Está la política… y las cosas peores

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Está la política… y las cosas peores

​Quienes participan en política, ¿deberían mantenerse leales a la ideología con la que se identificaron públicamente en primera instancia?

El cronista de la ciudad de Saltillo, Armando Fuentes Aguirre, publica diariamente en las páginas de VANGUARDIA una de las columnas más leídas de México, “De política y cosas peores”, a través de la cual, según sus propias palabras, cumple cotidianamente con la grave tarea de “orientar a la nación”.

Para los efectos del presente texto, lo que importa es el título de la colaboración, una construcción de suyo jocosa mediante la cual el también conferencista pareciera querer dejar claro que la política no es necesariamente la actividad más criticable que podemos encontrarnos los ciudadanos, sino que las hay aún más deleznables.

Independientemente de si se coincide o no con “Catón”, ciertamente la actividad política nos proporciona elementos para creer difícil que otras áreas del quehacer cotidiano puedan llegar a sorprendernos de la forma en la cual lo hace el comportamiento de quienes habitan el mundo político.

Y es que los usos y costumbres de la política integran un universo peculiar que invita a considerar la inexistencia de la lógica en el mismo. O al menos la inexistencia de la coherencia, la consistencia o la ideología.

Un buen ejemplo de lo anterior lo proporciona el reporte periodístico que publicamos en esta edición, relativo a la “mudanza de piel” de dos operadores políticos cuyos nombres resultan bastante familiares para los coahuilenses: Antonio Solá y Fernando Simón Gutiérrez, un conocido mercadólogo el primero y un conspicuo integrante del Partido Acción Nacional el segundo.

Solá, de origen español, es además conocido por asesorar preferentemente campañas de candidatos del PAN, aun cuando su oficio le permitiría, sin problema alguno, asesorar a candidatos de cualquier partido.

De acuerdo con la información conocida, aun cuando ambos participaron activamente en el pasado proceso electoral para la elección de Gobernador, apoyando la campaña de Guillermo Anaya, hoy estarían alineando justamente en el bando contrario y asesorarían al precandidato priísta Miguel Riquelme, quien seguramente abanderará a dicho partido en la contienda por iniciar.

¿Cómo se muda de piel en la política? ¿Es válido realizar este tipo de “virajes” en el espectro partidista? Quienes participan en política, ¿deberían mantenerse leales a la ideología con la cual se identificaron públicamente en primera instancia?

Desde la perspectiva de los derechos individuales, la respuesta a las preguntas anteriores es no. Cada individuo debe ser libre de alinear en las filas del partido político que considere más cercano a sus intereses, y sus conciudadanos –no se diga ya la autoridad– haremos mal en intentar cualquier cosa para impedírselos.

Sin embargo, siendo cierto lo anterior desde la perspectiva estricta de los derechos individuales, cabe preguntarse si desde otras perspectivas puede al menos criticarse la mudanza de piel que, en última instancia, actualizaría la idea de que las ideologías en realidad no existen y que la actividad política consiste, como diría “Catón”, simplemente en hacer política y, cuando se requiere, cosas peores.