¿Estábamos mejor… cuando estábamos peor?

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¿Estábamos mejor… cuando estábamos peor?

Como si necesitara decirse: El COVID nos jodió el año a todos y para muchos representó una verdadera catástrofe, en tanto que para otros más significó la más absoluta y definitiva pérdida de todo.

No sé si haya tratado de imaginarse, porque es hasta cierto punto un ejercicio inútil, cómo sería el actual desmadre pandémico si lo multiplicásemos por, digamos, 50.

Sí, una plaga 50 veces más grave, 50 veces más letal que el COVID-19. Es decir, el COVID-950. ¡Jasacrasta!

Agréguele que nos quedásemos sin internet, sin telefonía celular y que tres cuartos de la población mundial no contaran con servicios básicos: luz, agua potable, drenaje.

Bueno, pues eso fue justamente la llamada Gripe Española que el mundo enfrentó hace poco más de un siglo, pandemia que en un año se cargó a 50 millones de seres humanos (se dice que pudieron ser 100 millones, pero por la falta de registros, se optó por esta cifra “conservadora”).

Se estima también que la morbilidad, es decir, el número de personas infectadas, pudo estribar entre la mitad y dos tercios de la población mundial. 

Estamos lidiando apenas con una fracción de lo que representó aquella amenaza de influenza-virus A subtipo H1N1 y, se supone, estamos en mucho mejores condiciones y mucho mejor preparados que en aquel entonces.

Soy perfectamente consciente de que esto de poco consuelo le sirve a quien ha sufrido una pérdida. Pero es que no pretende serlo en ninguna forma. Solo me interesa siempre tener las cosas en perspectiva para, en la medida de lo posible, mantenernos optimistas.

Yo no estoy exento de riesgos (debí ofrecerme como conejillo para la vacuna china. NOTA: Recordar anotarme para el siguiente apocalipsis viral). Pero aun si me sumase a las estadísticas funestas (¡lagarto, lagarto!), el COVID-19 palidece en lo cuantitativo frente a otros azotes pretéritos.

¿Será que la burbuja informática, en la cual estamos inmersos, nos ha facilitado el afrontar esta inusitada contingencia o -todo lo contrario- sólo entorpece los reales esfuerzos de difusión para la contención del virus?

Creo, ahora sí, sin mucho temor a equivocarme, que el internet habría hecho toda la diferencia para la gente de 1918: Las autoridades sanitarias y gobiernos habrían emitido recomendaciones y órdenes directas a una población que las habría acatado obedientemente.

Pero para la gente del siglo 21, que nos creemos muy listos porque crecimos y envejecemos con un crónico empacho informativo (una indigesta madeja de datos de los que es imposible discernir lo fidedigno de los embustes), la cosa es muy diferente.

Por un fenómeno asociado a los algoritmos con que las redes sociales y plataformas digitales seleccionan la información y contenidos que nos ofrecen, con base en nuestras preferencias, se crea una peligrosa inercia.

Vamos a suponer que una mente, no muy brillante, hace una búsqueda sobre terraplanismo. Facebook, Google, Twitter, YouTube y demás, comenzarán a bombardearle con más y más testimonios, documentales, explicaciones sobre la teoría de la Tierra plana. Y entre mayor el consumo, más atroz el bombardeo, así hasta llevar al individuo a la convicción más absoluta. Cualquier evidencia de que la Tierra es un esferoide la considerarán parte de una conspiración para encubrir la verdad. Y así es como se forma un cretino de pura cepa, categoría Bolsonaro o Trump.

Como ya le decía, nuestra mejor herramienta contra el COVID-19, la información, parece ser también nuestro mayor impedimento para unificar criterios en esta lucha, pues la actitud preponderante de cada individuo de esta sociedad es la de “todos son pendejos, menos yo”.

A mí no me avergüenza reconocer que he tenido dudas, que he hecho mis propias elucubraciones y que al día de hoy aun desconfío de ciertas medidas. Estoy tranquilo porque pese a todo, en todo momento he recomendado seguir las recomendaciones sanitarias y obedecer a las autoridades y yo mismo las acato, porque no son negociables.

Trascendió que el Alcalde de Francisco I. Madero, municipio que está en algún punto de este enorme predio de corrupción llamado Coahuila, sería multado por promover entre la población el uso del controversial dióxido de cloro, como medida preventiva y tratamiento contra el “d’este covids”.

Irresponsable de mi parte sería discutir aquí la eficacia o inutilidad de esta sustancia, tanto como lo fue de parte de este alcalde tomarse atribuciones médico-científicas en temas de salud y de vida o muerte. Así que probablemente, este funcionario cabezón, se haga acreedor a una merecida sanción de parte de la Secretaría de Salud.

Me gusta que la autoridad se ponga estricta en estos temas, ojalá lo hiciese siempre. Pero me desalienta que tengamos que vérnosla con una pandemia mundial para que ello suceda (si es que acaso llega a suceder).

Curioso que ocurra aquí, en un Estado donde las televisoras locales no dejan de transmitir a los charlatanes y tele-merolicos del “pare de sufrir” y conexos, que ofrecen remedios místicos para todo tipo de males que deberían ser tratados por especialistas. Pero allí sí, la autoridad en vez de intervenir y darles una patada en la dona, que los regrese para siempre al país de donde llegaron, prefiere cerrar los ojos y ser cómplice. ¡Bonita chingadera!

Y más curioso todavía que todo esto ocurra en este País, cuyo Presidente recomendó, desde su investidura y con toda la socarronería de la que es capaz, ya no dióxido de cloro, sino unos amuletos religiosos como protección ante el cataclismo sanitario en curso.

Me sigo preguntando: ¿Estaremos mejor o peor que en 1918?