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Familias saltillenses llevan 40 años viviendo a orillas de un arroyo
A doña Juana no le preocupan las tormentas que azotan la ciudad, tampoco se inquieta por vivir cerca del arroyo que cruza por la parte trasera de su casa, ni mucho menos porque las paredes puedan reblandecerse tanto que pueda ocurrir un desmoronamiento y quedar al fondo del agua. Dice que los 10 metros que hay entre su casa y el cauce son suficientes como para no tenerle miedo a la crecida del arroyo.
Hace 40 años que Juana Guzmán Bautista llegó a vivir a la colonia Rosa María Gutiérrez. Tiene por vecinos al bulevar Luis Echeverría Álvarez y está a espaldas del arroyo El Martillo, justo donde hace dos semanas murió ahogado Édgar Raymundo Sánchez, un estudiante de 17 años que jugaba al futbol en la cancha que está en la esquina de Felipe J. Mery y el periférico.
“Aquí en la casa vivimos muy bien, no sentimos que estemos en riesgo por las lluvias, porque el arroyo nos queda a unos 10 metros de distancia. Pero sí sabemos que las canchas que están allá abajo son un peligro para los muchachos”, agrega.
Doña Juana dice que la semana pasada el estudiante, junto a otros jóvenes, jugaba en las canchas a pesar de la tormenta que se registró el pasado lunes. La unidad deportiva donde sucedió el accidente fue construida durante la administración del ex gobernador Humberto Moreira y a pesar de que inicialmente estaba protegida por una maya ciclónica, las personas que asisten a las canchas, la quitaron.
“Los mismos muchachos que vienen a jugar aquí quitaron la malla, por eso se les va el balón cada vez que juegan y se tienen que lanzar al arroyo a buscarlo. Fue lo que pasó con el muchacho que se ahogó, se le fue el balón y él se fue con él”, recuerda.
La profundidad que existe de donde están las canchas de basquetbol al arroyo son cerca de dos metros, cualquier menor de edad sin la supervisión de sus padres en el parque podría caer al agua.
Pero el arroyo no es el único peligro en este lugar. Otros vecinos de la colonia dicen que cuando no llueve, algunos pandilleros bajan al ras del arroyo y se esconden entre la maleza donde se drogan, también hacen pintas en los muros para marcar su territorio, por lo que representa un riesgo para los niños que van a jugar por las tardes en la unidad deportiva.