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Gramática: dureza vs. flexibilidad (arroba, femenino y equis)
El mar es vasto. La mar es abundante. Ambos, el mar y la mar, existen en la lingüística y en la percepción. Hasta allí parecería que no habría problema alguno. Tal vez sí. O no. Algunos quizá se preguntarían ¿por qué agregar el artículo “la”, en lugar de conformarse con “el”? ¿Qué no es suficiente su masculino?
Pienso en el uso del idioma; así es como ocurre con la experiencia del mundo, a uno o a una le ajustan las palabras si son precisas en lo que se desea describir, fincar, aclarar, posicionar.
Desde el lenguaje es desde donde se enarbola una posición ética, política, social o estética, por menciona algunas consideraciones. Para algunos o algunas la mar sería violenta o serena. Para algunos o algunas el mar sería violento o sereno. Todo está en lo que me calza como persona para fundarme en las letras.
Dentro de la gramática, se encuentra la morfología, la cual, incluye un campo interesante, los morfemas, que guardan en su clasificación algo interesantísimo que se conoce morfema flexivo, y señala entre otras cosas, los accidentes. Me encanta que esta palabra, “accidentes”, incluya al género (además de incluir a la persona, el número o el modo y el tiempo).
Y es el género, la parte que ocupa ahora la arena mediática. De ello da cuenta un movimiento que ubico entre las más monolíticas opiniones de una llamada defensa del español, pues atina a descalificar el uso de las arrobas o de las equis en la conjugación del mundo que se describe. Seguro a ellos les parece que el mundo conocido se irá al despeñadero. Que así está perfecto, dicen. Desestiman los cambios morfológicos de los que ha dado cuenta el español a lo largo de la historia. Es que ahora, este atrevimiento que incluye al género, no es otra cosa sino el reflejo de lo que se debate: la inclusión, un modo de estar en el mundo y el existir, el ser dicho, el ser dicha, el ser nombradx. Y si uno observa en el fondo, tiene qué ver también y en esencia, con la violencia y con un orden establecido que ya no se soporta.
Hay instituciones que rigen el orden de las cosas, en este caso, una que rige del español, es la Real Academia Española. Incluso allí, en su diccionario al que se accede en forma virtual, puedo encontrar el masculino y el femenino, declinaciones para ciertas profesiones de las que en general, este movimiento se escandaliza. Consulte el lector y sí encontrará: arquitecto, arquitecta, o bien, profesor, profesora.
Las arrobas, las equis, dan a luz textos y por tanto espacios. Y también son fronteras que colisionan, espacios en construcción que por supuesto deben ser sometidos a debate. Sin embargo el que no sean reconocidos por una facción, no significan que no sean. Son.
Como siempre, sismos del lenguaje se gestan ahora. Sobre este cuestionamiento de se aceptar o rechazar, al charlar con un amigo, hablante nativo del inglés de Inglaterra, me compartió que en su país natal, una condición que tiene el Diccionario de Oxford, para incluir una palabra, es su uso.
Los mundos existen sin el permiso de las instituciones, el lenguaje se hace entre los hablantes que somos todas y todos. Así como nacen palabras entre los hablantes comunes, nacen palabas entre los teóricos. Lo que ocurre, es que el diálogo entre pares -en este caso académicos-, no siempre representa a todos y a todas en sus visiones. Allí un nudo a deshacer.
Invito al asombro y al cuestionamiento. A preguntarnos qué ocurre para que estos sismos sigan pariendo nuevas palabras; sismos que dan a luz nuevas declinaciones, nuevas afijaciones.
Libros y/o palabras como mundos en los que incluso si no son del agrado de quien lee, permiten, por descarte, viajes a otros mundos, a sabiendas de que el territorio dejado atrás, también tiene sus raíces y sus razones.