Esperanza y nueva vida en una unidad de maternidad; embarazo y COVID suma de riesgo

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Esperanza y nueva vida en una unidad de maternidad; embarazo y COVID suma de riesgo

Lucha. Este apartado del Centro Hospitalario Brooklyn ha sido un bastión para luchar por la vida por partida doble, la madre y el bebé. The New York Times
En este hospital, la alegría se ha convertido en drama, la llegada de un bebe en tiempos de pandemia es todo un reto

NUEVA YORK, EU.- Los preocupados doctores, reunidos de pie después de sus rondas, sopesaron los riesgos. Una mujer embarazada de 31 años se encontraba en peligro, con los pulmones invadidos de coronavirus. Si programaban el parto de inmediato, podrían reducir la tensión de su cuerpo, lo que quizá le ayudaría a recuperarse.

El problema era que le faltaban más de dos meses para llegar a término, y existía una gran probabilidad de que el bebé experimentara problemas para respirar, alimentarse y mantener su temperatura, además del riesgo de sufrir problemas de salud a largo plazo. La cesárea sería un factor estresante.

A fin de cuentas, los tres obstetras convinieron en que ni la madre, que se encontraba conectada a un respirador, ni el bebé que llevaba en el vientre, estaban recibiendo suficiente oxígeno, por lo que tenían más probabilidades de salvarlos a ambos si traían al bebé al mundo ese mismo día.

“Teníamos que hacer algo”, dijo Erroll Byer, director del departamento de Ginecología y Obstetricia del Centro Hospitalario Brooklyn, al reflexionar sobre lo que vivió esa mañana hace casi dos semanas.

La mujer, Precious Anderson, era una de las tres embarazadas que tenían en condición crítica al mismo tiempo en el hospital comunitario, una situación inusual. Byer caminó varias veces del área de maternidad a la unidad de cuidados intensivos, para revisar su evolución.

La unidad de Obstetricia, que recibe a alrededor de 2600 bebés cada año, por lo regular es un espacio de celebración y esperanzas colmadas. Sin embargo, en esta época de pandemia se ha visto transformada.

Casi 200 bebés han nacido desde principios de marzo, según Byer. Han tenido veintinueve mujeres embarazadas o en trabajo de parto de las que se sospechaba o se confirmó que tenían la enfermedad causada por el virus, COVID-19. Se les aisló del resto de las pacientes y el personal médico usaba indumentaria con protecciones para atenderlas. Los pasillos en que las mujeres solían caminar durante el trabajo de parto están vacíos, pues las futuras madres están confinadas a su habitación. Varios doctores y enfermeras del departamento se han enfermado.

El caso de Anderson es especialmente desgarrador. Ha sido paciente de Byer desde hace años. Byer le aconsejó durante todo un proceso para quedar embarazada de nuevo después de sufrir un aborto y también recibió a los hijos de su hermana. Un día tras otro, mientras su paciente luchaba por sobrevivir, Byer se preguntaba: ¿será posible que pierda al bebé que tanto ha luchado por tener? ¿El bebé perderá a su madre?

Mientras vivía ese calvario, su madre, Doris Robinson, fue a la oficina de Byer. “¿Cree que vaya a recuperarse?” preguntó. “Por favor, dígame la verdad”.

UN DOCTOR Y SU COMUNIDAD

Cuando Anderson, quien trabaja como maestra suplente, por fin logró embarazarse, las visitas de atención prenatal se convirtieron en una actividad familiar. El padre del bebé —David Cirilo, quien trabaja en seguridad— iba con ella, y con frecuencia también los acompañaba la mamá de Anderson para ver el examen de ultrasonido. Esperaban al bebé para junio.

Byer le tenía afecto a esta paciente —la describe como alguien con “una personalidad muy agradable”.

El jueves 26 de marzo, se sintió mal y llamó a Byer, quien le pidió que fuera a la clínica. Sin embargo, Anderson le dijo que tenía miedo de ir al hospital. Además, comentó, de seguro solo era el asma dando lata.

Un día después, no le quedó otro remedio. Cuando llegó al hospital, tosía y tenía dificultad para respirar; ni siquiera lograba articular una oración completa. Byer le dijo que quizá tenía COVID-19, pues “tenía los síntomas clásicos”, y la ingresó a un área especial de la unidad de Parto y Alumbramiento donde se habían reservado cuatro habitaciones al final de un pasillo para pacientes embarazadas infectadas.

