Es vital tener en nuestra mente que lo verdaderamente importante son los otros

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Es vital tener en nuestra mente que lo verdaderamente importante son los otros

Dijo Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas”, una afirmación eminentemente antropocéntrica, sin embargo, podemos utilizarla también para poder entender que ni la política, ni la economía, ni la educación, ni la dimensión laboral están por encima del ser humano, sino que, por el contrario, deben de presentar condiciones de realización y no de sometimiento para el mismo.

Y como ya lo hemos asentado por estos lares, el ser humano no se concibe sin vivir con los demás y para los demás, por eso las grandes escuelas del siglo pasado –el existencialismo y el personalismo– señalan las grandes diferencias entre los conceptos de individuo y persona, que finalmente conforman la realidad del hombre. Cuando estas distinciones no están claras, se cometen grandes aberraciones que muestran las grandes patologías de quienes piensan en clave de poder, de fama y de enriquecimiento desmedido.

Hay quienes pensando en el ser humano como individuo –indiviso, diferente y autónomo– han puesto en riesgo sus anhelos de felicidad complicándolos. Los jinetes del apocalipsis del posmodernismo –individualismo, hedonismo, nihilismo, los valores del mercado, el consumismo, los fundamentalismos y los radicalismos– con premeditación, alevosía y ventaja han sacado partido generando una polarización social de enormes proporciones. Sin entender que la persona, como individuo, es única e irrepetible y con toda la capacidad para buscar rumbo y sentido de vida a través de sus elecciones, cualquiera que ellas sean.

El individualismo tiene que ver con el solipsismo egoísta que reza bajo la premisa de “primero yo, después yo y al final yo”, las grandes desigualdades sociales en el mundo, en América Latina, en México y en cada una de nuestras ciudades tiene que ver con el 80/20 que nos ha polarizado. La individualidad, concepto más cercano a la idea de persona, pone todo lo que es y tiene en potencia al servicio de los demás. Cuando es solidario y piensa más en plural que en singular.

La visión individualista tiene como foco los intereses personales, la individualidad, los intereses comunitarios. En ese sentido, dirá Jacques Maritain en “La Persona y el Bien Común”, que el paso del yo individualista al yo generoso y alterno (en el sentido de los otros), posibilita la construcción de lo social y aporta los fundamentos de la vida política (1968: 47-48). Y agrega que el individuo se vuelve persona cuando aspira a la espiritualidad, es decir, a la justicia, a la libertad, a la igualdad y la validación de sus derechos.

Por eso, el fundamento de la sociedad es la persona y su objetivo es la construcción de lo público, de lo social. Y ahí está la diferencia, la sociedad es una asociación de personas que buscan el bien común, donde su dignidad y sus derechos se convierten en la esencia de cualquier proyecto. Para ser claros, a la persona le caracteriza la trascendencia. Es decir, la capacidad que tiene de dejar huella en su trayecto histórico.

En ese sentido, en cualquiera de las dimensiones donde el ser humano interactúa, sobrevendrán tensiones cuando se le trate bien sólo como individuo, persona e individuo son una unidad. Efectivamente, como individuo, cada ser humano es único e irrepetible, poseedor de autonomía y de dignidad que le hacen ser sujeto de derechos, después de esto las taras sociales que vivimos, como la pobreza, la desigualdad, la inseguridad, la violencia, la corrupción, la impunidad y todas las injusticias, no tendrían por qué existir. Existen porque hay quien capitaliza todo esto, creyendo que el control social o el poder les hacen ser más que los demás.

En síntesis, el fundamento del individuo es la autonomía y el sentido de pertenencia; el de la persona, su dignidad y sus derechos. La rapidez con la que vivimos, las ansiedades que nos agobian, la incertidumbre que nos engloba y la complejidad de la que somos parte ha puesto en riesgo la idea de Gabriel Marcel, que no es para nada utópica, se volvió una idea romántica porque pareciera que lo anormal se volvió normal, pero sin lugar a duda la realización de cada uno de nosotros depende de entender que “el tú y yo hacen el nosotros”.

Nacimos para vivir en comunidad, para estrechar lazos, para colaborar unos con otros en la construcción de lo público. En una sociedad liberal, el punto de partida se trata de priorizar las condiciones de libertad y de igualdad, particularmente la creación de un marco de igualdad de oportunidades que se caracteriza por la generación de condiciones iniciales equivalentes entre los ciudadanos.

En asuntos de feminismos, de vacunas, de regreso a los estadios y del regreso a clases debemos de tener en cuenta que no es más importante la utilidad, el poder o aquello que nos mueve a vivir todos los días; como afirma Edgar Morin: debemos de tener una conciencia antropológica, una conciencia cívica y una conciencia espiritual que nos dé la posibilidad de entender que lo verdaderamente importante son los otros, independientemente de cómo sean, cómo hablen, de qué color estén teñidos y de cuantas posesiones tengan. Así las cosas.