Usted está aquí

Fábulas vegetales

Viaja el cronista a Campeche, la antigua ciudad amurallada, y deambula por sus calles, cosa que siempre suele hacer cuando se encuentra en otra población. Sus pasos lo llevan a una librería de viejo. En los estantes encuentra un libro cuyo nombre le llama la atención: “Fábulas científicas vegetales”. Al cronista las fábulas le gustan. En su casa aprendió algunas: “A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron...”. Después, en el colegio, aprendió otras: “En casa de un cerrajero entró la serpiente un día...”. 

Conoce las fábulas de Iriarte y Samaniego, de Bretón de los Herreros, de Rosas Moreno y don Ventura de la Vega. Alguna vez, de la mano de su maestro de latín, profesor don Ildefonso Villarello, tradujo aquella fábula de Fedro que comienza: Personam tragicam forte vulpes viderat... “Una astuta zorra vió una máscara de la tragedia...”. (Esa fábula anda por ahí en versos sencillos: “Dijo la zorra al busto / después de olerlo: / tu cabeza es hermosa / pero sin seso”. Cierta señora se la recitó en otra forma a don Jacinto Benavente, que tenía fama de marica: “Dijo la zorra al busto / después de olerlo: / tu cabeza es hermosa / pero sin sexo”. No se inmutó el escritor. Replicó: “—En efecto, señora: dijo la zorra”. Y es que en España se usa la palabra zorra en lugar de otra más contundente, de cuatro letras).

         El autor de ese curioso libro que dije, “Fábulas científicas vegetales”, es campechano, y es también de Campeche. He aquí su nombre, largo y sonoroso: don Nazario Víctor Montejo Godoy. Varios y disímbolos oficios tuvo don Nazario: fue médico, profesor, músico, botánico, dramaturgo, pintor, poeta y zoólogo. Acerca de él José María Lavalle escribió estas palabras:
         “... Como todo hombre cabal, su capacidad crítica era grande y llena de rectitud. Nunca se cansó de fustigar lacras y defectos, muchos de ellos hijos de la ignorancia. Lo hacía con la severidad del buen padre que castiga enseñando y enmendando errores con amor desinterés...”.

         Interesante personaje debe haber sido don Nazario. Sin embargo no me habría gustado conocerlo, porque de seguro habría fustigado mis lacras y defectos, y eso a nadie le gusta, aunque el fustigador fustigue con amor y desinterés.

         Pero ése es otro cantar. El que me ocupa es el contenido de las fábulas del señor Montejo. Así como La Fontaine hizo hablar a los animales —ese mismo milagro lo he visto en otras partes— don Nazario hace hablar a las plantas, a las frutas y legumbres, a los árboles. Escribe un sabroso diálogo entre un mango y un aguacate: los dos se duelen de que la gente de hoy los corte antes de madurar, con lo que se pierde mucho del buen sabor y cualidades de esos sabrosos alimentos. La gente de antes sí que sabía hacer las cosas: esperaba a que el fruto cayera de maduro y entonces se lo comía. El árbol de mango hace la anotación de que antes de dejar caer sus frutos dejaba caer sus hojas a fin de que sirvieran de colchón para que el fruto no sufriera daños al caer.

         En sus viajes encuentra siempre el Cronista libros raros, pintorescos y curiosos. Los compra siempre, y tiene de ellos una variada y rica colección. Leerlos es siempre deleitoso. Y más compartir con alguien la lectura, como compartí hoy contigo, lector, lectora amable, estas vegetales fábulas.