Esperanza y celebración

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Esperanza y celebración

Esperar es no tener sino anhelar

Se espera un bien imaginado que aún no llega. O el término de una calamidad que aun no cesa. Puede basarse la espera en la confianza en quien ha hecho una promesa. O en la seguridad que da el cumplimiento exacto de exigencias o protocolos necesarios. 

El campesino espera la cosecha porque ha sembrado. El que tiene depositado dinero a plazo espera recobrarlo en la fecha de su vencimiento. Toda madre, enterada de la duración de una gestación completa, espera que transcurran los nueve meses para que el hijo nazca.

Es el sentido del Adviento que ya está llegando a su fin. Ha sido tiempo de espera. Una salvación ha sido anunciada. Isaías lo hizo mucho tiempo atrás. En la plenitud de los tiempos se da el nacimiento del Mesías anunciado: el Ungido, el Salvador.

No es un profeta más sino es el Verbo, la Palabra eterna que se une a la naturaleza humana en el seno de María. Se da la unión de lo divino y lo humano en el Hijo de Dios que empieza, también, a ser el Hijo del hombre.

Se acaba el tiempo de la esperanza y empieza el tiempo de la celebración jubilosa. A distancia de tres días, vislumbramos ya esa luz celestial que anuncia el gran acontecimiento. Un himno angélico proclamará la gloria celestial y la paz terrenal para todo hombre de buena voluntad.

Es, sobre todo una fiesta para vivirla en familia o en comunidad de amistad, en un ambiente de oración agradecida, de comunión afectiva y efectiva, en plena reconciliación. Cada hogar habrá vivido —en el Adviento— su generosa solidaridad con los excluídos, los despojados, los empobrecidos que se enferman y sufen. Se eleva la accióh de gracias, circula la alegría de la misericordia y se abre la vida de cada persona al Salvador. 

Trae vida en abundancia, verdad plena y amor universal...