Françoise Reynaud
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Françoise Reynaud
Murió en Francia Françoise Reynaud. Conocida por pocos activistas de Saltillo y decenas de ejidatarios y familias pobres, me pareció de justicia dedicarle la columna. Françoise (Panchita, la llamaba Víctor Blanco) llegó a la ciudad para iniciar un trabajo de cooperativas de consumo, crédito y producción en ejidos del municipio. Una persona la recomendó con Víctor y llegó con esposo y cuatro niñas. La actividad mejoró a no pocas familias. Lo saben algunos y no me extiendo. Comentaré otro suceso en que se involucró y del que pocos o nadie está enterado.
En Chiapas se encarceló a Feliciano García Pérez, máximo dirigente tojolabal, acusado de asesinar al abogado Andulio Gálvez. Jamás pudo haberlo hecho, pues cuando lo mataban, Feliciano dirigía una asamblea con 150 indígenas de 24 comunidades a 35 kilómetros del lugar. Pero Feliciano firmó una confesión en la que declaraba ser el asesino. Claro, los policías lo torturaron tres días con sus noches, hasta que se rindió. Entre otras cosas le sacaron varias muelas en vivo, lo sometieron al ahogamiento y lo hicieron comer excremento de policía. Esto me lo contó por carta y conservo esa y otras cartas sacadas clandestinamente de prisión por su esposa.
Sabiendo que era inocente, me di a la tarea de crear varios “Comité de Defensa de FGP”, uno en la Universidad de Sonora, otro en París, uno en Bélgica y otro más en Grenoble, ciudad donde vivía Françoise. Un buen día, ella llegó a mi casa en calle de Juárez. Venía apoyada por un sindicato de costureras. Me dijo que antes de comprometerse en la defensa de Feliciano debía comprobar que yo decía la verdad. Conectó su grabadora y me interrogó largamente. Se fue al DF a hablar con personas con las que tenía contacto y luego a Chiapas. Allá habló con todo tipo de gente, incluyendo tojolabales; al final visitó a Feliciano en la cárcel de Tuxtla. Ya estaba segura de su inocencia, pero ¿cómo comprobar su tortura y las trampas del juicio? Fue al juzgado y por medio de dinero logró que el secretario le prestara el expediente, que copió. Las contradicciones y la forma tan evidente de usar el español para confundir a un campesino indígena (por cierto, muy inteligente) brotaban de un juicio que tenía un veredicto antes de iniciarlo: 26 años en prisión.
Un paréntesis: déjeme decirle que en ese momento era secretario general de Gobierno de Chiapas Javier Coello Trejo, el “Fiscal de Hierro”, que hoy funge como abogado defensor de Emilio Lozoya Austin, acusado de recibir 10 millones de dólares. Eso explica más que mis palabras.
Con el trabajo de Françoise, el Comité, formado por un grupo de maoístas de París, se plantó frente a la Embajada de México denunciando la tortura de Feliciano; en la Facultad de Economía de Sonora, todos los maestros, sin excepción, donaron parte de su salario para apoyar a Feliciano; en Bruselas, el Comité, compuesto por un grupo de damas católicas de edad avanzada, de Dinant, sur de Bélgica, se puso en el exterior de la Embajada con pancartas que decían “el presidente Salinas asesina y tortura indios”.
Planteé el asunto a Armando “El Gordo” Castilla y puso a mi disposición dos páginas del suplemento dominical de VANGUARDIA. Escribí sobre Feliciano y sobre el movimiento indígena. Presentaba el caso y pedía apoyo. Nadie, ni de la Universidad ni de asociaciones ni de la autonombrada “izquierda”, ofreció nada, ni siquiera opinó. Únicamente una señora, dueña de una tiendita, empezó a enviar dinero a Feliciano y su familia y lo hizo por varios años.
Con tal ruido, se consiguió que Feliciano fuera trasladado de Tuxtla a la cárcel de Comitán. A los tres años, unos activistas ayudaron a que se escapara: lo vistieron de mujer y lo trasladaron al norte, donde vivió oculto, con otro nombre, en un ejido. Hará cosa de un año, una profesora de Historia que acompañaba a estudiantes que fueron a un congreso a San Cristóbal, se encontraron con tojolabales que me enviaron el mensaje de la muerte de Feliciano en Lomantán, su comunidad. Acaba de morir Françoise, pero ella ya no se enteró de todo lo que había seguido a su gran aporte: documentar la perversión del sistema de justicia mexicano en el caso. Pelici (como se le llamaba en tojolabal) y Françoise viven otra vida.