Escultura de Coahuila: Oliverio Martínez, un genio olvidado


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Escultura de Coahuila: Oliverio Martínez, un genio olvidado


Oliverio Martínez de Hoyos a los 23. / Foto: Especial.
En una entrega anterior habíamos abordado los avatares de la escultura pública en nuestra ciudad. Sin embargo, algo que poco se sabe, es sobre la obra y la vida de este artista coahuilense, autor de obra dispersa y vida breve; y sobre su logro mayor: el haber ganado el concurso nacional para realizar los cuatro conjuntos escultóricos que coronan el Monumento a la Revolución.


La vida de Oliverio Martínez de Hoyos (Piedras Negras, Coahuila, 1901-1938) se me aparece como una novela corta escrita por Fitzgerald o Melville: una cruda paradoja entre la gloria y la miseria, el éxito y la enfermedad, lo permanente y lo breve.
El escultor cuasi autodidacta se escurre sigiloso de la efeméride, esquivo se disuelve entre los engranajes de la historia. Así que intentaré un esbozo de su fulgurante cronología.

Se sabe que tuvo más de 15 hermanos, de los cuales por lo menos cinco se dedicaron al arte, entre ellos el pintor Ricardo Martínez de Hoyos y el gran actor Jorge Martínez de Hoyos –Sí, aquel discípulo de Novo, que gracias a su inglés aparecerá también en “Los Siete Magníficos” y en el western fundacional de Ripstein, con guión de García Márquez, “Tiempo de morir”.

El monumento a Emilio Carranza, 1930, se encontraba originalmente donde hoy está la estatua de Francisco Coss. / Foto: Especial.

El Norte de la juventud

¿Por qué digo Melville? Porque nuestro héroe –aún no escultor- se buscará la vida al norte, trabajando en oficinas como aquellas citadas en el Bartleby, del autor neoyorquino. Como otros grandes artistas mexicanos –Emilio Fernández, Miguel Covarrubias, Gorostiza, Rivera, Gabriel Figueroa, Dolores del Río,  Gilberto Owen, Esquivel- Norteamérica lo imantará y condensará su vocación. Empleado de una empresa de ferrocarril, se sabrá después que es justo en Nueva York, que compartiendo habitación con otros migrantes depauperados, será contagiado de tuberculosis. Sin embargo, algo en Nueva York transfigura la visión del coahuilense. Tiene apenas 25 años. Es 1927: época de la Cristiada, Huitzilac,  la crisis del petróleo, el relevo presidencial, el auge de los Contemporáneos, la publicación de “El Gran Gatsby”, y unos meses después, el accidente y muerte -también cerca de Nueva Jersey- de su paisano Emilio Carranza.

Regresa a México. En 1928 se matricula en la Academia de Bellas Artes. Ese mismo año gana un concurso de escultura: su primera obra, dedicado al piloto Carranza. Su primer bronce, un busto dedicado al héroe, se sabe que fue enviado a Saltillo ¿Dónde está?

Así como José Joaquín Blanco dijo sobre los Contemporáneos: “Durante los años veinte la juventud tuvo connotaciones morales, estéticas y simbólicas que depositaban en el joven los más generosos ideales humanos: era el activo, el soñador, el aventurero, el capaz de imaginar, el atrevido, el audaz, el ambicioso, el experimentador y el capaz de las grandes emociones: el creador." Martínez de Hoyos condensa estos ideales de su generación: sueña en grande.

Al siguiente año, 1929 –Igual que Juan Rulfo- se enamora de una muchacha de 14 años, a la que aventaja más de una década. Igual que el jalisciense, perviven algunas cartas : “Me llamo Oliverio Guillermo Martínez; soy de Piedras Negras, Coahuila y tengo 27 años. Me dedico con pasión a la escultura (…) Cuando pienso en ti no quisiera ni que me hablaran...”

La espera casi un lustro, se casa con ella en 1933. Tres años antes realiza la única obra de él que pervive públicamente en Coahuila: la estatua del piloto aviador Emilio Carranza, que hoy se encuentra, semi oculta y despojada de su basamento original, en  un jardín del Aeropuerto de la Ciudad de Ramos Arizpe; en una pose inusual, el joven aventurero lleva las manos en los bolsillos de su pantalón, con gesto despreocupado.

Conjunto escultórico, monumento de la Revolución. Detalle. / Foto: Especial.

El crack up

¿Por qué digo Fitzgerald? Porque, como casi todos los personajes de Francis Scott, para Martínez de Hoyos empieza la época de la gloria, pero también de la caída. La dicha conyugal de la primogénita y el éxito profesional se contradicen a la dictadura irónica –crónica- de la enfermedad: su herencia de tiempos más duros en Nueva York. Por esos años realiza también una obra emblemática: los relieves con motivos prehispánicos que adornan el edificio del Frontón México, y que perviven hasta nuestros días.

En 1934 se lanza la convocatoria del concurso para los conjuntos escultóricos que coronarán el Monumento a la Revolución. Digo Fitzgerald, porque la carrera y la gloria de Martínez de Hoyos es meteórica, brillante y breve como un aerolito: toda su producción dura menos de 10 años. Sin embargo, su fuerza, monumentalidad –deudora de lo prehispánico- con visos a lo que entonces se entendía como modernidad y cierta intención histórico-pedagógica, asentaron las bases de lo que luego se conocería como Escuela Mexicana de Escultura.

Su propuesta se alzó vencedora entre cuarenta escultores. Era tan poco conocido y poco dado a los reflectores y la vida social, que según el arquitecto Obregón Santacilia –responsable general de la obra- cuando Oliverio triunfó, tuvieron que ir a buscarlo hasta su taller para avisarle. Uno de los valores más ponderados en su trabajo fue la integración de su propuesta escultórica con las líneas principales de la obra: su fusión: “Podría decirse que no se sabe dónde termina la arquitectura y dónde empieza la escultura”.

Los cuatro conjuntos, situados en cada una de las esquinas del emblemático monumento, se refieren a la Independencia, las leyes de Reforma, las leyes  agrarias y las leyes obreras: para definir la identidad de los personajes incluidos en ellas, el escultor tomó como modelos a los propios trabajadores canteros, a los albañiles, a sus mujeres e hijos.

Casi al final del proyecto, la enfermedad se ensañó con él: ya no podía subir hacia los andamios donde se realizaba el trabajo. Por prescripción médica tenía que estar apartado de su amada esposa y su única hija. 

Oliverio Martínez de Hoyos sucumbió entregado a la obra de su vida –como personaje de Fitzgerald- en el auge de su pasión y de su juventud, a los 37 años, el 21 de enero de 1938, sin poder verla finalizada. Hoy, en Coahuila, a casi un siglo de su auge, casi nadie reconoce su nombre, mucho menos el peso de su legado. Casi todos dicen –como una disculpa, como borrosa filiación: “Es que yo soy Contemporáneo”.

alejandroperezcervantes@hotmail.com

Twitter: @perezcervantes7

El escultor con el conjunto dedicado a las leyes obreras. Monumento a la Revolución. 1934-38. / Foto: Especial.