¿Estado fallido?

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¿Estado fallido?

No somos un Estado fallido porque no se puede, pero de que lo intentan nuestros ‘representantes’ es evidente

Durante no pocos meses del régimen de Felipe Calderón se habló con insistencia de México como Estado fallido. Un buen número de columnistas presentaba una confusión enorme al hablar de Estado porque lo emparentaban con Gobierno o Nación. No es raro. En 1994 tanto Octavio Paz como Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis confundieron esos conceptos y tuvo que venir la escrupulosa precisión de un intelectual serio, Adolfo Gilly, que les mostró que el Gobierno es una parte del Estado pero no “el Estado”. Traigo esto a cuento porque después de la visita de Donald Trump se intensificó la idea y el error acerca de un Estado fallido.

Si algo ha fracasado no es el Estado mexicano sino un sinnúmero de sus instituciones. El Estado es el territorio con todos sus ciudadanos y sus instituciones, sus lenguas, sus tradiciones, su historia y sus recursos (y su Gobierno). Ahora bien, si por Estado nos referimos a una entidad en especial entonces debemos pensar que esa entidad es una parte de México y que puede ser un fracaso en sí, pero no en lo que toca al todo.

Decir que Enrique Peña Nieto es un gobernante que nos ha conducido a la desilusión y que debe dejar el poder es una reacción inmediatista a sus fallas, al sentimiento de vergüenza que sentimos por la corrupción salvaje que estamos viendo día con día y que ya ni siquiera nos lleva al estupor: vemos como motivo de chistes todos los desvaríos de nuestro Presidente, que fue electo democráticamente.

No quiero que se piense que desvío la atención de lo que es “el Gobierno”, uno de los elementos fundamentales del Estado.

El Gobierno no lo hace el Ejecutivo, o no debería hacerlo; tenemos (aparentemente) un País con un Gobierno dividido en tres poderes precisamente para equilibrar el del Ejecutivo, que aquí y en el mundo entero siempre abusa y se sobrepone a los otros dos. Ahí vemos otra posibilidad de “fallido” porque el segundo poder (no debería haber jerarquías) no sirve para gran cosa. Me refiero al Poder Judicial. Ayotzinapa, Allende, Piedras Negras, Torreón, Tamaulipas, “El Chapo”, Michoacán, y échele lápiz a la lista, son ejemplos de lo que podría significar el adjetivo fallido.  

El otro poder, el Legislativo, formado por senadores y diputados, ha estado poco a poco sacando la cabeza, liberándose del poder omnímodo del Presidente o de los ejecutivos estatales. Tenemos que aceptar que ya los diputados tienen un lugar que nunca tuvieron en los 85 años de PRI. Pero no hay que entusiasmarse porque el Legislativo no sea ahora el levanta-dedos del Ejecutivo, pero es un buen negocio para individuos que jamás hubiesen brillado por sí. Negocio personal pero sobre todo partidista. Los votos en el Senado y la Cámara tienen precio y se comercia con ellos. El Partido Verde es el mejor ejemplo de cómo se puede invertir no dinero sino promesas, alianzas, proyectos, discursos: los réditos son enormes.

Visto así, no habría duda de que México es un estado malogrado. Añádale la corrupción de empresarios, burócratas y cuerpos policiales y tendrá la  definición buscada. Pero no, el Estado no es sujeto de quiebra y tampoco de evaporación. Lo que hemos visto, desde la historia, es que en la medida que el poder se concentra, tanto en la federación como en las entidades y en los municipios, se crea una red de interdependencia entre los poderosos. Y entre éstos están los narcotraficantes y la delincuencia organizada (son distintos). O sea que ellos se han apropiado de México; o sea que desde la religión, el aparato educativo, la burocracia, lo judicial y lo económico estamos sitiados. ¿Significa que los ciudadanos deberíamos agitar una bandera blanca y rendirnos antes el asedio?

Dejando de lado la citada frase de Max Weber sobre que el Estado ejerce la violencia legítima sería mejor pensar que el Gobierno mexicano promueve desaforadamente la producción de consenso. Quiero decir que nos obliga cotidianamente a aceptar nuestra derrota. ¿Es este artículo una propuesta de capitulación? No, por supuesto. Deseo poner al alcance del lector esta reflexión que no se quede en lectura sino en acción. ¿Qué acción? Cualquiera que nos libere del tipo de Gobierno que tenemos. No somos un Estado fallido porque no se puede, pero de que lo intentan nuestros “representantes” es evidente.