectadores de “Roma”, fue la amorosa participación de Cloe cuidado de los hijos de unos padres que vivían un severo conflicto conyugal, que solamente les permitía cuidar lo material, la comida, el vestido, la vivienda y el coche. Cloe no era solamente la sirvienta que trapeaba, cocinaba y lavaba, sino la que acompañaba, escuchaba, acariciaba, consolaba y hasta les enseñaba a rezar en mixteco. Su tarea silenciosa y cotidiana era realmente de “cuidar” el desarrollo de los niños, sin suplantar a la madre o la abuela que no atendieron sus funciones educadoras más allá de sus obligaciones rutinarias. La madre y la abuela eran simples empleadas de una “guardería” doméstica, Cloe ejercía la tarea de cuidar el alma de los niños.

Frecuentemente el proceso de educar a un hijo en una cultura tradicional, es asignada a la madre de manera excluyente de otros actores educativos. La sociedad junto con las leyes, ingenuamente confían en su innegable “instinto maternal”... Sin embargo el instinto maternal está limitado por la naturaleza a lo biológico: la alimentación,  los peligros de la salud y la seguridad física. Por ello todas las hembras animales (con excepción de las arañas que se comen a sus engendros si no huyen oportunamente) ejercen con una gran sabiduría y fortaleza su maternidad. Pero pronto independizan a sus polluelos para que se valgan por sí mismos.

 El ser humano necesita no solo una madre dotada de un instinto, sino educada de tal manera que pueda cuidar el desarrollo de la mente y el espíritu de sus hijos, y que no se desentienda de esa responsabilidad compartida con el padre, hasta que el hijo se pueda valer por sí mismo en estas tres dimensiones.

Antes de que aparecieran las “guarderías”, aparecieron otras circunstancias económicas y sociales que forzaron su creación. No fue solamente la necesidad de un segundo salario en la familia para atender las nuevas exigencias de casa, vestido (de moda) y sustento cada vez más costoso o publicitado, (el agua casera de melón fue sustituida por el refresco y la cocina doméstica por la cadena de hamburguesas), sino que la “familia extensa” dejó de existir, y con ella la abuela. 

Las madres solteras o abandonadas, se multiplicaron más rápido que los condones. El empleo le robó el tiempo a la maternidad y paternidad a la familia. Transformó el lema de trabajar para vivir, en vivir para trabajar. 

Las “Cleos” tradicionales llamadas “nanas” fueron suplantadas por las burocráticas “guarderías” no solo como una solución sino como un negocio que volvía “generoso” al gobierno en turno y a las estancias para niños privados del cuidado maternal.

Hoy el debate se reduce a “purificar” económicamente a las “guarderías” de la corrupción que las invade y que deja más pobre al raquítico presupuesto. La reforma consiste en que se entregará una cantidad “bimestral”  para que paguen a quien elijan como guardadores, cuidadores, abuelas desocupadas, etc. Este cambio ¿qué cambia? El dinero de unas manos a otras manos, la cultura del subsidio sigue igual con nueva imagen populista, se le da un coscorrón a la corrupción… pero los niños siguen igual en lo más importante: el cuidado diario de su desarrollo físico, mental y espiritual. 

Seguirán sufriendo el mismo abandono que sufrieron sus padres cuando nacieron en una cultura que para dejar de ser pobre le dio más importancia al dinero que a la educación integral.

Si hay voluntad de transformar las guarderías, es necesario no solo corregir su corrupción económica, sino en convertirlas en instituciones cuyas prácticas educativas cuando menos sean mejores que las de “Cleo”: desarrollo amoroso y competente de la evolución neurológica, mental y espiritual del niño.