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Gerardo Carrera: La memoriosa infancia
En la antología “El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora, 1986-2002” (Conaculta), los poetas mexicanos Ernesto Lumbreras y Hernán Bravo Varela enriquecen con un brillante prólogo una selección de 38 poetas.
Su trabajo fue ingente: a ellos se deben la selección, las notas, los apéndices y el mencionado prólogo que acompañan el volumen.
En esta antología –que no es la última que se publica en México- los autores dividen en cinco “estratos” la obra de los poetas escogidos: el “experiencial”, el “metalingüístico”, el “imaginístico”, el “adánico” y el “inefable”.
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Sin entrar en discusiones quizás apasionantes pero que por el momento no vienen al caso, creo que el reciente libro del poeta Gerardo Carrera –“El Cuaderno de Emilio” (2015)- podría ubicarse, con todo lo arbitrario que sea, en el primer “estrato” , el “experiencial”, sin que tal “clasificación” implique ni exclusividad ni amurallamiento.
“El Cuaderno de Emilio” pertenece a la Segunda Colección Acequia Mayor, proyecto editorial emprendido por el Instituto Municipal de Cultura desde hace unos años. El poemario anterior de Gerardo Carrera fue “El fuego de San Antonio”, que parece virtualmente distante de los temas, ritmos y ars poetica que ofrece el presente libro. No es así del todo y veremos por qué.
Como sabemos, la llamada “poesía de la experiencia”, es de ascendencia española y está ligada al grupo granadino “nueva sentimentalidad” (1980…). Su propósito fue, como cualquier corriente emergente, el de desembarazarse de las maneras previas de hacer poesía, una de ellas, la del “extremo individualismo”. Su principal exponente: el poeta Luis García Montero.
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Pero “El Cuaderno de Emilio” es “individualista” en la medida en que lo es todo libro de poesía, así esté conformado por poemas “políticos”, “sociales”, “comprometidos” o “ideológicos”. También Mayakovski, Mandelstam o Cardenal, como es de esperar, han sido al mismo tiempo individualistas y gregarios. Habrá que esclarecer lo que entendemos por “individualismo”.
Tres partes componen “El Cuaderno de Emilio”: Una mirada de Dios, Cantos a la rosa y El árbol de la infancia. Es ésta -la infancia- la edad que como una atmósfera envuelve casi toda esta colección de poemas. Se la ve y escucha a lo largo del libro y podría decir que oigo también, en el fondo de estos poemas, las delicadas Kinderszenen [Escenas de la infancia] de Robert Schumann.
El registro lírico de Gerardo Carrera se aventura en ese recurrente territorio de la poesía y el arte: la infancia, el edén perdido, el paraíso que no se recobrará jamás como no sea a través de la memoria. Emilio representa su propia infancia y la del autor, que inicia el volumen con unos versos de limpia y casi franciscana sencillez: “Cantemos al sol / a los días de Dios”.
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Ésta será la primera vez que Dios aparezca en el libro. Lo hará muchas veces más. El poeta regresa a la Divinidad, después de una temporada en el Infierno. Será el Dios de la vida cotidiana y el Ser inextricable que ya se adivina en
“Las tentaciones de San Antonio”, pero su presencia será aludida en versos austeros, breves y humildes.
Anecdótico a veces, Gerardo Carrera captura en muchos de estos poemas instantáneas de gran concentración, tan fugitivas como un haikú: “Juventud / luz del estanque / por la pradera / bajan los astros”.
Varias palabras soportan sustantivamente el libro: silencio, soledad, dolor, esperanza, Dios… Aparecen aquí y allá y cada vez dicen justo lo necesario, aunque el lector sepa que esa necesidad es extensiva a su propia experiencia y a otras interpretaciones. “Emilio”, ya lo he dicho, es una proyección del poeta mismo pero también nosotros.
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Nosotros estamos incluidos en este “Cuaderno”: cantamos al sol y a la luz entre los árboles, vemos a los astros en cada gota de lluvia, construimos destinos de plastilina, cantamos en secreto sobre el muelle de las despedidas, nos abrasamos en el silencio y en la soledad, tratamos de ser buenos y de creer en un Dios que parece ignorarnos. Y, sobre todo, mantenemos una fatigada esperanza.
Otro tono aparece en la segunda parte del libro, un tono que es una constante en la voz poética de Gerardo Carrera: “Acaso sólo la vio el ángel de la muerte / acaso sólo el viento gozó sobre su cuerpo”. Un aire de tristeza recorre estas islas de palabras: “La mano de las sombra / extiende sus dedos / entre pétalos”.
Se retorna a la infancia en la parte tercera, pero a una infancia genérica, de la especie, por así decirlo: “Fuimos niños jugando / sobre paisajes / de pájaros muertos, / caballos solitarios / recorriendo la ciudad / en ruinas.” No es ya el registro amoroso de una infancia, sino la oscura consignación de una edad perdida. Los poetas, por ejemplo, “cabalgan con su voz / entre el dolor del mundo”.
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Y al fin, el centro de la poética de un artista del lenguaje: “Toda palabra es lejana, / el silencio se ha unido / al pensamiento, ahora / es una imagen que se borra.” Y el desengaño: “Todas las flores son luz y agua / con un destino de polvo”.
Versos ceñidos, poemas breves, ausencia de retórica, sobriedad expresiva y un ritmo que se mueve imperceptiblemente entre la expresión coloquial y la melodía son las características de este libro de Gerardo Carrera, quien nos entrega en él la infancia de Emilio, su propia memoria de la infancia y un trozo angustiado del territorio que habita, uno donde no se requieren títulos nobiliarios ni nombramientos oficiales.
¡Búscalo!
> El cuaderno de Emilio
> Autor: Gerardo Carrera
> Editorial: Instituto Municipal de Cultura
> Colección: Acequia Madre
> Precio: 100 pesos