Funcionario y ‘partygoer’. El síndrome de Jekyll y Hyde

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Funcionario y ‘partygoer’. El síndrome de Jekyll y Hyde

Luego de que el señor Burns arrollara con su automóvil al nefando del Bart Simpson (en una de aquellas primeras gloriosas temporadas), ambos tuvieron que comparecer ante la corte y las versiones de cada una de las partes no podían discrepar más entre sí pero, al mismo tiempo, ambas diferían considerablemente de la realidad.

Los demandantes retrataban a C. Montgomery Burns como un ser vil y perverso –¡que sí lo es, vaya!–, pero además como un maniático del volante que deliberadamente y con saña homicida dirigió su máquina infernal contra el indefenso mozalbete.

La defensa en cambio lo pintó como un dulce anciano que tuvo la mala suerte de toparse en su camino con el vicioso escuincle Simpson quien, como de costumbre, estaba buscándose problemas y en su imprudencia temeraria se lanzó contra el vehículo que ya estaba prácticamente detenido.

Y lo que en realidad pasó fue un genuino accidente, un descuido de ambos que terminó en el encontronazo que, por cierto, no tuvo ninguna consecuencia grave en la salud del menor.

Evidentemente, los implicados (sus representantes) buscaban el arreglo más ventajoso para sus intereses, ya fuese una cuantiosa indemnización o la más completa absolución, libre del menor atisbo de responsabilidad. En un mundo justo, ambos recibirían un furioso zape de parte de la justicia, por embusteros y oportunistas.

En el Springfield mexicano, Saltillo, Coachella, se vive un episodio que a mi gusto peca de una notable semejanza con el antes reseñado: aquel en el que se le atribuye un papel protagónico al director del área de cultura del Ayuntamiento de esta capital.

De acuerdo con un grupo de quejosos, el aludido funcionario, Iván Márquez, se presentó en una fiesta sin ser invitado, en completo estado de ebriedad (lo que en los años 90 conocíamos como “sábado”).

El problema es que de acuerdo con testigos y firmantes, el susodicho estaba en plan altanero e insoportable –como tío en cena de Año Nuevo, peleando por los terrenos de la abuela–, queriéndose arrogar la potestad absoluta sobre la selección de la música, además de insultar en repetidas ocasiones a una de las presentes. De todo lo antes mencionado, sólo veo de relativa gravedad las injurias contra la dama en cuestión (y un poco lo de la música, porque el gusto musical del director de cultura –herencia del moreirato– tiene fama de pedestre).

En razón de lo anterior, ahora, un colectivo de artistas pide –exige– al Alcalde la destitución de Márquez y es justo lo que no entiendo de la llamada “comunidad artística”, ni soporto de los escándalos mediáticos, que revuelvan las paridas con las preñadas. ¿Qué tiene que ver el presunto borrachazo o “malcopeo” del funcionario con su desempeño en de la dirección que encabeza?

Si en su gestión se ha señalado como una constante el mecenazgo hacia sus afines y la marginación de artistas y proyectos fuera de su círculo de amistad, ¿por qué la comunidad espera hasta esta coyuntura (una bochornosa falta social del funcionario) para exigir –ahora sí– que lo cesen mucho ALV?

Pero más me intriga: si Márquez llegó pedo al convivio (y sin cubrebocas, me supongo), ¿por qué nadie fue capaz de ponerlo en su sitio, ya sea sentarlo con un “tatequieto” o en la calle de un patín?

Creo pertinente el preguntar porque pareciera que los tenía a todos amedrentados, a punta de pistola –o algo peor– y someter a un indeseable ebrio es relativamente fácil y más en bola.

Entonces, esa comunidad que clama y ha recabado firmas para que se despida a Márquez peca de timorata hasta lo ignominioso, pues sería víctima recurrente del funcionario en lo civil, pero resulta que también en lo personal.

Márquez tendrá que responder por sus acciones (o no, a veces sólo optan por hacer mutis hasta que el lío se disipa). Ayer se esperaba un extenso pronunciamiento, pero sólo hizo un par de precisiones: 1.- Que no estaba pedo y 2.- Que sí lo invitaron (y que toda esta campaña es golpeteo orquestado por malquerientes de administraciones pasadas). Como ya dije, de todo lo que se le imputa de aquella fatídica noche de copas, lo único de mediana gravedad son los insultos proferidos contra una artista local. Pero querer cimentar en ello su posible separación del cargo me parece un tanto endeble.

Aprovechar la corriente actual de linchamiento mediático para hacer política es lo que sí me parece oportunista y a la larga arriesgado, porque uno siempre puede ser el siguiente en verse afectado en su oficio o profesión a causa de un incidente vagamente relacionado con el mismo.

Y no se confunda, no defiendo al funcionario. Claro que espero que rinda cuentas puntuales, pero no sobre un mismo y confuso paquete de acusaciones variopintas.

A los agraviados de la fiesta les debe una sincera disculpa (aunque yo les recomiendo mejor que aprendan a defenderse, si no van a ser rehenes del próximo colado borracho que se les meta a su “reu”). Pero ya en su calidad de funcionario, son otros muchos los señalamientos que demandan satisfacción por parte de Márquez y si no lo hace, entonces sí, que se cumplan todas las exigencias de la comunidad artística.

La importancia de manejar a la persona y al funcionario por separado es insoslayable, de lo contrario todos quedamos expuestos a ser objeto de la misma inercia. De tal suerte que no basta con cesar a un funcionario, sino que hay que hacerlo por las razones correctas.