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Evocación de un hombre bueno

Celso Garza Guajardo, cronista de Sabinas Hidalgo, Nuevo León, me llamó por teléfono aquel día.

-La Normal de Sabinas cumple años -me dijo-. Es mi escuela. Los maestros y alumnos me pidieron que te invite a dar una conferencia allá, el día del aniversario. ¿Cuánto nos cobrarías?

-Soy caro -le advertí.

-Ya lo sé -respondió-. Pero te quieren oír. Dime tus honorarios.

-Te voy a cobrar -le dije- un almuerzo de machacado con huevo.

-¿Nada más? -preguntó Celso algo desconcertado.

-No. Con café negro y tortillas de harina.

Así se cerró el trato. Cuando llegó la fecha nos encontramos, muy temprano por la mañana, en el Restaurant “García”, a la salida de Monterrey. Ahí almorzamos, y ahí empezó Celso a hablarme de su solar nativo y de su escuela. Emprendimos el viaje en mi automóvil, y escuché la sabrosa relación de los hechos y dichos de la gente de Sabinas; supe sus tradiciones y costumbres; me enteré de las galas de su cocina, de las cuales el machacado no es sino una sola. Cuando Celso daba cátedra, me cuentan sus alumnos, sus clases eran una amena conversación. Yo puedo dar testimonio de que su conversación era una amena cátedra.

Llegamos a Sabinas, y en la Normal fue recibido Celso como se recibe a un benemérito maestro. Después de mi participación regresamos a Monterrey, al mismo restaurant donde almorzamos. Ahí había dejado Celso su vehículo.

-Te invito un café -me dijo-. Es una propina adicional. Te la ganaste.

Entramos. Mientras nos servían el café me puse a ver las cosas que ahí se venden, cosas de la cocina y de la artesanía regional. Me dijo Celso de repente:

-Parece que tu coche está estorbando una salida. No te molestes tú. Permíteme las llaves.

Cuando volví a Saltillo abrí la cajuela, pues sentí en el trayecto como que algo se había caído dentro de ella. Celso me había puesto ahí los 5 tomos de una edición preciosa, antigua, de “México a través de los siglos”.

Murió mi amigo Celso hace un par de años. Se lo llevó un infarto al corazón. Trabajaba mucho, quizá en exceso. Algo de tiempo dedicaba a su propia obra, y mucho a la obra de los demás. Infatigable promotor de la cultura de Nuevo León, y sabinense, publicó 80 libros propios y muchos más de otros autores. Tenía a su cargo la ex hacienda San Pedro de Zuazua, un hermoso lugar lleno de historia que restauró tras convencer a la Universidad Autónoma de Nuevo León de que adquiriera la añosa casa grande de la hacienda a fin de dedicarla a museo, archivo histórico y centro cultural.

¡Cuántos ratos amenos pasé ahí en compañía de Celso y de otros buenos amigos de Nuevo León que saben de Historia! Yo sé historias, quizá por eso me admiten entre ellos. Todos extrañamos la presencia de Celso, centro de aquellas reuniones. En la última me regaló un libro donde  recogió recetas de la cocina del nordeste.

Ahora el centro cultural que creó Celso Garza Guajardo lleva su nombre, y un busto de bronce recuerda al amigo, al gran cronista, al acucioso historiador. Yo lo evoco, sonriente en su Normal, en las calles de Sabinas Hidalgo, en los umbríos corredores de la vieja casona de San Pedro, y siento su presencia y su amistad.