Gringaderas y gringonerías

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Gringaderas y gringonerías

La superpotencia del siglo 21 es, en cierto sentido, un imperio. No me refiero a la categorización histórica del imperialismo, sino al hecho de que un país tan poderoso como Estados Unidos (EU) no extrapola su dinámica democrática interna a sus relaciones exteriores, en las cuales suele moverse por pulsiones hegemónicas. La civilización contemporánea le pone límites –puede haber temas y coyunturas globales en los que EU no se salga con la suya– pero su supremacía económica y militar a menudo le permite imponer su voluntad. Y si bien esa prevalencia varía en función de sus liderazgos y en algunas negociaciones puede obtener menores ventajas que en otras, es absurdo decir que otros Estados han abusado de EU.

El discurso de Donald Trump es, en este y otros sentidos, demagógico. Es mentira que EU haya sido la víctima de sus acuerdos internacionales. En algunos ha ganado más y en otros ha ganado menos, pero en ninguno de ellos ha sido avasallado. Por eso cuando espetó su America First lo que hizo, en consonancia con la era de la posverdad que él encarna, fue apelar a las fibras sensibles de su electorado, no a la realidad. Ninguno de los presidentes que lo han precedido ha puesto a EU en segundo lugar frente a otro país. Aunque en épocas recientes los ha habido con un poco más sentido de la ética como Carter o con más afanes de dominación como Reagan –para no remitirnos al vil jingoísmo expansionista de Polk en el siglo 19–, todos han antepuesto los intereses de EU y han maniobrado con habilidad suficiente para servirlos.

Así pues, el “Primero América” bien puede traducirse como “Solo América”. Lo que Trump ha anunciado es que, en la lógica de suma cero de los empresarios halcones como él, tratará de aplastar a quien esté del otro lado de la mesa. Su personalidad narcisista será un catalizador. Porque no sólo pugnará por imponer a su nación, sino por imponerse él mismo, como una suerte de presidente-emperador. Una frase que pronunció en el primer baile inaugural al que asistió el viernes lo pinta de cuerpo entero: exclamó ante su auditorio “We did it!” (¡lo logramos!) y, tras una pausa, enmendó su insólita modestia y agregó “We and I did it!” (¡nosotros y YO lo logramos!). Y es que la gramática convencional no es suficiente para colmar semejante ego.

¿Qué más quieren escuchar quienes le otorgan a Donald Trump el beneficio de la duda para convencerse de que es un peligro mundial? Si alguna duda les queda, echen un vistazo al portal de internet de la Casa Blanca y a las órdenes ejecutivas que están en su escritorio. Su nacionalismo aislacionista, sus evocaciones religiosas del destino manifiesto, su psicología de bully, su pathos pueril, todo conspira para socavar los precarios equilibrios que el mundo ha alcanzado. Yo no sé si su modelo económico fortalecerá el mercado interno e impulsará la economía de EU, pero estoy seguro de que provocará graves turbulencias globales. No se diga en México. Se necesitará mucha inteligencia y más firmeza para no negociar su agenda unilateral, sino la agenda bilateral. Urge una estrategia basada en la idea de que la mejor defensa es el ataque: contra la apertura del TLC, las deportaciones y el muro hay que esgrimir la revisión de nuestra costosa cooperación en materia de seguridad y migración, entre otras cosas. No se trata de patear a Goliat, sino de que David agarre la honda: la confrontación ya está ahí. Ni hablar. Los mexicanos siempre hemos tenido sentimientos encontrados frente a EU, pero hoy más que nunca van a pesar más las gringaderas que las gringonerías.

El Colegio Electoral, creado por los Founding Fathers de EU para evitar que las insensatas masas llevaran al poder a alguien como Trump, demostró una vez más su obsolescencia. Si bien el pueblo estadounidense fue más sabio, porque el voto popular fue mayoritariamente antitrumpiano, la raigambre oligárquica del sistema impuso al déspota. Una justicia divina suscita una terrible injusticia terrenal. EU ya tiene a su Berlusconi, al empresario populista que incurrirá en un sinfín de conflictos de interés y corruptelas en favor de su emporio, y tiene a su Putin, al presidente zarista que pondrá a prueba los Checks and Balances. Su retórica de que el poder se ha transferido de Washington a la ciudadanía es ridícula. El poder se queda en el establishment y, peor aún, se concentra más que nunca en una sola persona. Habrá que ver por cuánto tiempo puede el multimillonario engañar a los obreros que lo entronizaron. 

@abasave