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Fuego azul

Los pinos de hielo flamean en azul durante el invierno. Son los más antiguos. Y la tarea del fuego cerúleo es bajar desde las agujas de los pinos para cavar, hasta introducirse al interior del suelo. Así, es posible ver pedazos de tierra oscura que vuelan entre las manos de los numerosos cuerpos del fuego, mientras excavan hasta lograr hacerse un sitio allí abajo.

Como consecuencia de estas horadaciones, el territorio humea; de él salen delgadas llamas amarillas que dejan ver los pensamientos de cada cuerpo ardoroso: melodías que dispersan en el cielo durante varias noches.

 Atraídas por la música y el humo, llegan las semillas. Luego de escuchar con atención,  eligen una melodía, y por grupos, descienden a los diversos huecos del ardoroso suelo. Allí, en un cuenco soterrado se abren y dan a luz filamentos de metal para las arpas. En el hueco cercano, otras entregan copias de sí mismas que van a buscar otros huecos humeantes.

Además de las semillas que liberan abecedarios, están las que se funden con el fuego amarillo y crean una hoguera que sale a caminar,  luego trepa a los pinos punteando de rubio sus siluetas.

Hay semillas que hacen explotar los huecos, pues dan a luz inmensas inflorescencias pétreas, y de allí usamos botones para sembrarlas en los huertos. Son las más socorridas,  pues las intercambiamos con las abejas de la aldea cercana para que construyan sus hogares hexagonales, a cambio de miel negra.

Así pasamos largas noches piscando los frutos del fuego azul, mientras dormimos a nuestros hijos que escuchan sus diversas melodías. Estas son las canciones de cuna que nos ofrece. Solo así no olvidaremos las urdimbres de vida que nos entrega.

Es esta la naturaleza del bosque durante el año que dura el invierno.

 claudiadesierto@gmail.com