Fake news (2)
Usted está aquí
Fake news (2)
Comencemos por los hechos:
1. La humanidad entera padece en estos momentos un problema real de circulación de noticias falsas y su vehículo de diseminación más importante son las redes sociales.
2. Las noticias falsas no son obra de la casualidad, sino el producto de una acción deliberada, motivada por intereses concretos y orientada al logro de objetivos específicos. No son pocos los individuos, alrededor del mundo, para quienes la fabricación y diseminación de noticias falsas constituye su “trabajo”, es decir, el medio a través del cual obtienen sus ingresos.
3. La información sirve para tomar decisiones y, cuanto mejor sea la información utilizada para ello, mejores decisiones tomaremos. La fórmula no es infalible, desde luego: es posible tomar malas decisiones a partir de información real y verificable, pero ciertamente esto es mucho más probable si la información es falsa.
Fijados los hechos, pasemos a la pregunta: ¿debería preocuparnos o no la auténtica “pandemia” de noticias falsas cuya propagación atestiguamos todos hoy día?
Déjeme reformular la pregunta: ¿es importante o no estar conscientes de la existencia de esta “industria” de las noticias falsas? ¿O es algo irrelevante y en realidad exageramos quienes consideramos este hecho como uno de los mayores riesgos actuales para la democracia?
Mi posición la he venido fijando en las últimas semanas en este espacio: dada la naturaleza intencional de la avalancha de fake news, todos deberíamos ocuparnos de tal realidad y hacer algo al respecto. Esto es cierto, sobre todo, cuando comienzan a aparecer estudios indicando cómo la industria de las noticias falsas puede pervertir los procesos democráticos tal como, todo hace indicar, ocurrió en la reciente elección presidencial de los Estados Unidos.
Vale la pena destacar en este sentido, la iniciativa adoptada por Google, diversos medios de comunicación y Facebook para “proteger” la elección presidencial francesa cuya jornada electoral tuvo lugar el pasado 7 de mayo: crearon la herramienta CrossCheck, gracias a la cual cualquier internauta podía verificar la autenticidad de las noticias recibidas a través de sus redes sociales.
El propósito de la herramienta no es —al menos en un primer momento— el “censurar” las noticias falsas, sino algo mucho más útil (al menos desde mi perspectiva personal): dotar de credibilidad a las noticias merecedoras de ello y, de esta forma, permitirle al público percibir claramente la diferencia entre unas y otras.
Habríamos de insistir en la pregunta: ¿en verdad requerimos de una herramienta capaz de ayudarnos a tener clara esta diferencia? ¿Tiene un valor real para la sociedad democrática el ser capaces de diferenciar entre noticias falsas y verdaderas?
Pongámoslo en otros términos: ¿pasa algo si no contamos con un mecanismo para distinguir lo falso de lo verdadero, o simplemente no deberíamos preocuparnos por eso, pues al final “la verdad siempre triunfa” y “alguien” se encargará de poner las cosas en su lugar?
En mi opinión —y parafraseando a Monsiváis— solamente una enorme dosis de abusiva ingenuidad —o de perversos intereses— puede llevarnos a esgrimir argumentos a favor de la “libre circulación” de noticias falsas.
La razón de ello es evidente, pero hagámosla explícita: el objetivo de la “industria” de las noticias falsas no es democrático, sino exactamente lo contrario. Se trata de manipularnos, es decir, de inducirnos a tomar decisiones acordes con los intereses de quienes se dedican a la fabricación y diseminación de las fake news o de quienes pagan por ello.
El interés es avieso, pues. Hace falta ser estúpido para estar de acuerdo en no hacer nada al respecto.
Y, tal como ocurre con otros asuntos relevantes de la agenda pública —la corrupción, la impunidad o el tráfico de influencias— la solución no está en el arribo de individuos providenciales al poder o en “delegar” en los demás la responsabilidad de combatir el fenómeno.
Porque además —¡Oh, paradoja— de este asunto no podemos culpar al gobierno o a nuestros políticos: se trata de un problema creado por nosotros mismos a partir de una retorcida interpretación del derecho a la libertad de expresión. Con cada retuit, con cada “compartir” y con cada acción tendiente a multiplicar de forma acrítica las “noticias” a las cuales tenemos acceso a través de redes sociales, nosotros contribuimos a la proliferación de un fenómeno cuyas consecuencias terminaremos pagando caras.
Por ello, todos deberíamos hacer algo. Mi propuesta es simple: no reproduzca información sólo porque le parece “interesante” o “valiosa”. Si puede, tómese dos minutos para verificarla (se lo aseguro: no le tomará más de eso). Y si no tiene tiempo, simplemente no la difunda. Y no se preocupe: no le causará ningún daño a nadie absteniéndose; muy probablemente sí lo provoque diseminando irresponsablemente la mentira.
¡Feliz fin de semana!
carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3