Estados fallidos
Usted está aquí
Estados fallidos
El 36% de los mexicanos considera que los gobiernos tienen un mal desempeño. El descontento y la indignación ciudadanas guiarán muchos votos.
La oferta política de gobiernos anteriores no dio resultado. Se apuesta a experimentar nuevas opciones con la esperanza de que, ahora sí, las cosas van a cambiar.
Un discurso que señala los males de la privatización, de la corrupción y los carteles en el poder, logra identificarse con el sentir de la población. El problema es que las soluciones propuestas —por ningún partido— no tienen la solidez para resolver esos males.
El desengaño cíclico llegará pronto: después de la fiesta electoral llegará la cruda. Las elecciones a nivel local muestran las mismas caras, con el mismo o diferente partido. Las ideologías se diluyen o no importan.
A nivel nacional las propuestas de izquierda y derecha son iguales: materialistas con un mayor o menor grado de asistencialismo: regalar dinero. No se promueve un crecimiento económico basado en el conocimiento y habilidades.
Se sabe que el problema es la corrupción, las propuestas para combatirla son débiles e impracticables. No me gusta ser aguafiestas, pero no se avizora que la situación del país vaya a mejorar en el corto o mediano plazo. Además, ya no podemos poner nuestras esperanzas en lo que ya no existe: un gobierno todopoderoso y su mesías.
“Los Estados, sus gobiernos, cada vez pueden menos.
El poder dejó de ser lo que era y, ahora se muestra incapaz de encarar problemas graves, cotidianos o de corto alcance. Bauman describe la crisis del estado como un divorcio entre política y poder: “poder” se entiende la capacidad de hacer y terminar cosas, y por “política”, la capacidad de decidir qué cosas debería hacer él mismo y qué otras deberían resolverse en el ámbito global (donde ya reside buena parte del poder efectivo para conseguir que se hagan las cosas).
El verdadero poder es trasnacional y no está sujeto a leyes. El fracaso del Estado, su debilidad e ineficiencia proviene en gran parte de no cumplir su papel. Demasiada intervención y regulación en donde no debe, poca intervención en donde debería. Se convierte en un estorbo al desarrollo económico y al mismo tiempo falla en regular las fuerzas del mercado, en redistribuir la riqueza, en impartir justicia e igualdad.
No hay quien haga un consenso entre los actores en materia económica: el asalariado siempre pierde, ganan los líderes sindicales. El aparato burocrático se convierte en un fin por sí mismo, para perpetuarse en el poder y no para servicio de los ciudadanos.
El estado delega su función mediante privatizaciones, concesiones y dejan a la población en las fauces de las “fuerzas del libre mercado”. Si bien, esto sucede en muchas partes del mundo, en México se ha visto con marcada claridad.
“Los mercados tienen más fuerza que el electorado”: El triunfo de Trump fue en parte con la ayuda de la manipulación de la información que conocía Facebook.
El mercado tiene más fuerza que los políticos y el poder se desplaza hacia el conocimiento. Por querer hacer de todo, los gobiernos pierden el enfoque en lo prioritario. Se debe redefinir el rol de un gobierno, cuando los fines para los que fue creado ya no se cumplen.
Un gobierno debería elegir uno o dos problemas a resolver y trabajar en ellos en lo que dura su periodo. No le alcanza para más, sus acciones son incoherentes, reactivas. La agenda se la dictan los medios de comunicación, los intereses de partido, los de permanencia en el poder y los intereses económicos. Se atiende al que más grita, no hay apego a un plan.
Ante un escenario electoral de un país dividido, el candidato que gane necesitará conciliar, consensuar, para evitar la ingobernabilidad.