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Era el foco
Estaba trabajando en la computadora, en la silla de mi consultorio, y se apagó la luz. Pensé que había un apagón y que en cualquier momento prendería de nuevo, pero no. Seguí escribiendo sin mucha preocupación en realidad. Un apagón. Pues sí, está tronando y ha llovido. Puede ser. Mi atención estaba puesta en la computadora (que estaba, como siempre, colocada en mi regazo – “laptop”), y pensé que sin luz tal vez se acabaría la pila. Ahora sí, había de que preocuparme.
Pasó un tiempo y noté que mi computadora estaba efectivamente conectada a internet. Mi casa (que son dos casas unidas por dentro) tiene dos medidores de luz. ¿Será que solo se fue la luz en una casa y no en la otra? El modem está en la otra casa. Me dispuse a ir a averiguar cuando noté que el minisplit del consultorio seguía encendida. ¿Ah? Y la lucecita que indica cuando la computadora está conectada a una fuente de electricidad también estaba encendida. Me levanté para revisar y prendí las lámparas de techo. Había luz. Conecté el cargador del teléfono. Había luz.
No puedo contar las veces en mi vida en que parece que está sucediendo algo importante, grave tal vez, y que en mi mente he dibujado escenarios de problemas y posibles soluciones. Momentos, o largos lapsos de tiempo, de angustia y ansiedad. Conclusiones e imaginaciones de enfermedades terminales, contagios, desastres, pérdidas, fracasos. La sensación de total desesperanza y desolación, para luego darme cuenta de que estaba fundido el foco de una lámpara. Y así es mi existencia.