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Guardería ABC; las huellas a siete años
HERMOSILLO, SON.- Son un ejemplo de vida. Niños sobrevivientes guiados con la calidez y la tenacidad de unos padres que no desmayan y luchan día a día para dejar atrás la catástrofe de aquel 5 de junio de 2009, cuando un incendio consumió la guardería ABC.
Paulina, Héctor y César ahora tienen 10 años, independientes y muestran toda la actitud para enfrentar cualquier vicisitud. Cada año sorprenden con sus proezas y con sus historias de vida, demuestran que no hay imposibles.
Con actitud de sobra, Paulina Villaescusa Bueras siente que vuela sobre la pista de cemento de 300 metros, donde patina al aire libre apoyada con una pierna robótica, prótesis que utiliza desde los cuatro años, cuando el incendio de la guardería ABC le calcinó la pierna izquierda.
En la unidad deportiva Ana Gabriela Guevara, la pequeña de 10 años dice que es feliz, y precisa que la clave de la felicidad es vivir un día a la vez. No se preocupa por el mañana.
Su rostro enmarca una amplia sonrisa; es afable y toma lo mejor que la vida le ofrece para gozar a plenitud la naturaleza.
“Cuando patino, siento que vuelo; cuando hago rapel, siento que escalo una montaña y cuando nado, siento que estoy en el mar”, precisa luego de dar diez vueltas a la pista como parte del entrenamiento que inició hace cuatro meses.
A su edad no le gusta jugar a las muñecas; ella ya cursó clases de guitarra pero no se acerca a lo que le gusta, no le agrada su voz para estudiar canto y tampoco le provocaron mucha satisfacción las clases de actuación; prefiere los deportes extremos porque siente que la adrenalina corre por su cuerpo y lo disfruta.
Su autoestima es demasiado elevada, no se cohíbe con nada, hace lo que le gusta, “me rogó para entrar a clases de patinaje y a mí me daba mucho miedo que algo malo le fuera a pasar, pero para mi sorpresa, a la semana ya patinaba sola”, comenta su madre Delfina Bueras.
“Siempre me sorprende, nunca sé con qué va a salir, cuando me dijo que quería entrar a Tae Kwan Do, la llevé un tiempo y la saqué porque temí que la lastimara a otro niño con su prótesis”, confiesa la madre.
“Para ella no hay límites, nos demuestra que todo es posible, siempre va con una actitud triunfadora en la vida, rebasa todas las expectativas”, comenta gustosa la señora.
La admiración que expresa por su hija provoca un brillo en sus ojos, voltea a verla cuando se desplaza en patines y le pone nombre a sus sentimientos: emoción, alegría y lección de vida.
Luego define a Paulina como una niña extrovertida, perseverante, tenaz, sin límites. Le sobra actitud y le encantan las emociones fuertes.
“Quería que entrara a clases de guitarra, o canto, y ella quiso patinar. No deja de sorprendernos”, reitera.
“No me la imaginaba arriba de los patines, desde que tenía tres años, veía a un primito patinar y ella quería hacerlo, ya lo logró y hay ocasiones que da 25 vueltas a la pista —recorre hasta 7.5 kilómetros—, regresa cansada a casa, pero siempre muy feliz”.
Paulina disfruta al máximo las tardes. Sus padres Francisco Guillermo Villaescusa y Delfina Bueras, así como su hermanito Guillermo de siete años, la acompañan a sus entrenamientos.
Ella no se cohíbe, la mayoría de las ocasiones acude a la pista de patinaje con short, no le importa que sus compañeros vean su prótesis.
‘Esperé tener músculos’
Héctor Robles Villegas tiene diez años, es un niño ciento por ciento deportista. Esperó con ansia que le saliera músculo en sus piernas para practicar futbol, el deporte que le apasiona y con el cual tiene esperanza de jugar un día con el Barcelona.
El incendio de la guardería ABC, le quemó gran parte de su cuerpo y le quedó la carne pegada en sus huesos.
Con cuidados de sus padres se ha ido recuperando a pesar de que estuvo a punto de morir por las quemaduras de tercer grado que sufrió en el 60 % de su cuerpo, cuando tenía tres años.
Es un niño hiperactivo. Desde hace dos años lleva clases de Tae Kwan Do, donde ha ganado 4 medallas de oro; ya logró la cinta azul avanzada y para el próximo verano podría conseguir la cinta negra.
Además de cursar el cuarto año de primaria, estudia violín y solfeo en la Casa de la Cultura en Hermosillo y dedica tiempo a su pasión, practica futbol de barrio.
Para todo es sobresaliente, expresa con orgullo su madre Adriana Guadalupe Villegas que lo observa patear con fuerza un balón en el parque.
Comenta que le da miedo que vaya a lastimarse, pero con el ímpetu que tiene es imposible detenerlo, a tal grado de que se subió en hombros —a papuchi se dice en Sonora— a un compañero de escuela y ambos cayeron al suelo. Ahí sin meter las manos, hace días perdió un diente.
Su vida transcurre entre una actividad y otra, sin embargo, a veces le cansa eso de entrar y salir tantas veces a los quirófanos.
A Héctor se le entrevistó en el parque recreativo, donde al cabo de unos minutos ya estaba jugando con su balón y empezó a bromear con la cámara, sonreía y le hacía tomas a su mamá.
