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Espionaje a la Mexicana
Desde los albores del Siglo XIX, las élites han sostenido incontables enfrentamientos político–ideológicos, teniendo como referente ideas, modelos y leyes acuñadas y puestas en práctica en Europa y Estados Unidos; sociedades que han sido y siguen siendo modelo para nuestros dirigentes y gobernantes.
Los distintos intentos de amoldarnos a tales ideas, modelos y leyes nunca acaban de “cuajar”, por ello hablamos de “democracia a la mexicana”, “seguridad a la mexicana”, “espionaje a la mexicana”, entre otros, cuando queremos decir que no funcionan o que funciona mal.
En días recientes, México acaparó la atención a raíz de las revelaciones sobre espionaje internacional practicado por la empresa israelí Pegasus, que publicó el periódico británico The Guardian. Por órdenes de Peña Nieto, Pegasus espió a periodistas y opositores, entre ellos a López Obrador y a su equipo más cercano.
Pegasus operó a sus anchas durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, particularmente en la Procuraduría General de la República, posteriormente rebautizada como Fiscalía con el frustrado propósito de hacerla autónoma. Nada de aquella reforma de justicia funcionó, la contratación de Pegasus es una acción ejemplar de aquel fracaso. La Fiscalía sigue monopolizando la acción penal, siendo juez y parte en el proceso penal, dejando de lado a la policía y produciendo los lamentables resultados de siempre: 99% de impunidad. La malograda reforma costó carretadas de millones, dejó intacta a la corrupción, no sirvieron para nada, los resultados están a la vista, los números no mienten.
Percibo un antes y un después en la historia mexicana del espionaje. El régimen autoritario del PRI monolítico, solía centralizar sus esfuerzos en la Dirección Federal de Seguridad, dependiente de Segob; más tarde en el Centro de Investigación y Seguridad Nacional. Su función consistía en acopiar información para el control político, cuidar al régimen, observar y perseguir adversarios. Es muy recomendable la nueva serie de Netflix, “Red Privada: ¿Quién mató a Manuel Buendía?”. Es revelador el rol protagónico de Manuel Bartlett, quien a los 85 años y ya purificado por el supremo, es protagonista en la 4T.
Después del 2000, con la alternancia, se abrió una “barra libre”, para todos los que creyeran tener un pie en la seguridad pública: PGR, AFI, Cisen, Sedena, Semar y SSP, los gobernadores y hasta uno que otro privado. Resulta curioso que el moderno espionaje “a la mexicana” sea tan sui generis, comparado con la historia y la práctica del oficio en el mundo, viola las reglas más elementales del mismo.
En las llamadas democracias maduras se establece un marcaje personal al espionaje, mediante leyes, reglamentos y comisiones legislativas que dan seguimiento, vigilan su actuación y llegan a avalar en secreto, decisiones de gran trascendencia e impacto. Su enfoque primordial es la seguridad interna y externa. Recopila información estratégica para defenderse de sus adversarios reales o imaginarios. Sin duda habrá algunos casos en que se utiliza de manera extralegal para neutralizar adversarios.
En México suele utilizarse primordialmente para eliminar, neutralizar y/o desmovilizar opositores y exhibir en público su miseria. Anteriormente conseguía sus propósitos, pero cada vez funciona menos. Es tanta y tan escandalosa la información que circula libremente, que las revelaciones de “inteligencia”, suelen pasar casi desapercibidas. Quizás ya nada sorprende al público en su condición de electorado.
Ahora bien, en cuanto a la información que se obtiene producto del espionaje, es tanta la que debe procesarse, que los órganos de inteligencia deben contratar ejércitos de escuchas para seguir conversaciones, que las más de las veces son irrelevantes. Cuando detectan información comprometedora, empiezan a planear cómo neutralizar adversarios. Pero si pensamos como país, la dispersión de esfuerzos es mucha, ya que cada sistema termina sirviendo a su titular o a sus grupos internos. Poco o nada se ponen al servicio de las instituciones para beneficio de la sociedad.
Los únicos no vigilados son los que debieran espiar, o al menos, eso parece. La delincuencia, cuenta también con sus propios sistemas de espionaje y sigue tan campante. El gobierno, sometido ante los criminales y envalentonado ante los políticos y la ciudadanía que se les oponen.
Al final el resultado es el mismo. Después de gastar cientos de millones de dólares, la inseguridad florece y el gobierno, espiando a sus contrincantes políticos. Quizá lo único bueno de todo esto sea que cada vez interesa menos al público. Ni acaban con la delincuencia ni debilitan a sus adversarios. Hacen mal el mal, del bien ni hablamos.