Extrañeza y extranjería

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Extrañeza y extranjería

En la familia no hay extraños.

Ninguno de los que forman una patria es un extranjero

Podríamos medir el grado de sentido social y comunitario de una persona por el número de gentes a las que no considera 
como extraños.

Se tiene solidaridad humana cuando nada humano juzgamos ajeno a nosotros mismos.

Un espíritu de secta, de bandería, de partido, de nacionalismo exagerado, un espíritu racista o de casta, cierto complejo de grupo esotérico  o de élite hacen siempre que se multipliquen los extraños.

Hay, en contraste, una actitud fraternal  -proyección del auténtico ámbito familiar- que da un matiz peculiar propio de los ciudadanos del universo,

Hay una antesala de la caridad que es una sincera y profunda filantropía.

Hay una  apertura de la mente  y del corazón para un diálogo que hace de todo hombre un interlocutor.

Si se multiplican los extraños, el mundo es cada vez menos una familia, una comunidad, un hogar de todos.

A un extraño no se le tiene confianza. Con un extraño no hay afinidad. En la extrañeza no hay clima para un trato amistoso.
Un extraño está lejos... No es de la familia, es un extranjero al que se le llama con un mote despectivo. En un mundo en que estamos todos más cerca y somos cada vez menos impermeables a influencia recíprocas es absurdo no aceptar nuestra comunidad de origen, de naturaleza y de destino trascendente.

Las discriminaciones, los hostigamientos escolares, los terrorismos enloquecidos que esparcen destrucción y muerte sobre víctimas inocentes es el extrañamiento más cruel y despiadado. 

Habrá menos extraños cuando haya más fraternidad y seremos todos más hermanos
cuanto menos nos sintamos huérfanos. La buena noticia que resonó hace veinte siglos requiere muchas voces y vidas testimoniales que recuerden a todos que somos todos hermanos de sangre porque la misma sangre nos redimió. 

Peregrinamos con la misión de hacer bien y así llegará un hogar definitivo de plenitud eterna...