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Germán Sánchez, un hacedor de historias desde las alturas
El día que ganó su medalla olímpica en Río de Janeiro 2016, el clavadista mexicano Germán Sánchez cautivó por su gracia de bailarín en el aire, pero la diferencia la marcó al crear un cuento en su mente, según la cual su hombro le hacía caso como si fuera un animal domesticado.
"En las preliminares y la semifinal me cuidé al entrar en el agua, en la final me declaré sano, repetí que todo músculo estaba fuerte y me lancé sin miedo porque tenía una sola oportunidad", revela a Efe Sánchez, medallista de plata de los clavados desde la plataforma de 10 metros.
Reconocido como uno de los mejores deportistas latinoamericanos en lo que va del siglo XXI, por su proeza en Río 2016 Sánchez, recibe hoy de manos del presidente de México el Premio Nacional de Deportes y pocos saben que para aceptarlo se quitará una férula y esconderá debajo del traje su hombro operado, aún medio inmóvil.
"Competí con una pequeña fractura en la parte posterior y la cabeza de la articulación tenía un surco. Cuando movía el brazo hacia atrás no podía controlarlo y en cualquier momento el hombro se podía salir del lugar", explica.
Viste una camiseta color naranja tierra con unos pantalones vaqueros y a la hora de las fotos se quita la férula porque como el día de la final olímpica, ahora quiere dar la imagen de tipo sano.
"Presiento que de esta saldré fortalecido. Ahora que no me lanzo al agua trabajo más en el gimnasio y eso me hará un saltador más fuerte. Me encantaría estar en los Mundiales del verano, pero no hay apuro; lo importante será el camino a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020", asegura.
Nadie lo llama por su nombre, le dicen 'Duva' porque cuando llegó al equipo infantil de Guadalajara a un niño se le ocurrió que Germán se parecía a la figura de Duvalín, una golosina a base de vainilla, azúcar y leche sin crema y él no protestó.
Sin embargo enseguida se ganó el respeto y pronto se hizo cómplice del más chiquito del grupo, uno de piel blanca que cuando se lanzaba parecía un pollo mojado con pelos parados y parecía morirse de frío.
"Cuando fui a pedir informes lo vi y le decía a mi padre, mira, ahí va el chico. Después Iván García y yo nos hicimos amigos; en la Serie Mundial de 2012 empezamos a hacer bien clavados difíciles y luego vino la medalla olímpica de plata en los sincronizados", dice.
La mirada de Sánchez se pierde y uno supone que está en ese momento en el que inventa sus historias mentales y se las cree como pasó el día de la final que ahora recuerda como un suceso perdido en el tiempo del que rescata los detalles.
"Me levanté, me fui al comedor de la villa con una batidora para desayunar mi licuado con proteínas, nueces y frutas y viajé a la alberca en el segundo camión. Cuando el británico Tom Daley, uno de los favoritos al oro, no pasó a la final, se abrió una puerta, luego empecé a sentir una conexión, me declaré sano y pasó todo", cuenta.
Este martes quizás el Presidente del país le pregunte cómo va su vida y Germán le hable de su alegría y a lo mejor le presente a su novia Lis, una joven delgada de ojos grises, pero nunca le contará de la lesión del hombro porque para el deportista eso quedó atrás.
Sánchez se hizo saltador porque su padre hacía clavados cuando lo llevaba al mar pero cuando Germán intentó el primero cayó de panza, de lo cual se burla ahora.
"Lo bonito es que sigo obsesionado con lanzarme al vacío, lo sigo haciendo cuando voy a la playa, pero ahora calculo mejor la entrada al agua", añade y su imagen de campeón se vuelve alcanzable.