Al día siguiente, cuando el equipo de maternidad no logró mantener sus niveles de oxígeno, la transfirieron a la unidad de Cuidados Intensivos. “Tenía la respiración demasiado cortada”, comentó el doctor James Gasperino, director de Cuidado Crítico. Solo veinticuatro horas después, se encontraba conectada a un respirador.

Byer se despierta a las 5:30 de la mañana y se prepara para lidiar todo el día con la crisis del coronavirus. En su iPad, revisa qué sucedió durante la noche: visita el sitio web de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, el de la Universidad Johns Hopkins y el del Departamento de Salud de Nueva York para ver si hay alguna recomendación nueva y determinar si la ciudad va alcanzando el pico en la carga de pacientes.

Se mantiene informado sobre los datos. Se han publicado varios estudios pequeños sobre el coronavirus en el embarazo. Se ha descubierto que los bebés se infectan solo en una pequeña minoría de los casos y que en general se recuperan. Aunque algunos hospitales separan a las nuevas madres con COVID-19 de sus recién nacidos, otros, como el Centro Hospitalario Brooklyn, permiten que las madres estén con sus recién nacidos y los amamanten; se cree que el virus no se transmite por la leche materna.

Se cree que las mujeres embarazadas tienen el mismo riesgo de contraer enfermedades graves por la COVID-19 que otras personas. No obstante, Byer señaló que se necesita investigar más, en particular dentro de algunas comunidades, como la de Brooklyn, donde es común que las embarazadas sufran obesidad, diabetes e hipertensión.

EL SONIDO DE UN LATIDO

Una de las pacientes hospitalizadas en el piso de maternidad con COVID-19 era Basharrie McKenzie, quien había pasado un tiempo conectada a un respirador en la unidad de Cuidados Intensivos.

McKenzie, nació en Jamaica y llegó a Estados Unidos cuando era una adolescente. Tiene tres hijos y trabaja como codificadora clínica en otro hospital de Brooklyn, donde cree que contrajo el virus. Al principio pensó que tenía un resfriado. Su hija de 11 años le trajo jugo de zanahorias y remolacha para atacarlo.

Hace casi tres semanas, un martes, comenzó a tener problemas para respirar. Al igual que Anderson, su obstetra le dijo que fuera al hospital cuando enfermó, unos tres meses antes de llegar a término. La doctora, Amber Ferrell, se alarmó cuando McKenzie llamó y le faltaba el aire.

Para ese viernes, había desarrollado insuficiencia respiratoria hipoxémica aguda, es decir que su sangre no recibía suficiente oxígeno, lo que significa que su bebé tampoco. Le colocaron un respirador.

En la habitación número 11 de la unidad de cuidados intensivos dos días después, vio pasar a un doctor en su bata blanca, Gasperino, que le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba. Eso le dio esperanza. Respondió al gesto con dos pulgares y una sonrisa. Pero todavía respiraba de manera agitada y tenía bajo la nariz un tubo que le daba un gran flujo de oxígeno.

McKenzie le rogó a Dios, comentó después. Su hermana, quien es pastor en Toronto, les pidió a otros orar por ella. Poco a poco, su condición fue mejorando. Finalmente, abandonó la unidad de cuidados intensivos, donde la gran mayoría de las pacientes con COVID-19 han muerto, y la trasladaron a una habitación especial aislada en el área de maternidad.

En su soledad, pues solo se les permitía una visita a las mujeres que iban a dar a luz, se mantuvo entretenida en Instagram y en FaceTime con sus hijos, incluida su pequeña de tres años, Aaliyah McKenzie. Había sido un año difícil para la familia, que perdió a cuatro integrantes en los seis meses anteriores.

El lunes pasado por la noche, Angela Lewis, enfermera de maternidad que ha trabajado en el hospital tres décadas, se puso un cubrebocas N95, una bata azul de plástico, guantes, botines y un protector en el rostro para ingresar a la habitación de McKenzie. Dijo que no había recibido capacitación especializada para cuidar a pacientes de coronavirus.

La enfermera le puso un monitor a McKenzie alrededor del vientre. El sonido del latido del corazón de su bebé llenó la pequeña habitación. c.2020 The New York Times Company