Gilberto Aceves Navarro: La lujosa plasticidad

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Gilberto Aceves Navarro: La lujosa plasticidad

La tierra humana siempre provocativa, habitada y sola, bodega mineral…

Carlos Pellicer

“Pintar es magia”, dijo hace unos meses el pintor mexicano Gilberto Aceves Navarro (1931-2019). “La pintura platica mucho; hay que oírla…”, añadió.

Calificado por algunos como “expresionista abstracto” y por otros como “impresionista mágico”, Aceves Navarro es un pintor de difícil clasificación, lo que por lo demás, carece de importancia. Imposible, sin embargo, no subrayar la arbitraria diferencia de estos calificativos aplicados a su obra.

El pintor murió hace unos días –el 20 de octubre-, motivo que convierte este texto en un obituario más, el de un artista que, de espaldas a la tecnología digital, inventó una obra de acelerada metamorfosis y en contacto directo con técnicas y materiales que hoy llamamos no sin soberbia “tradicionales”.

He buscado a Worringer, a Collingwood, a Gombrich y a otros teóricos del arte, pero al contemplar morosamente el trabajo de este artista de la forma, el color y la composición, me olvido de ellos y entro en el espacio inmenso y proteico de su obra, sin hacer demasiado caso del pasado “socialista” del artista plástico.

Porque como ayudante de Siqueiros y como hombre de su época, Aceves Navarro quiso profesar la doctrina y el catecismo socialistas, dándose cuenta, después, del daño que tal ideología había causado en el trabajo del gran muralista mexicano.

Foto: Internet..

¿Qué dice la obra de este pintor recién fallecido? Pues bien, desde la completa libertad de ideas, y no desde la dogmática plataforma del pseudo canon marxista-leninista, la obra de Aceves Navarro dice lo que jamás se le hubiese permitido decir en un estado totalitario de derecha o izquierda recalcitrantes, donde seguramente habría sido descartado de inmediato por “degenerado”, como sucedió a tantos poetas, artistas e intelectuales en la vieja URSS, la Alemania nazi o la España franquista.

“Que un rayo de silencio truene en mi corazón; / que el aire todo cúpula tenga el azul más fuerte / para integrar la luz de la ambición más pura…”: así habla el poeta Carlos Pellicer en su poema “Fuego nuevo en honor de José Clemente Orozco”. “La ambición más pura” de Aceves Navarro era, en definitiva, la de una singular creación plástica.

Influido por el expresionismo alemán, el expresionismo abstracto y alguno de los rostros de Picasso, nuestro pintor llegó a la abstracción –cierta clase de abstracción-, pero es evidente que la figura jamás desapareció del todo de su obra. Veo también en ella la presencia gestual de De Kooning, ese primitivo contemporáneo.

Como Picasso, Alberto Gigonella y muchos otros, con frecuencia trabajó a partir de “series”, algunas, inspiradas en obras de  pintores renacentistas: “Cabezas olmecas”, “La decapitación de Juan Bautista según Durero”, “Adán y Eva según Rembrandt”, “De las 7000 formas de atrapar un unicornio” y otras más.

Esto le brindaba la oportunidad de desarrollar innumerables variaciones compositivas en torno de un tema o de una obra clásica. El método es casi musical. Pensemos, por ejemplo, en las célebres “Variaciones Goldberg”, gracias a las cuales  Bach da rienda suelta a su imaginación melódica y compositiva, desplegando ante el oído del escucha un insólito caleidoscopio de posibilidades formales sin abandonar por completo el tema original.

Original de Durero. / Foto: Internet

Algo similar ocurre en las series de Aceves Navarro, cuya madre fue cantante de ópera, y él mismo, un amante de la música. Veamos, por ejemplo, su famosa colección de noventa y tantos cuadros elaborados a partir del espléndido grabado del pintor alemán Alberto Durero: “La decapitación de Juan Bautista”.

Un buen número de las obras que constituyen esta serie fue expuesto el año 1978 en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. Entonces, la muestra fue todo un suceso. A partir de ese momento Aceves Navarro fue considerado uno de los artistas más deslumbrantes del país, y esa obra multiforme, un episodio definitivo y clave en su desarrollo como pintor.

En aquella época, Raquel Tibol, la crítica de arte más influyente, publicó una reseña bastante elogiosa en la aún viva revista Proceso. Tacaña en halagos, la Tibol no sólo hace una rápido análisis comparativo entre el grabado original y las variaciones del mexicano, sino que –oh, extrañeza- soslaya el grabado de Durero por “frío” y exalta los cuadros de Aceves Navarro por “expresivos”.

Es interesante releer con atención el texto de la señora Tibol, pues brinda opciones para revisitar nuestra visión de Durero y su época, y describe con palabras precisas la impresión que causó en ella esta serie de variaciones sobre “La decapitación de Juan Bautista” que se ha convertido en emblemática.

Esta serie es lo mismo un punto de llegada que de partida: en ella Aceves Navarro culmina un múltiple proceso creativo que lo conminará a una exploración más exhaustiva aún. Cada una de estas variaciones parece una investigación fenomenológica de la composición, del color, de la atmósfera y, a pesar de ciertas digresiones abstractas, de la figura humana.

Foto: Internet.

“El rayo del silencio truena en el corazón” cuando alguien contempla cualquiera de estas estancias de la osada aventura plástica que emprende Aceves Navarro. Lujosa plasticidad la de este pintor que al romper patrones y paradigmas hace aparecer sobre el lienzo, como por arte de magia, una materia vertiginosa y dramática.

En ese silencio que impone la contemplación, el espectador acaso recuerde las palabras de la Salomé de Oscar Wilde: “Besaré tu boca, Jokanaán. Besaré tu boca…”. En esa tragedia, como en el relato de Flaubert y en las menciones que de Salomé se hacen en el Antiguo Testamento, Juan el Bautista será efectivamente decapitado. 

Muchos se preguntarán qué hace un pintor mexicano de los siglos XX-XXI coqueteando con el grabado de un artista del renacimiento alemán o con otro del barroco flamenco como Rembrandt… Lo mismo que un narrador como Rulfo homenajeando sutilmente a Faulkner o un poeta como José Emilio Pacheco, rindiendo tributo a Basho.

Por fortuna, el arte ignora los constructos nacionalistas. Gilberto Aceves Navarro y muchos otros artistas de México -y del mundo- lo saben. Eso no les impide ser profundamente mexicanos –o lo que sea, según los casos.