Futbol y política
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Futbol y política
La política y el futbol tienen mucho en común.
Ambos se han convertido en un negocio, las campañas se ganan con dinero y los equipos ganan al vender jugadores. La competencia, en la cancha como en las urnas, es un juego sucio; es muy raro ver a un político o a un jugador comportándose de manera ética.
Juan Villoro da ejemplos de ese tipo de jugadores: “Telmo Zarra fue seis veces Pichichi de la liga española, anotó un inolvidable tanto contra Inglaterra en Maracaná, en el Mundial de 1950.
Obsesionado por el gol, Zarra no deseaba ganar a cualquier precio. En un partido contra el Málaga, el arquero Arnau se lesionó a unos metros de él, dejando abierta la portería, en un gesto que honra la invención del futbol, el más temible de los goleadores echó el balón afuera de la cancha. Este indulto disminuyó su abultado palmarés, pero le ganó la Insignia de Oro del Club Málaga y la admiración de quienes creen que la honestidad puede existir en el área chica.
Miguel Mejía Barón contó: “Mi compañero Héctor Sanabria cometió una falta que el árbitro no sancionó con la severidad que merecía… Don Renato (Cesaríni, entrenador de Pumas en 1963), le comentó a Héctor: “Si el juez no te expulsó, yo sí lo hago”, y ante el asombro de mi compadre y de todos nosotros lo sacó de la cancha y no lo sustituyó por ningún suplente”.
Mejía Barón recuerda que el delantero alemán Miroslav Klose, en 2005 mientras jugaba con el Werder Bremen, recibió una entrada de un defensa del Arminia Bielefeld que hizo que Herbert Fandel, árbitro del partido, marcara penalti. En forma inaudita, Klose se acercó al silbante y le dijo que no había sido falta. Después de consultar con su abanderado, el juez rectificó su decisión. “Nunca vi nada parecido en 25 años de arbitraje”, comentó.
Las autoridades en el futbol, como el árbitro o la FIFA, sufren el mismo deterioro que el INE y las instituciones de Gobierno: cada vez tienen menos credibilidad, al torcer las reglas para sus fines.
La lealtad a la camiseta ya no existe, los jugadores cambian de equipo como los candidatos de partido.
Por el contrario, los hinchas siguen a su equipo con fervor y lealtad.
Al voto duro de los partidos, no le importa quién sea el candidato, la reflexión y objetividad quedan excluidas: aunque su partido postule a un monstruo, lo apoyarán.
Como los militantes de partido, los fanáticos se apasionan tanto que se ofenden si alguien habla mal de su equipo, sin importarles que los jugadores vengan de, o se vayan a otros equipos.
Política y futbol dejan de ser una metáfora y hacen realidad. Un jugador puede saltar de la cancha a una elección o cargo público: Cuauhtémoc Blanco es un caso.
Las notas periodísticas relacionan de manera natural el futbol y la política: “Hay más posibilidades de que México llegue al quinto partido que Meade Kuribreña gane la Presidencia…”. “Ex futbolista del América se lanza por la Presidencia Municipal de Neza”.
Aficionados y votantes mexicanos se alimentan de esperanzas. “Su fe en el equipo no proviene de la realidad, sino de la zona de las promesas incumplidas…
Una derrota mexicana provoca que pidamos más cervezas y nos traslademos al reino de la fantasía para cantar con reivindicativo orgullo: “pero sigo siendo el rey…”.
Un partido se acaba, un campeonato se pierde, queda un malestar temporal y se olvida pronto. Elegir a un mal político tiene consecuencias graves, que se pagan durante sexenios.