Espectros
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Hablamos siempre de las “grandes figuras” de la historia. Hablamos con elogios a veces hiperbólicos de los grandes cerebros de la ciencia, la tecnología, las artes, las finanzas, la política, la moda, los deportes y muchos quehaceres más.
El diestro futbolista que ganó tal campeonato mundial y el deslumbrante tecnólogo que hizo posible tal avance en el mundo de la electrónica son objeto de una justa admiración y de un coro de églogas y odas pindáricas en casi todos los idiomas del mundo.
El escritor laureado con el premio Nobel por la Academia Sueca y la actriz o la directora galardonadas con sendas estatuillas del Oscar por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de California se convierten al momento en noticia en todos los medios masivos de comunicación y se debate sobre la asignación de tales premios.
Pareciera que el mundo está hecho de celebridades a las que hay que rendir pleitesía una y otra vez. En la actualidad, las redes sociales convierten en una celebridad instantánea al perro que salvó la vida de su amo o al joven y musculoso biólogo que estudia la vida de los tiburones en algún punto del globo.
Algo nos impele a admirar lo singular, lo único, lo osado. El multimillonario que logra triplicar su fortuna gracias a un acrobático y sagaz movimiento bursátil; el malito que burla a la justicia una y otra vez gracias a su astucia –y a la corrupción de los representantes de esa “justicia”-; el científico que descubre la forma de domeñar el poder de una enfermedad letal: resulta claro que todo esto despierta nuestra admiración, y muchas veces, nuestra gratitud.
En otros casos, tales hazañas sacuden a la envidia, esa bestia ultra perceptiva que despierta ante el menor murmullo. Pero éste es un tema que no tiene cabida en el presente documento. Estamos tan contaminados de ella, y lo mismo de la soberbia, que parece mejor dejar de lado una y otra, al menos por ahora.
Las grandes figuras, ah, cuánta admiración encienden en nosotros. Alejandro Magno y sus batallas, Fidias y el Partenón, los primitivos científicos, Einstein y una teoría de la relatividad que los mortales comunes no llegamos a entender plena y cabal cabalmente, Leonardo y su minuciosa curiosidad y pinturas, los inventores de la bomba atómica, Pascal y Leibniz y sus máquinas de cálculo, los protagonistas de las investigaciones en torno del genoma humano, Bach y audible matemática celeste… Y tantas cosas más. Hay quien admira incluso “el genio” de Hitler.
Sin embargo, detrás de estas figuras cumbre apenas atendemos y ya no escuchamos a las multitudes que dieron vida a su época, como hoy los miles de espectadores que se desgañitan ante un partido de futbol o las manifestaciones silenciosas pero estridentes o las masivas proclamas exigiendo libertad y justicia. Tras una gran figura sólo vemos fama, brillo y luz, casi nunca familia, amigos, comunidad o sociedad en general.
Y muchas veces, como en un gran guiñol, las grandes figuras aparecen y desaparecen, en esa extraña marea de la fama. Pues el gusto y la moda son cambiantes: Sor Juana fue nadie durante siglos, y de pronto, gracias a Nervo, resurgió como una novedad; Dante fue invisible por siglos, y en algún momento, su figura y su obra despertaron ante un interés mayúsculo. La historia –el poder o las veleidades de la moda- velan o desvelan a su antojo pasajes cronotópicos, paisajes, figuras individuales y multitudes.
Los que nunca reaparecen son las personas que rodearon a las grandes figuras. O casi nunca. Es célebre un poema de Brecht –que, dicho sea de paso, no es uno de mis autores preferidos- en el que alude a los incontables anónimos. Me refiero a “Preguntas de un obrero ante un libro”:
“Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó? / En los libros figuran los nombres de los reyes. / ¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra? / Y Babilonia, destruida tantas veces, / ¿quién la volvió a construir otras tantas? ¿En qué casas / de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron? / La noche en que fue terminada la Muralla china, / ¿adónde fueron los albañiles? Roma la Grande / está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió? / ¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada, / ¿tenía sólo palacios para sus habitantes? Hasta en la fabulosa Atlántida, / la noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban / pidiendo ayuda a sus esclavos. / El joven Alejandro conquistó la India. / ¿Él solo? / César venció a los galos. / ¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero? / Felipe II lloró al hundirse / su flota. ¿No lloró nadie más? / Federico II venció la Guerra de los Siete Años. / ¿Quién la venció, además? / Una victoria en cada página. / ¿Quién cocinaba los banquetes de la victoria? / Un gran hombre cada diez años. / ¿Quién pagaba sus gastos? / Una pregunta para cada historia.
https://sites.google.com/site/bertoltbrechtpoemasycanciones/
Para que la vida cree una gran figura se necesita la sangre y los esfuerzos de muchos seres anónimos. Por un Cervantes hubo miles que quisieron escribir “El Quijote” –o algo similar-, pero dejaron sus lustros y su furia en el empeño. Por un Stephen Hawking se pagaron miles de tentativas que tuvieron nombre y apellido, pero cuyas circunstancias fueron adversas.
Hay también una “selección natural” en la carrera de los seres humanos. Eso de que “si quieres, puedes” no es más que una falacia pregonada por los mercachifles de la “superación personal y la autoayuda”. De hecho, vivimos en medio de mentiras de similar jaez. Los memes que circulan entre los teléfonos celulares rebozan de falacias pseudo sabias como ésa.
Idolatramos el individualismo y una identidad que creemos irrepetible. Sin saberlo, suponemos que debemos formar parte de una obra como “Los Héroes” de Carlyle o ser protagonistas de una serie televisiva con mucha acción y amor apasionado. Poco a poco, tarde o temprano, descubrimos que no somos sino parte de la inconmensurable manada que camina hacia el despeñadero y que quizá ni Lady Gaga ni Twenty One Pilots serán considerados en un futuro indecible como “grandes figuras”.