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Esta es la odisea de un paciente saltillense con cáncer
Carlos llega a la terminal de autobuses del Indio a las 08:30 horas, luego de tomar un taxi desde su domicilio al oriente de Saltillo. Bastaron 4.4 kilómetros y 10 minutos de camino para que nuevamente le dieran ganas de ir al baño.
Hace dos años, luego de diagnósticos erróneos que aseguraban que tenía colitis y gastritis, descubrió en una colonoscopia que padecía cáncer de colon, con sólo 50 años, una hija que mantener y activo laboralmente, hasta entonces.
Fue en esa etapa cuando entró en un duro proceso de tratamiento… en Monterrey, para el cual ocupa aproximadamente 10 horas en cada cita, debido a que Coahuila carece de una clínica donde se atiendan especialidades que en la región sólo abarca la Clínica 25 del IMSS, en Nuevo León.
Al respecto, Penélope Cueto, encargada de Comunicación Social del instituto en Coahuila, explicó –sin detallar cifras– que los pacientes que son canalizados a Monterrey varían de acuerdo con la complejidad y el avance de su enfermedad; y que, para reducir las afectaciones por los traslados, el IMSS busca fortalecer la capacidad resolutiva local, como la apertura de centros de quimioterapia en Saltillo.
ENFRENTAN ‘VIACRUCIS’
“Cuando necesité la primera operación en el seguro me daban largas, y recurrí a un doctor particular porque acá no te reciben hasta que estés sangrando del colón y vomites sangre, no quise llegar a eso. Gracias a Dios, desde hace tiempo ya no siento molestias.
“Los viajes son pesados, especialmente recién operado, recuerdo que me tocó viajar a un mes y medio de la operación, me fui en un asiento que no se sostenía, por lo que me fui haciendo fuerza: todo el camino me fui de ladito”, comenta Carlos, uno de tantos pacientes del IMSS que enfrenta el “viacrucis” de ser atendido en Nuevo León.
Marcela, su esposa, lo espera en los rígidos asientos metálicos de La Centralita, mientras el hombre vestido de playera, pantalones y tenis deportivos realiza sus necesidades. Sale, no se sienta, solo se hinca a un costado de su acompañante porque su padecimiento le vuelve incómodo cualquier asiento que no tenga cojín.
A pesar de que su viaje, programado con una semana de anticipación gracias a múltiples visitas al departamento de foráneos de la Clínica 2 del IMSS, salía a las 9:00 horas, la unidad terminó por iniciar la ruta con media hora de retraso.
VIAJAR SOLO NO ES UNA OPCIÓN
Carlos se aseguró de conseguirle un boleto en el departamento de foráneos a su esposa para que lo acompañara sin gastar más, aunque esto contradijera el Reglamento del Traslado de Pacientes del IMSS.
“Uno es pensionado y no me alcanza para andar de arriba para abajo, una vez se nos pasó la firma para que nos canjearan el boleto y el proceso es largo, por eso una vez casi no llegaba a Monterrey”, dice Carlos.
La reglamentación establece que sólo los pacientes con padecimiento neuropsiquiátricos, invalidantes, trasladados por urgencia médica, con cirugía de alta especialidad y menores de 10 años o mayores de 65 que no pudieran valerse por sí mismos, tienen derecho a un boleto gratis para acompañante.
Son al menos diez pacientes los que se trasladan diariamente a Monterrey desde varios puntos de Saltillo. Carlos conoce a la mayoría de los que viajan para tratar su cáncer, pero sabe que hay más con diversas enfermedades, quienes a diario viven la odisea de viajar para alcanzar salud.
Afortunadamente a Carlos le tocó asiento con su esposa, lo que lo hace viajar en calma y no tan incómodo, pues con su tratamiento el estómago lo siente rígido y con malestares. Casi dos horas después, llega a la central de Monterrey, donde acude al baño nuevamente antes de salir a la calle.
APRENDIÓ CÓMO REDUCIR GASTOS
A las 12:00 horas camina con Marcela hacia el parabús, no toma taxi porque sabe que algunos choferes aprovecharán que no conoce la ciudad para cobrarle hasta 150 pesos por un viaje con valor original de máximo 50 pesos.
La ruta del transporte público que toma desde hace casi dos años hace casi 25 minutos de camino, pero solamente gasta 24 pesos en sus pasajes, aunque le incomode físicamente el asiento plástico sabe que su bolsillo de pensionado lo agradecerá.
“Los trabajadores de Martin Rea me ayudaron, ahí trabajé cuando me enfermé, incluso mi jefe y la empresa nunca me corrieron. Ellos me pensionaron, no hicieron por deshacerse de mí a la primera, como muchas otras lo hubieran hecho”.
