Estamos a media batalla, la guerra no está ganada. Voltea a tu alrededor... ¿Eres Havlat?

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Estamos a media batalla, la guerra no está ganada. Voltea a tu alrededor... ¿Eres Havlat?

Un 12 de noviembre de 1903 llegaba al puerto de Nueva York el S.S. Pennsylvania, después de dos semanas de travesía por el Atlántico, trayendo a la familia Havlat a los Estados Unidos. Entre los diez Havlats que llegaban, de lo que ahora es la República Checa, estaba Anton de 23 años. Al parecer ellos ya tenían familia en Nebraska y decidieron establecerse en aquel estado, cerca de Omaha, y dedicarse al campo. Años después, Anton se casa con Antonia Nemec, otra inmigrante proveniente de un pueblo en la República Checa, y el 10 de noviembre de 1910 dan la bienvenida a Charley, el primero de seis hijos, todos dedicados al campo junto a su familia. Charley y uno de sus tres hermanos varones, Lumir, eventualmente arrancan una empresa de fletes para granos, sal y materiales rocosos.

Años después, en 1942 Charley y su hermano Rudy entran al ejército y al poco tiempo sus dos hermanos menores, Lumir y Adolph, se enlistan también. Charley es asignado al batallón de tanques 803 que en junio de 1943 es enviado a Inglaterra para entrenamiento y un año más tarde, en junio de 1944, cruza el canal hacia Francia y de ahí su participación en la guerra incluyó actividad directa en la Batalla de las Ardenas (Battle of the Bulge), una de las batallas más famosas de la Segunda Guerra Mundial hacia finales del conflicto y que representó el último intento (infructuoso) de Alemania de cambiar el destino de la historia.

Eventualmente Charley y su batallón cruzan el río Rin hacia Alemania en marzo de 1945 y el 6 de mayo cruzan hacia Checoeslovaquia, en momentos en que gran parte del ejército alemán estaba ya derrotado y en los que se esperaba una rendición alemana en cualquier momento. El 7 de mayo, a las 2:41 de la mañana, Alemania firma su rendición y el compromiso de que las hostilidades cesarán durante el siguiente día. Las tropas de ambos lados no estaban informadas de la rendición y seguían con hostilidades esporádicas; a las 8:20 de la mañana, el batallón 803 fue emboscado por una patrulla alemana escondida a las orillas del camino. Charley Havlat saltó de su Jeep y al asomarse recibió un disparo en la cabeza muriendo instantáneamente. A los pocos minutos del encuentro con los alemanes el batallón recibe la orden de retirarse y a las 8:40 se enteran de que el cese al fuego había surtido efecto 10 minutos antes. El oficial alemán que lideró la emboscada fue tomado prisionero ese mismo día y explicó a los americanos que no se había enterado del cese al fuego sino hasta las 9 de la mañana, pidiendo disculpas por el incidente y la muerte de Charley Havlat. No fue sino hasta los años noventa que la familia Havlat se enteró que Charley había sido considerado oficialmente el último soldado americano muerto en la Segunda Guerra Mundial. Los restos de Charley Havlat se encuentran enterrados en el Cementerio Americano de Lorraine en Francia.

Es probable que lo que sucede en nuestro país en estos momentos en la guerra contra el COVID-19, con el resurgimiento de una curva que en realidad nunca se aplanó y con la esperanza de que la disponibilidad de vacunas sea el armisticio o cese al fuego esperado por todos, sea equiparable a una de las batallas más relevantes de la Segunda Guerra Mundial. La vacuna está a la vista como los rumores del fin de la guerra se esparcían por Europa en 1945; aun así sigue habiendo víctimas. Algunos son los “soldados” desprevenidos que tratan de luchar cuerpo a cuerpo contra el enemigo invisible; otros los que niegan que existe una guerra; algunos otros que siguen saliendo a patrullar calles, bares y restaurantes. Hace unos días en un grupo en el que participo y del que absorbo y aprendo mucho, mi tocayo de Tijuana, de apellido Galicot, nos alertaba con la calma, presencia, seriedad y voz (aunque fuera un mensaje de WhatsApp) de alguien a quien siempre debemos escuchar: “Amigos, tenemos que reforzar los cuidados de nosotros y nuestras familias; como si estuviéramos en la guerra y sabemos que ya se va a acabar. Sería una tragedia ridícula ser el último soldado muerto”. Y me hizo pensar inmediatamente en lo duro que debe haber sido para las familias de todos aquellos que han caído en la parte final de las guerras, cuando ya no era siquiera relevante estar peleando. La pandemia se va a llevar más soldados. A algunos por mala suerte, a otros por ya estar heridos y a los más por imprudencia que pudo ser evitada. Volteemos alrededor y veamos que hay soldados que no verán el fin de la guerra; no verán cuando la humanidad venza al virus. Procuremos no ser un Charley Havlat. No pasemos a la historia como la última víctima de la pandemia en nuestro País, estado o ciudad. Hay momentos en las batallas en las que es prudente mantener la cabeza abajo, sobre todo si uno no trae fusil, casco o blindaje.

**Con información de “Charley Havlat, the last American killed in combat in Europe” de Marc Lancaster en “The Low Stone Wall”, una publicación dedicada a los soldados caídos de la Segunda Guerra Mundial.