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Esta semana, durante la charla que tuve con Alejandro Fuentes Gil y familia en su estudio-taller, justo cuando llegó su esposa, Avelina Quezada, a la oficina donde estábamos conversando lo primero que hizo fue disculparse por el visible desorden del lugar y señaló cómo en ocasiones han tratado de acomodar todo, solo para que pronto regrese a lo que realmente es su orden natural, donde todo está a la mano, bien localizado, a pesar de que de manera superficial parezca un caos.
El maestro sugirió que hiciera un reportaje sobre cómo son los lugares de trabajo de otros artistas y recordó el ejemplo de un neozelandés cuando comenzamos a hablar del tema y yo no pude evitar pensar en Francis Bacon, de quien circulan varias fotos como prueba del verdadero chiquero que era su estudio. No se podía ni pisar.
Si bien su sugerencia ya está en producción no pude evitar pensar que en los tres años que llevo como periodista cultural —los cuales cumplí a principios de octubre— he entrevistado a cientos de artistas visuales pero he visitado a muy pocos en su hábitat.
El más reciente antes de ellos fue el caso de Alejandro Cerecero. En la casa no hay ninguna habitación o cuarto sin alguna de las piezas que hizo y que con los años ahí resguardó —no entré al baño pero no dudo de la existencia de obras ahí dentro también—.
Son dos pisos y si mal no recuerdo como cuatro recámaras, más la sala, comedor, cocina y lavandería repletas no solo de materiales, pinturas, esculturas, ensambles, arte objeto, títeres y demás, sino también simples objetos encontrados y papeles de todo tipo que, como lo mencionó en aquella entrevista, guarda “por si algún día sirven”. Y a pesar de la aparente acumulación en todo hay un orden y una cierta estructura; el maestro sabe dónde está cada cosa.
Este tipo de ejemplo es casi estereotípico —como el de Bacon pero sin llegar al grado de insanidad propio del pintor inglés—; artista con taller a rebozar de objetos diversos, pinturas y materiales pero hay en la ciudad ejemplos más moderados al respecto.
Carlos Farías, quien esta semana inauguró una exposición en el bar Oniria en el centro de la ciudad, tiene una casa en la colonia Topochico que no sé si es por el tamaño o por la manera de trabajar del pintor pero se antoja amplia. O tal vez es la memoria que me falla. La visité en enero del 2018.
Recuerdo mesas alargadas y caballetes para bastidores de gran formato; anaqueles con botes de pintura y pinceles pero con pisos despejados y un par de sillones. Definitivamente voy a volver.
También conocí el departamento de Mercedes Aquí en la colonia República. Entonces se encontraba mayormente vacío, pues su producción del momento, la exposición “Familiario. Arqueología del Exilio” ya estaba siendo montada en Casa Purcell —en abril del 2018— pero lo que alcancé a observar en aquel momento fue también un gusto por la recolección de piezas “por si algún día sirven” aunque de una magnitud mucho menor. Ya la veremos con los cincuenta años de trayectoria de Cerecero a ver si no tiene una colección de objetos encontrados similar.
Karla Rangel fue la primera que me invitó a su estudio, en la Topochico también, para hablar sobre la exposición “Cuerpo/Rizoma” que presentó en 2017. De esa antigua casa solo conocí un cuarto y todo en él estaba dedicado a esa serie; con algunas excepciones de objetos cotidianos había allí papeles, pinceles, pigmentos y pinturas.
Laila Castillo destaca como autora de bordados, de piezas conceptuales y de su propio estudio, el cual construyó ella misma con apoyo y una técnica ecológica de construcción.
Por último cabe mencionar a Estudio Lomelí, donde se desarrolla la actividad de Adair Vigil, Ramiro Rivera, Vinicio Fabila y Adriana Villalpando, aunque al hacer las veces de galería y centro cultural sus funciones como estudio son más versátiles.
Se puede aprender mucho de la obra de un artista al observarlo en su entorno de trabajo y por ello me sorprende que en tres años solo conozca siete estudios de artistas locales. Mi labor me ha llevado a entrevistarlos en la galería donde exponen o en las oficinas del periódico y hasta ahora caigo en la cuenta de que no solo siempre he tenido la curiosidad sino que debo adentrarme más en estos lugares.