Un vendedor de carpetas y plumas abarca la acera del exterior de la clínica, al parecer el mercado de expedientes médicos deja mucho. Carlos camina con un poco de desesperación, sus necesidades lo dirigen al baño.
LA SALA QUE (DES) ESPERA
Abarrotado por aproximadamente 50 personas, entre pacientes y acompañantes, gran parte de las bancas lucen ocupadas. El ambiente se hace pesado tras largas horas de espera, donde sólo la risa o el jugueteo de un niño hace menos pesado el tiempo.
Carlos llega y saluda a todos, especialmente a los encargados de dar radioterapia, con quienes formó una amistad durante las 28 sesiones diarias que recibió el mes pasado. Día a día era la misma rutina: viajar desde Saltillo, abordar y transbordar, salir de Monterrey y vivir la misma rutina al día siguiente porque se aferraba a la vida.
Ocho mil 400 pesos gastó al final del mes, para muchos no es tanto, pero los traslados lo cansaban, especialmente por la carga del tratamiento, el cual lo dejó sudando a mares y temblando en una banca después de la sesión y en medio de tanta gente. Tristemente sabe que pudo haber sido peor.
“Lidiar con cáncer y ser de bajos recursos es difícil. Yo llevo dos operaciones y hemos salido adelante, es muy fastidioso y cansado viajar tanto”, comenta mientas llora y solloza.
A las afueras de radioterapia reposa una caja para tarjetas fabricada con madera y decorada con puntos y marcada con la leyenda “equipo 3”.
“Cada punto representa a uno de nosotros esperando con paciencia volver a estar bien y regresar tranquilos a casa”, dice con orgullo Carlos.
Las horas pasan y Carlos no sabe exactamente quien le dará su medicamento, “porque así es el IMSS”, pero ahora es un experto en perseguir personas que le darán soluciones, por lo que espera afuera del departamento, en un pasillo, a uno de los doctores que probablemente le darán su receta.
A las tres de la tarde estaba programada su cita y hasta el momento, Carlos no ha escuchado su nombre, pero minutos después de las cuatro le hablan para ingresar con la oncóloga. Pasan casi 20 minutos y sale. 20 minutos por los que valió la pena cada uno de sus viajes porque ahora sus niveles de antígenos oscilan entre el 1.3 y 1.5, luego de que tiempo atrás alcanzaran los 140.
MIENTRAS UNOS VIENEN, OTROS VAN
En la banca del rincón reposa un paciente local con cáncer de colón. No habla, sólo denota que quisiera no estar ahí, con una dona en el trasero porque no soporta el asiento metálico. Por lo que comenta su esposa, el hombre apenas va en la segunda sesión de radioterapia, pero no será atendido aquí en la 25, debido a que los foráneos acaparan la atención médica, razón por la que se le dará un pase para el Hospital Universitario.
La mujer del paciente local espera la entrega de la receta de su esposo. Nunca escucha su nombre y se dispone a preguntar, pero su cara luce desencajada cuando se da cuenta de que no le indicaron bien donde registrarse, por lo que deberá esperar una hora y probablemente le resuelvan.
Carlos al ver esta escena relata lo que él sintió: “Llegó un momento en que el tumor me estaba destrozando el recto. Entiendo a mucha gente que se rinde, pero la desesperación no me ganó y gracias a Dios estoy aquí”.
“Estoy con cada una de mis luchas, como la vez que me sentía muy mal porque por segunda ocasión me entró una bacteria, fui al IMSS e insistieron en que era una reacción natural de mi cuerpo, me dolía y tenía fiebre, pero fui con el particular y me dijo que ya debía operarme o se me iba a reventar”.
Al preguntar el origen de los pacientes se puede verificar que sólo el 30% son locales, mientras la mayoría procede de distintos municipios de Coahuila, quienes viajan aún más que Carlos para recibir atención médica.
EL REGRESO A CASA
Carlos recoge su receta, esta vez no hace tanta fila porque no es inexperto y sabe los horarios en que se abarrota, apenas 20 minutos después la fila alcanza el pasillo exterior, pero Carlos sale primero y se dirige con Marcela, quien sacó con tiempo la orden de rayos X para Saltillo.
Ante el cansancio, la pareja opta por abordar un taxi hacia la central, pero Carlos pregunta tajantemente al chofer si lo paseará o sólo hará el traslado, pues no piensa caer y pagar un alto precio. Carlos tenía razón y sólo paga 45 pesos.
Finalmente arriban a la central y en 15 minutos ya se disponen a retornar a Saltillo, no sin antes detenerse en las dos terminales pequeñas que recogen personas en el camino. El tráfico de la carretera hace que lleguen hasta las 7:30 a su ciudad, donde Carlos una vez más se dirige al sanitario después de tan largo viaje. Posteriormente, la pareja toma un taxi amarillo que los llevará a casa, donde al fin, Carlos probará algún bocado de comida.