Guadalupe

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Nos espera un mes sin posadas ni colaciones, ni piñatas, ni villancicos, ni abrazos, ni sonrisas  de encuentros especiales y muy cordiales. Es otro resultado imprevisto de la pandemia que padecemos. El ánimo se resiste a resignarse. El miedo al contagio y la razón, se imponen poco a poco a resistir en defensa de la salud de todos.

Este “doce de diciembre” será inédito, inconcebible después de cinco siglos de una tradición tan profunda como la esencia de lo mexicano. La enfermedad COVID-19 ha sido tan poderosamente mortal que no sólo ha herido la economía, la  mesa y el pan de las familias sino las multitudinarias peregrinaciones de la Fe secular de pueblos, barrios, comunidades, familias y personas con rostro de anonimato. Esos ríos de, peregrinos hoy estarán secos, sin su corriente de cantos, danzas y alegrías.

Los templos han estado vacíos desde marzo dejando un vacío en el vivir cristiano. Su ausencia ha descubierto su necesidad. Sus muros reciben, cultivan y nutren la dimensión humana y espiritual del hombre y su sentido comunitario. 

En el cristianismo los templos inicialmente fueron cenáculos, casas y catacumbas sin cúpulas ni distinciones arquitectónicas. Solamente eran lugares de reunión comunitaria, mantos de cielo anticipado que favorecían la nutrición del pan sagrado, el vínculo de la sangre derramada la multiplicación de los que creían y esperaban un reino diferente. Posteriormente nacieron las basílicas, los monasterios y las parroquias como la multiplicación de las comunidades cristianas que habían desbordado los muros humildes de cenáculos y catacumbas.

Han sido 20 siglos de evolución del templo y los bautizados, del continente material y el contenido humano, espiritual, comunitario.

Los mexicanos han sido testigos y agentes de esta evolución en la Basílica de la Virgen de Guadalupe y todos los santuarios que la veneran. Fue lo único regalo que pidió la Virgen cuando se le apareció a Juan Diego: “un templo para aliviar las dificultades”.

Ese templo fue una ermita, luego un templo muy modesto, después un templo grande que se convirtió en basílica, cuyo tesoro es un ayate de indio donde la Virgen de Guadalupe  estampó una imagen y una oferta. Y ahí está todavía su presencia. Ahí están resonando sus palabras que dirige a cada uno que la venera: una pregunta maternal y comprensiva, y su solidaria respuesta que todo mexicano conoce y reconoce con la confianza alimentada por la Fe.

Y esa Virgen del Ayate confronta con sus palabras: “¿Porqué te afliges? No estoy yo aquí que soy tu madre. ¿No estás en mi regazo?...”. La Virgen de Guadalupe con su cara mexicana, su ropaje de Virgen embarazada, sus palabras retan a tener Fe o a sucumbir ante las dificultades. Con su oferta permanente de solidaridad, la Madre de Dios sigue construyendo la Fe y la confianza de los creyentes, el corazón de un templo vivo. 

Los mexicanos en este año van a extrañar el caminar de peregrinos hacia las basílicas y los templos, el hincarse con sus flores ante su imagen, el contagio comunitario del mismo amor a la Madre de Dios. Será un vacío de los muros sagrados que encenderá la Fe de los corazones. Templos vivos, donde está estampada la imagen imborrable del ayate, que su Fe ha tejido a lo largo del peregrinar de su vida.