Esta democracia nuestra

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Esta democracia nuestra

La democracia es uno de los mayores alcances de la humanidad en los últimos tres siglos, para hablar de su versión histórica más moderna, dejando un poco de lado la versión griega de la antigüedad. Considerada la forma más avanzada para organizar las instituciones en los países y comunidades, hoy se enfrenta a grandes desafíos. 

La salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, al igual que la intentona de Cataluña por separarse de España; el plebiscito en Colombia para ratificar un acuerdo de paz entre el Gobierno y la guerrilla; la disputa por la aprobación constitucional o no, de los matrimonios igualitarios en nuestro país, y la elección en Estados Unidos con un peligro para el mundo  —Donald Trump— con posibilidades de ganar, nos ponen en guardia ante las decisiones soberanas de las mayorías a través del voto secreto. Eso, sin ocuparnos todavía del 2018 en nuestro País, en una elección que hasta el día de hoy es altamente incierta, en sus más fundadas proyecciones.

El tema del matrimonio gay, que en Coahuila ya está legalizado, ha despertado una serie de debates y enfrentamientos, que solo conocíamos en la historia reciente, cuando se dio la disputa en la llamada Guerra Cristera que costó tantas vidas, y tanta destrucción por la persecución de la Iglesia Católica de parte del Gobierno Federal, allá por los años veintes del siglo pasado.

Nadie lo imaginó, pero la Iglesia, tan dada a sumarse sigilosamente a los designios de los gobiernos nacionales, de repente despertó y empezó a movilizar a sus simpatizantes para enfrentar en las calles, en los medios, en las redes sociales, y en cualquier lugar, la iniciativa del Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, de abrir espacio en la Carta Magna a los matrimonios entre las personas del mismo sexo.

Aparejado, aunque con menor perfil, está el tema de la posibilidad de adopción de hijos por los genéricamente llamados gay, que en realidad comprenden a homosexuales, lesbianas, transgéneros, y transexuales, en un sector cada vez más integrado y más movilizado, que por cierto,  recientemente perdiera a uno de sus más destacados activistas, que también formara parte de los liderazgos más prominentes del movimiento estudiantil del 68, Luis González de Alba.

Tenemos que externar nuestra preocupación porque este asunto se pueda convertir en un factor de alta discordia en nuestra sociedad. 

La mejor manera de entender la iniciativa presidencial, sin duda, es que se consideró que la sociedad mexicana había venido procesando con aprobación el otorgamiento de derechos, como el derecho a casarse, en varios estados, entre ellos el nuestro. Sin embargo, aparentemente no había tal aprobación, ni siquiera la pasividad ante ello que se llegó a estimar en los grupos conservadores de la iglesia católica, y de las iglesias.

Ni siquiera los mensajes amigables hacia la comunidad gay del Papa Francisco han logrado frenar la acometividad de amplios sectores católicos, que muchos dábamos por desarticulados, pero que ahí están, ahí siguen, y muy posiblemente ahí seguirán.

A quién de nosotros no le ha pasado en estas semanas recientes que se le cuestione, en alguna reunión familiar ó de amigos, si está a favor o en contra de los matrimonios entre personas del mismo sexo.

Yo no recuerdo que me hubieran hecho la misma pregunta, de si a favor o en contra, cuando se estaba debatiendo en el Congreso de la Unión la Reforma Energética, o la Educativa, por citar las dos de mayor controversia en su momento. Nadie me preguntó si estaba a favor o en contra de la inversión privada en la extracción de petróleo en aguas someras o profundas. Ni cuál era mi postura sobre la evaluación a los maestros.

Nadie quiere ver a la sociedad mexicana dividida en torno a ningún tema. Digamos tan dividida. Eso no nos ayuda en nada. Menos en estos momentos.

Pero lo que si debemos considerar que en algún momento este país tendría que procesar asuntos como el que mencionamos. Al que no se le puede estar ignorando ni sacando la vuelta permanentemente porque hay muchos mexicanos que están convencidos que tienen plenos derechos para casarse con quien ellos o ellas decidan sin importar el sexo de quien será su cónyuge.

Quizás lo mejor sería que el Gobierno, y los grupos de activistas, los de a favor, y los de en contra, pudieran pactar el posponer el debate y la decisión para después de la próxima elección presidencial. 

Una de las mayores virtudes de la democracia, es que también sabe esperar.