Fablar en gasajado

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Fablar en gasajado

Especial
El fablar en gasajado del siglo XIII en la corte alfonsí no es más que la descripción particular de una práctica humanamente universal

Alfonso X de Castilla sabía bien cómo deleitarse en las horas de ocio; uno de sus principales placeres era el fablar en gasajado.

Su madre, Beatriz de Suabia, se había formado en la corte de los Hohenstaufen de Sicilia, dinastía amante de las artes y la erudición: siempre se hacía rodear por gentes de letras y de música. Decía Alfonso que en la corte de su padre había “hombres de corte que sabían bien trovar y cantar, y de juglares que sabían bien tocar instrumentos; pues de esto se enorgullecía él mucho y distinguía quién lo hacía bien y quién no.” La tradición continuó en su reinado, él mismo cultivaba la poesía, componía cantigas y tenía —como su padre— un buen olfato a la hora de elegir a los mejores especialistas.

Después de que la gente de palacio terminaba sus labores, tenía lugar el conorte, esto es, el placer, la satisfacción. En ese momento bien se podían “oír cantares y melodías de instrumentos, y jugar ajedrez o tablas y otros juegos semejantes a estos. Y lo mismo se puede decir de las historias y los romances, y de otros libros que hablan de aquellas cosas de las cuales los hombres reciben alegría y placer.”

Todas aquellas actividades deleitosas se urdían en la trama del “fablar en gasajado”, es decir, el hablar gozoso, la plática amena. No era esta una actividad trivial o despreciable, sino sustancial, y no dejó de ponerse por escrito en documentos de la época.

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El fablar en gasajado del siglo XIII en la corte alfonsí no es más que la descripción particular de una práctica humanamente universal. A lo ancho de todas las geografías y en todos los rincones del tiempo, nuestra especie ha buscado estos deleites compartidos. Cada quién según su circunstancia practica el conorte, escucha a sus juglares y trovadores predilectos en la compañía de los amigos o de los parientes, cada uno tiene su palacio y su corte y a cierta hora del día gusta de intercambiar historias al calor de algún juego de mesa. Pocos ermitaños auténticos ha tenido la humanidad; ni siquiera los cristianos de la Alta Edad Media que voluntariamente se retiraron a las cuevas resistieron mucho tiempo el ascetismo, pues no tardaron en crear monasterios para vivir en paradójico aislamiento colectivo, y tampoco aquellos sabios que buscaron la iluminación en la soledad de las montañas se quedaron como eternos eremitas, pues antes bajaron a compartir parte de la luz recibida. En fin, somos criaturas sociales, curiosas, ruidosas, parlanchinas y juguetonas. 

En tiempos de pandemia seguimos celebrando la conorte, y aún a través de telas o pantallas damos rienda suelta al humano deleite del fablar en gasajado.