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Epígrafe

La química ha llegado, tal vez, a una solución para abatir eso que desde hace siglos llamamos “melancolía”. Y aprovechando los avances de esta ciencia heredera de la alquimia, el inmenso negocio que es la medicina habrá dado ya con la solución para pulverizar los funestos espectros que produce esta “bilis negra”.

La melancolía, por cierto, no es nombrada hoy como tal por los profesionales, sino como una alteración psíquica que ostentará algún nombre raro como “trastorno maniaco-depresivo” –“bipolar”- o algo por el estilo. En cualquier caso, los psicólogos y psiquiatras de la modernidad, bajo la influencia de Freud, llaman “neurosis” a estos variados desequilibrios “mentales”.

Es posible que la “locura” de Hölderlin y la devastadora melancolía de Kierkegaard hayan podido remitir gracias al consumo de unos cuantos miligramos de litio o de otra sustancia que actuaría directamente sobre el sistema nervioso central y su intrincada red de nautas.

Pero no es éste el punto de vista desde el cual el antropólogo mexicano Roger Bartra ha observado el fenómeno melancólico de los mexicanos y de la humanidad en general, sino desde el de sus efectos sobre el ánimo de quienes deambulan por los tenebrosos corredores de la melancolía.

En varios libros estudia con extrema lucidez este mal que ha aquejado a tantos a lo largo de la historia; un mal que abisma a sus víctimas, así sean seres cotidianos o grandes artistas y pensadores como Durero, Rilke, Tchaikovski, J. R. Jiménez, Xavier Villaurrutia, Schumann, Munch, Delvaux y tantos otros.

Menciono apenas tres: “La Jaula de la Melancolía” (1987), “Cultura y Melancolía. Las Enfermedades del Alma en la España del Siglo de Oro” (2001), “El Duelo de los Ángeles” (2004). Y añado uno reciente: “La Melancolía Moderna” (2017), en el que el autor recoge varios ensayos más o menos breves sobre el tema.

Mi sola Estrella ha muerto –y mi laúd constelado. Arrastra el Sol negro de la Melancolía.
Gérard de Nerval

Aquí, en este pequeño aunque apretado libro (FCE), Bartra pasa revista a algunos casos particulares e incluye a personajes insospechados, como Alexis de Tocqueville, Abraham Lincoln y Winston Churchill, sin dejar de lado a Durero, a Poe y a otros artistas, incluso a algunos contemporáneos: Giorgio de Chirico y sus solitarias arcadas, Edward Hopper y sus peregrinos nocturnos, Ron Mueck y sus gigantes abatidos.

Todos ellos –y muchos más- padecieron el hielo angustioso de la melancolía, su garra de niebla, su irremediable vacío. El escalpelo de Bartra descubre y analiza con la objetividad de un científico social pero también con la sensibilidad de un escritor, las huellas que la melancolía ha dejado a su paso.

La nómina de obras y de autores es grande. Y queda ante nosotros una pregunta: ¿el sufrimiento que provoca la bilis negra es “materia prima” para la creación de cualquier índole? Resulta paradójico, pero pareciera que es así. El dolor de un amor imposible, por ejemplo, ha generado grandes poemas: “La Divina Comedia” es uno de ellos, para no ir más lejos. Y no hablemos de la antigua poesía.

Bartra cita las célebres “Cárceles imaginarias”, insólita colección de grabados del artista italiano Giovanni Battista Piranesi (1720-1778). Con la ayuda de Aldous Huxley, autor de un gran ensayo sobre esta obra plástica, Bartra escribe: “Las cárceles imaginarias de Piranesi son, según Huxley, la imagen de la acedia renacentista, del Weltschmertz romántico, del ennui francés evocado por Baudelaire y de la acedia que corroe a los melancólicos que Dante sumerge en el fango negro del tercer círculo del Infierno…”

Y continúa: “En suma, serían un dibujo de la melancolía como cárcel absurda y vacía, en la que las escaleras, las pasarelas y los puentes no llevan a ninguna parte, donde el cielo casi no se ve, donde hay extrañas máquinas irreconocibles salvo acaso como instrumentos de tortura…”.

Hace unas décadas, en México, el heteróclito escritor Salvador Elizondo se ocupó de estas “Carceri d´Invenzione” y mucho de esa atmósfera opresiva y dedálica parece haber en su extraordinaria novela “El hipogeo secreto”, publicada precisamente en 1968: este año se cumplen 50 de su aparición.

Hubiera sorprendido a Elizondo, como a Bartra, el video en 3D que Grégoire Dupond realizó el año 2010, en el que el espectador puede recorrer virtualmente esas extrañas y melancólicas “Cárceles” de Piranesi, inspiradas en las ruinas de la Roma antigua y en una suerte de pavor atávico: “tempus fugit”.

Un poeta como Edgar Allan Poe no podía faltar en este catálogo de melancólicos célebres. Bartra se ocupa de “El Cuervo” como muchos otros lo han hecho antes, pero el último párrafo de su breve ensayo es quirúrgico y escalofriante:

“Debemos comprender que en el centro de la modernidad late un malestar profundo que se expresa como melancolía. El romanticismo la había exaltado y no desaparece con los ruidos de la expansión industrial. El simbolismo poético la retoma como un dolor que se encuentra alojado profundamente en el seno de la vida moderna.”

Octavio Paz sugirió que Sor Juana fue una mujer de “temperamento melancólico”. Bartra echa un vistazo rápido a la obra de una pintora barroca –Artemisia Gentilischi- en su ensayo “El cerebro negro”, y como de paso, pregunta si alguna vez “ha sido pintado el paisaje interior del sufrimiento melancólico”. Acaso la respuesta se encuentre en Rothko y en otros artistas no figurativos. O en la música.