Se le veía feliz.
Su madre narró la experiencia única que vivió Héctor cuando visitó Philadelphia al Encuentro Mundial de las Familias donde vio de cerca al Papa Francisco. Si no le hubiera pasado la tragedia, su experiencia no hubiese sido igual, asegura.
Yo le dije: “Los eslabones de tu cadena por algo se están uniendo”, porque para Dios los tiempos son perfectos “Ni antes, ni después”, parafrasea.
Aún recuerda cuando el día del incendio lo encontró hasta las 19:00 horas en un hospital privado, pensó que ya no lo tendría más, se dirigió hacia la capilla y habló con Dios. “Si me lo vas a dejar, déjamelo como esté, si es tu voluntad, llévatelo”. Volvió a nacer, expresa con una sonrisa.
Reconoce que en ocasiones hay bajones en el ánimo, pero todo se compensa con las satisfacciones que tanto Héctor como sus dos hijas le dan y vuelve a sentir la felicidad.
El incendio le dio un giro completo a la vida familiar; los primeros tres años fueron difíciles, de ausencias, vivía con Héctor más tiempo en Sacramento, California que con el resto de su familia en Hermosillo.
Héctor estaba quemado del 60% de su cuerpo y le injertaron toda la cara, parte del cráneo, se le quemaron sus ojos, pudo ver hasta después de un mes de operado.
Lleva 19 cirugías, múltiples reconstrucciones, pasó su niñez entre silla de ruedas y quirófanos, hoy en día es un adulto atrapado en el cuerpo de un niño; se le adelantó la adolescencia, confiesa.
Su recuperación ha sido difícil porque tiene el carácter muy fuerte, comenta. “En ocasiones me preguntaba, ¿Cuándo, cuándo se me va a quitar esto y me extendía sus bracitos? Yo siempre le he hablado con la verdad, le decía nunca, nunca, tú tienes que quererte cómo eres, todos somos diferentes por fuera pero por dentro somos los mismos. Dios te dio la oportunidad de estar aquí y él quiere que tú le ayudes a otros niños. Poco a poco fue cambiando.
“En un principio se quejaba de bullying en la escuela, pero hicimos un trabajo de sensibilización y ahora no hay quien lo pare, es inquieto. Ya hizo su primera comunión, su confirmación”.
Ya tomó iniciación de guitarra y tiene batería en casa, tiene mucho potencial para la música. Ese talento también se lo detectó Tito Quiroz, Premio Nacional de la Juventud 2015, a quien conoció en Philadephia y le llevó a la casa un violín de regalo.
Héctor regresa de jugar y con un cuaderno hace claquetazo a la cámara y se mete en los brazos de su madre que lo abraza. Ambos se miran y sonríen.
‘Guerrero de grandes batallas’
Con 10 años de edad, César Fernando Díaz Lucero es “un guerrero de grandes batallas”, toma lo mejor que la vida le ofrece con una amplia sonrisa. Es feliz, no siente desventaja con ningún niño de su edad.
El recuerdo de aquel infortunado 5 de junio, cuando una maestra lo movía desesperada y le decía “¡Despierta, hay un incendio!”, lo lleva marcado en su cuerpo.
Han sido múltiples entradas y salidas al quirófano, sus padres Fabiola Lucero Noriega y Julio César Díaz Damián ya perdieron la cuenta. Está de nuevo en el Hospital Shriners de Sacramento, California, donde le están poniendo expansores en su cabeza y en su cuerpo.
Este proceso de rehabilitación lo tendrá con permanencia de por lo menos cuatro meses en EU. Sabe que es parte de su mejoría, luego de sufrir quemaduras de segundo y tercer grado, hasta en el 40 % de su cuerpo y en la cabeza cuando apenas tenía tres años.
Entre risas nerviosas confiesa que tiene miedo a las agujas, pero está consciente de que es necesario.
Ya cursa el cuarto año de primaria en el Colegio Muñoz, donde participa en el equipo de beisbol escolar como fielder de segunda base.
Porta con orgullo el uniforme y los integrantes de su equipo son sus amigos. Es disciplinado, va a clases, practica béisbol, toma clases particulares de violín y acude al psicólogo los lunes y los miércoles.
Su vida está llena de actividades, siempre está en movimiento, es inquieto, bromista, amoroso, buen hermano y por lo menos tiene siete mejores amigos.
Comenta que viene lo más difícil; su estadía en Sacramento donde cada semana le inflarán los expansores durante varios meses, para cerrar las cicatrices. “Duele mucho”, dice.
Mucha esperanza
Acomedido, Cesar Fernando saca varios recortes de periódicos donde se narra la tragedia que enlutó a México, ahí aparece su foto.
> Su físico está lejos de cómo se veía en el 2011 ya que tenía una gran cicatriz en la parte trasera de su cabeza y hoy en día casi tiene cubierto de cabello.
> En sus manos y piernas se notan las cicatrices de las quemaduras y de los cortes de piel que se le hicieron para hacerle injertos.
> Comenta que tiene la esperanza de poder acudir al campamento que organiza la Asociación internacional Alisa Ann Roch Burn Foundation que este domingo.
> Como otros años, asistirán niños con quemaduras en su cuerpo, tanto víctimas del incendio de la guardería ABC y de otros lugares de México y Estados Unidos.